Tercera parte de la historia del arcángel Seraphiel
Seraphiel, el arcángel del resplandor y protector de la humanidad, habitaba en los altos cielos, vigilando las dimensiones inferiores con una mirada luminosa y serena. Sus alas irradiaban una luz tan intensa que cegaba a quienes osaban contemplarla directamente. Su misión era mantener el equilibrio entre la luz y la oscuridad, y por milenios había cumplido su deber sin falla.
Un día, mientras observaba la Tierra, algo perturbó su paz. Sintió una presencia conocida pero oscura, una sombra que se movía con intención maligna. Era Azazel, el demonio del caos, que había encontrado una nueva estrategia para desafiar el equilibrio y por ende a Seraphiel mismo.
En una pequeña ciudad, vivía un hombre llamado Daniel, de apariencia común pero con una fuerza interior inusual. Daniel era físicamente idéntico a Seraphiel, como si fueran reflejos opuestos en un espejo cósmico.
Azazel vio en esto una oportunidad única. Se apoderó del cuerpo de Daniel, utilizando su semejanza con Seraphiel como un arma. El demonio sabía que el arcángel jamás atacaría a un humano, mucho menos a uno tan parecido a él.
Daniel, desde su juventud, había sentido una conexión especial con el universo. Sin embargo, nada lo había preparado para la oscuridad que ahora invadía su mente y su cuerpo. Azazel susurraba en su oído, incitándolo a actos de maldad y destrucción. Pero Daniel no era un simple mortal; su voluntad era fuerte, y resistía con todas sus fuerzas.
Un día, mientras Seraphiel descendía a la Tierra para investigar la perturbación que había sentido, fue confrontado por Daniel, o más bien, por el cuerpo de Daniel controlado por Azazel. La escena era surrealista: el arcángel y su reflejo humano, enfrentados en una lucha de luz y oscuridad.
Aquello le traía amargos recuerdos a Seraphiel de su propia experiencia pasada con Azazel, cuando ese demonio lo había poseído a él e intentó destruirlo. Pero había resultado vencedor. Ahora era testigo ocular de la misma experiencia suya pero en ésta ocasión se trataba de un humano que increíblemente era identido a él mismo.
Azazel, con la voz de Daniel, se burlaba de Seraphiel.
- Mira, arcángel, ¿qué harás? No puedes dañarme sin destruir a este humano. ¿Ves la ironía? El protector de la humanidad, impotente ante su propia semejanza ¿No te resulta familiar esto?
Seraphiel, con su sabiduría celestial, respondió con calma. - Azazel, tu artimaña es astuta, pero subestimas la fuerza del espíritu humano. Daniel no está solo.
Dentro de su mente, Daniel libraba una batalla feroz. Sus recuerdos, sus seres queridos, y su fe en la bondad le daban la fortaleza para resistir. Pero Azazel era un adversario poderoso, y la lucha parecía interminable.
Seraphiel, incapaz de atacar directamente, buscó otra solución. Usando su poder celestial, se comunicó con el alma de Daniel.
-Daniel, puedo sentir tu lucha. No estás solo. Permíteme ayudarte a expulsar esta oscuridad.
Daniel, desde su prisión mental, sintió la presencia de Seraphiel como una cálida luz en medio de la tormenta.
-¿Cómo puedo hacerlo? Él es tan fuerte.
-Confía en tu fuerza interior y en mí - respondió Seraphiel -Juntos podemos expulsar a Azazel. Yo sé lo que estás experimentando en estos momentos, creeme que lo sé muy bien.
Con renovada determinación, Daniel enfocó su mente en esa luz. Cada vez que Azazel intentaba imponer su voluntad, Daniel se aferraba a los recuerdos de su familia, a las enseñanzas de bondad y amor que siempre había valorado.
Azazel, sintiendo la resistencia, intensificó su ataque.
- Eres débil, humano. Tu lucha es inútil. Pronto cederás, después de todo eres tan solo un simple humano.
Pero Seraphiel canalizó su energía celestial hacia Daniel, creando una barrera de luz dentro de su mente. Esta barrera fortaleció a Daniel, permitiéndole rechazar los avances del demonio con mayor fuerza.
La batalla se prolongó durante días, cada segundo una eternidad de dolor y resistencia. Sin embargo, la voluntad de Daniel no flaqueó. Finalmente, en un momento de suprema concentración, Daniel y Seraphiel unieron sus fuerzas en un último esfuerzo. La luz celestial brilló intensamente dentro de la mente de Daniel, purgando la oscuridad.
Azazel, incapaz de soportar el resplandor, fue expulsado del cuerpo de Daniel con un grito de furia y desesperación. El demonio fue desterrado de regreso al abismo, derrotado por la combinación de las fuerzas humana y divina.
Daniel, exhausto pero victorioso, cayó de rodillas. Seraphiel se arrodilló a su lado, colocando una mano luminosa sobre su hombro.
- Lo lograste, Daniel. Tu espíritu es más fuerte de lo que imaginas.
Daniel, respirando con dificultad, levantó la vista hacia el arcángel.
-No lo hice solo. Gracias, Seraphiel. Y tienen razón, en verdad nos parecemos físicamente hablando.
El arcángel sonrió, una expresión llena de orgullo y ternura.
- La oscuridad siempre intentará corromper, pero mientras haya almas como la tuya, la luz prevalecerá.
Desde ese día, Daniel vivió con una nueva comprensión de su conexión con el universo. Sabía que, aunque los desafíos fueran grandes, nunca estaría solo en su lucha contra la oscuridad.
Y Seraphiel, desde los altos cielos, continuó vigilando, sabiendo que en la Tierra había corazones que brillaban con una luz tan pura como la suya propia. Daniel era una de ellas
FIN