En el vasto e infinito reino celestial, donde el resplandor dorado de las nubes se extendía hasta donde alcanzaba la vista, un ángel llamado Rafael solía pasear por los jardines del Edén. Con sus alas de un blanco inmaculado y su mirada serena, Rafael era conocido por su sabiduría y bondad. Pero en su corazón, un secreto ardía con una pasión que rivalizaba con la más brillante de las estrellas.
En las profundidades de la tierra, donde la oscuridad reinaba y las llamas danzaban en un eterno vals, habitaba un demonio llamado Asmodeo. Con su piel de un rojo intenso, sus ojos centelleantes de un dorado sombríos y sus cabellos tan negros como la oscuridad, Asmodeo era temido por su ferocidad y su astucia. Sin embargo, en lo más profundo de su ser, albergaba una ternura que pocos podían imaginar.
Un día, en un raro cruce de destinos, Rafael descendió a la tierra en una misión divina. Asmodeo, curioso y siempre en busca de nuevas emociones, se encontraba en la superficie, observando a los humanos con una mezcla de desprecio y fascinación. Fue en ese momento, bajo un cielo estrellado, cuando sus caminos se cruzaron.
Los ojos de Rafael y Asmodeo se encontraron, y el mundo pareció detenerse. A pesar de la diferencia de sus naturalezas, una chispa de entendimiento y atracción surgió entre ellos. No fue una conexión inmediata, sino una serie de encuentros furtivos, conversaciones en la penumbra y miradas llenas de significado que eventualmente los llevaron a enamorarse.
Pasaron los meses y su amor creció en intensidad. Rafael y Asmodeo encontraron en el otro un refugio, un lugar donde podían ser ellos mismos sin juicios ni condenas. Se encontraban en un claro secreto, oculto de la vista de sus respectivos reinos, y allí compartían sus sueños y esperanzas.
Sin embargo, el amor prohibido entre un ángel y un demonio no podía permanecer oculto para siempre. Miguel, el arcángel, guardián del orden celestial y defensor de la pureza del cielo, comenzó a notar los cambios en Rafael. La luz en sus ojos era diferente, como si un fuego secreto ardiera en su interior.
Un día, siguiendo su intuición, Miguel decidió espiar a Rafael. Lo siguió hasta el claro donde solía encontrarse con Asmodeo. Lo que vio lo llenó de furia y desconcierto. Allí, en el claro, el ángel y el demonio se abrazaban, sus alas entrelazadas en una unión que desafiaba todo lo que Miguel creía correcto y sagrado.
"¡Rafael!", tronó la voz de Miguel, haciendo eco en el claro. "¿Qué traición es esta? ¿Cómo osas mancillar la pureza de tu ser con la presencia de un demonio?"
Rafael y Asmodeo se separaron bruscamente, sus rostros reflejando una mezcla de miedo y determinación. Rafael dio un paso adelante, enfrentando a Miguel con una calma que sorprendió al arcángel.
"Mi amor por Asmodeo no mancha mi pureza, Miguel," dijo Rafael con firmeza. "Nosotros no elegimos a quién amar. Este amor ha nacido del alma, más allá de nuestras naturalezas. Nos hemos encontrado en medio del caos y la luz, y hemos descubierto que somos más que nuestros orígenes."
Miguel frunció el ceño, su rostro un mapa de desaprobación. "Esto es una aberración, Rafael. No puedes esperar que el cielo acepte tal unión. Si esto se supiera, traería deshonra y caos a nuestras filas."
Asmodeo, sintiendo la amenaza en las palabras de Miguel, se adelantó y tomó la mano de Rafael. "No necesitamos la aceptación de nadie. Nuestro amor es verdadero, y lucharemos por él, incluso si eso significa enfrentarnos a los cielos y a los infiernos."
La confrontación atrajo la atención de otros ángeles y demonios, creando una tensión palpable en el aire. Pero en medio de la tormenta de opiniones y juicios, Rafael y Asmodeo se mantuvieron firmes. Su amor, aunque prohibido y mal visto, era una llama que no podía ser extinguida fácilmente.
Miguel, viendo la determinación en los ojos de Rafael, comprendió que no sería fácil separar a los dos amantes. Sin embargo, su deber como guardián del orden celestial le impedía aceptar esa unión. Decidió entonces que habría consecuencias, pero antes de actuar, llevaría el asunto ante el consejo celestial.
En el consejo, Miguel expuso el caso, y los ángeles debatieron acaloradamente. Algunos, como Gabriel, mostraron una compasión inesperada, argumentando que el amor, en cualquiera de sus formas, debía ser protegido. Otros, sin embargo, insistieron en que la unión entre un ángel y un demonio era una violación de las leyes naturales.
Después de largas deliberaciones, el consejo decidió que Rafael y Asmodeo debían ser separados, pero sin castigos severos. Rafael sería enviado a una misión en un rincón remoto del universo, mientras que Asmodeo sería confinado a las profundidades del infierno.
Cuando Rafael y Asmodeo se enteraron de la decisión, su dolor fue inmenso. Pero prometieron que encontrarían la manera de reunirse, sin importar el tiempo o la distancia. Su amor había desafiado las normas del cielo y el infierno, y estaban dispuestos a desafiar el destino mismo.
Y así, bajo el cielo estrellado donde se conocieron por primera vez, Rafael y Asmodeo sellaron su promesa con un último beso antes de ser separados. Aunque sus cuerpos fueron forzados a apartarse, sus almas permanecieron entrelazadas, con la esperanza eterna de que algún día, en algún rincón del vasto universo, se encontrarían nuevamente para continuar su amor prohibido y eterno.
CONTINUARÁ.....