Cadenas Del Alma

Noche De Luna Llena

Las calles adoquinadas de la ciudad vieja estaban desiertas, bañadas por una luz espectral. La luna llena colgaba baja en el cielo, su brillo verde inusual proyectaba sombras inquietantes sobre las fachadas antiguas y los callejones sinuosos. La figura de una mujer destacaba en el paisaje nocturno, sus ojos verdes resplandecían a juego con la luz lunar, y su presencia parecía congelar el ambiente.

Eva caminaba con paso firme, sus tacones resonando sobre los adoquines. Llevaba una gabardina verde oscuro que se abría ligeramente con cada paso, dejando entrever una falda negra ajustada y una blusa del mismo tono que sus ojos. Se movía con la seguridad de alguien que conoce bien el camino, aunque la ciudad parecía vacía de vida, como un escenario abandonado.

El eco de sus pasos era el único sonido, hasta que un murmullo susurrante la alcanzó desde algún rincón oscuro. Eva se detuvo, girando la cabeza para localizar el origen del sonido. Nada se movía en la penumbra, pero una sensación de ser observada la recorrió como una descarga eléctrica. Desestimando la sensación, continuó su camino, aunque sus sentidos estaban ahora en alerta máxima.

Llegó a una pequeña plaza, dominada por una fuente antigua de la que no manaba agua. Las estatuas de mármol, erosionadas por el tiempo, parecían vigilarla con ojos vacíos. Eva se detuvo junto a la fuente, sacando un pequeño frasco de vidrio de su bolsillo. Lo observó unos instantes antes de abrirlo y verter su contenido en el agua estancada de la fuente. El líquido produjo un ligero chisporroteo y un humo verde empezó a elevarse, mezclándose con la luz lunar.

Apenas había terminado su tarea cuando sintió un cambio en el aire, un frío penetrante que no era natural. Giró rápidamente, viendo cómo las sombras alrededor de la plaza cobraban forma, alargándose y retorciéndose. Un grupo de figuras espectrales emergió, sus cuerpos translúcidos flotaban silenciosamente hacia ella. Eva no mostró miedo; en su lugar, una sonrisa helada apareció en sus labios.

—Sabía que vendrían —murmuró, sus palabras cargadas de un poder ancestral—. Aquí estamos, una vez más.

Las figuras se detuvieron, como si evaluaran a su oponente. Una de ellas, más definida que las otras, avanzó, extendiendo una mano huesuda hacia Eva. Ella levantó el frasco vacío, pronunciando palabras en un idioma olvidado. Las sombras se estremecieron, y la figura más cercana se detuvo, emitiendo un chillido agudo que resonó por las calles desiertas.

—No esta vez —dijo Eva con una calma implacable—. Esta noche, la luna está de mi lado.

El resplandor verde de la luna se intensificó, bañando a Eva en su luz. Las sombras se contrajeron, sus formas distorsionándose como si intentaran escapar de una fuerza invisible. Eva dio un paso adelante, su mirada fija en la figura principal.

—Váyanse, regresen a donde pertenecen —ordenó, su voz resonando con un eco sobrenatural.

Las figuras espectrales comenzaron a desvanecerse, sus gritos agónicos llenando el aire hasta que el silencio volvió a caer sobre la plaza. Eva respiró hondo, guardando el frasco en su bolsillo. Estaba sola nuevamente, aunque la sensación de triunfo fue efímera. Sabía que esto no era el final.

De repente, un ruido suave a su espalda la hizo girar. Una figura humana emergió de las sombras, sus ojos brillando con una intensidad que rivalizaba con la suya. Era un hombre de cabello oscuro, vestido con ropas antiguas, como sacado de otra época. Su presencia emanaba una autoridad innegable.

—Impresionante, Eva —dijo con una voz profunda y resonante—. No muchos pueden enfrentarse a las sombras y vivir para contarlo.

Eva entrecerró los ojos, reconociendo la figura al instante.

—Alexander —respondió con frialdad—. No pensé que te atreverías a mostrarte.

Alexander sonrió, un gesto que no alcanzaba sus ojos.

—Tenía curiosidad por ver cómo manejabas la situación. Y debo decir que no me decepcionaste.

Eva sintió un escalofrío recorrerle la espalda. La presencia de Alexander nunca significaba nada bueno. Él era el verdadero maestro de las sombras, el origen de la oscuridad que había combatido.

—¿Qué quieres? —preguntó, manteniendo su postura desafiante.

Alexander dio un paso adelante, su sonrisa creciendo.

—Te he observado, Eva. He visto tu poder crecer. Pero aún no has comprendido el verdadero alcance de lo que eres. Esta noche, bajo esta luna, tienes la oportunidad de descubrirlo.

Eva sintió que el suelo temblaba ligeramente bajo sus pies. La fuente a su lado comenzó a burbujear, emitiendo un brillo verde intenso. Algo antiguo y poderoso se despertaba, y Eva supo que estaba en el centro de ello.

—¿Qué es esto? —preguntó, aunque en el fondo ya conocía la respuesta.

—Es tu destino —respondió Alexander, extendiendo una mano hacia ella—. Únete a mí, y juntos gobernaremos la oscuridad y la luz. Esta ciudad, este mundo, serán nuestros para moldear a nuestro antojo.

Eva miró la mano extendida, sintiendo la tentación y el peligro que emanaban de ella. Su mente corría con pensamientos contradictorios. Finalmente, tomó una decisión.

—Nunca —dijo, su voz firme.

Alexander no pareció sorprendido. En lugar de ello, su sonrisa se volvió más siniestra.

—Muy bien, entonces elige tu destino, Eva.

Con esas palabras, las sombras que habían retrocedido volvieron a cobrar forma, esta vez con una furia renovada. Eva se preparó para la lucha, pero algo inesperado ocurrió. La luna verde brilló con una intensidad cegadora, y el tiempo pareció detenerse.

Cuando la luz disminuyó, Eva se encontró en una habitación familiar, pero diferente. Estaba en su apartamento, pero algo había cambiado. Todo estaba en su lugar, pero un sentimiento de irrealidad la envolvía. Caminó hasta el espejo y se miró. Sus ojos verdes seguían allí, pero algo profundo y oscuro se movía en ellos.

Alexander apareció detrás de ella en el reflejo, su sonrisa aún más amplia.




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