En el crepúsculo de una ciudad olvidada por el tiempo, donde las sombras y la luz libraban una batalla eterna, descendió un ángel caído. Sus alas, majestuosas y puras, contrastaban con su mirada melancólica y su armadura dorada, resplandeciente bajo la luz tenue de un sol que parecía desfallecer. Era un ser de belleza celestial, pero su alma cargaba el peso de un amor prohibido.
Su nombre era Azrael, y había sido uno de los más altos guardianes del cielo. Su destino cambió el día que conoció a Lilith, una mortal con el poder de ver más allá del velo que separa el mundo de los humanos del reino divino. Lilith no era como las demás mujeres; su corazón estaba lleno de oscuridad, una oscuridad que había atraído a Azrael de una manera que no podía comprender.
Lilith vivía en una antigua mansión, rodeada de libros y artefactos que revelaban secretos prohibidos. La primera vez que Azrael la vio, ella estaba de pie en un balcón, con su cabello negro ondeando al viento, sus ojos verdes resplandeciendo con una luz que desafiaba la oscuridad. Sintió una atracción instantánea, una conexión que lo empujó a abandonar su puesto y descender a la tierra.
Desde aquel día, Azrael y Lilith se encontraron en secreto, bajo la sombra de la luna y las estrellas. Su amor era una danza peligrosa entre la luz y la oscuridad. Lilith le enseñó a Azrael sobre la fragilidad y la belleza de la vida humana, mientras que él le mostró la magnificencia del amor celestial. Sin embargo, ambos sabían que su amor estaba condenado. Un ángel no podía amar a una mortal sin enfrentar terribles consecuencias.
La noche en que todo cambió, Lilith y Azrael se encontraron en un bosque oscuro, donde los árboles susurraban historias de amores perdidos y promesas rotas. Azrael, con su voz grave y suave, le confesó su amor eterno a Lilith, jurando que estaría con ella más allá de la muerte. Lilith, con lágrimas en los ojos, le reveló un secreto que había mantenido escondido: había invocado un antiguo hechizo que le permitiría a Azrael permanecer en la tierra, pero a un precio terrible.
El hechizo requería el sacrificio de un alma pura, y Lilith había ofrecido la suya. Azrael, horrorizado, trató de detenerla, pero era demasiado tarde. Lilith, con una sonrisa triste, le dijo que el amor verdadero requería sacrificios y que ella estaba dispuesta a pagar el precio más alto. Con un último beso, Lilith se desvaneció, su alma siendo consumida por las sombras.
Azrael cayó de rodillas, sus alas temblando con un dolor indescriptible. La oscuridad envolvió su corazón, y en su desesperación, sus alas comenzaron a ennegrecerse, reflejando la tormenta que se libraba dentro de él. Se convirtió en un ángel caído, desterrado del cielo, condenado a vagar por la tierra con el peso de su amor perdido.
A lo largo de los siglos, Azrael se convirtió en una figura de leyenda, un ángel caído que buscaba redención y venganza. Su amor por Lilith nunca disminuyó, y cada noche, bajo el resplandor de la luna, susurraba su nombre al viento, esperando que algún día, en algún lugar, sus almas se reencontraran.
La oscuridad que había consumido a Lilith también afectó al mundo, trayendo consigo una era de sombras y misterio. Azrael, ahora una figura solitaria y melancólica, dedicó su existencia a proteger a los inocentes y luchar contra las fuerzas oscuras que amenazaban con consumirlo todo. A pesar de su sufrimiento, encontró consuelo en la esperanza de que, más allá de la muerte, él y Lilith se reunirían en un lugar donde el amor no tuviera límites ni barreras.
La historia de Azrael y Lilith se convirtió en un recordatorio de que el amor verdadero trasciende el tiempo, la oscuridad y la muerte.
En las noches más oscuras, cuando el viento susurraba a través de los árboles y la luna brillaba intensamente, se podía escuchar el eco de su amor eterno, un testimonio de que incluso en el más profundo abismo, el amor siempre encuentra su camino.
Azrael había vagado por la tierra durante siglos, su corazón cada vez más pesado con la carga de su amor perdido y la esperanza eterna de reencontrarse con Lilith. Sin embargo, en una noche de luna llena, algo cambió.
En una pequeña aldea, Azrael sintió una energía familiar. Su corazón, que había estado sumido en la desesperación, latió con fuerza al reconocer la esencia de Lilith.
Siguiendo ese rastro, llegó a una cabaña solitaria, rodeada de flores nocturnas que brillaban con una luz espectral. Allí, encontró a una joven mujer, idéntica a Lilith, pero con una inocencia y pureza que su amor no había poseído en vida.
Ella se llamaba Elena, y al ver a Azrael, sintió una atracción inexplicable, como si sus almas estuvieran entrelazadas desde tiempos inmemoriales. Azrael, a pesar de sus dudas, no pudo evitar enamorarse de ella, convencido de que el espíritu de Lilith había renacido en Elena. Pasaron semanas juntos, reviviendo una versión más pura y luminosa de su amor pasado.
Pero el destino, siempre cruel, tenía otros planes. En las sombras, una fuerza oscura, atraída por el sufrimiento de Azrael y el sacrificio de Lilith, aguardaba. Era Belial, un demonio antiguo que había sido testigo de la caída de Azrael y había ansiado su destrucción desde entonces. Belial descubrió la conexión entre Azrael y Elena y planeó usarla para finalmente quebrar al ángel caído.
Una noche, cuando la luna estaba en su cenit, Belial atacó. En un instante de caos y terror, secuestró a Elena, llevándola a una fortaleza oscura en el corazón del reino infernal. Azrael, con su corazón dividido entre el amor y la ira, no dudó en seguirlos, decidido a rescatarla a cualquier precio.
Enfrentarse a Belial fue una prueba de fuego. El demonio, poderoso y astuto, se burló de Azrael, revelándole la verdad: Elena no era la reencarnación de Lilith, sino un simple peón en su juego de destrucción. El sacrificio de Lilith había condenado su alma a vagar eternamente en el limbo, fuera del alcance de Azrael, y ahora él estaba a punto de perder a otra mujer que amaba.