Cadenas Del Alma

La Prisión De Luz Y Oscuridad

En los confines del cielo, más allá de las estrellas más brillantes y los rincones más oscuros, habitaba un ángel llamado Seraphiel. Su luz era una de las más puras, tan intensa que incluso los querubines desviaban la mirada para no ser cegados. Seraphiel era la encarnación de la inocencia y la belleza celestial, con una voz que resonaba como la música más dulce. Sin embargo, bajo su esplendor se escondía una fragilidad, una inseguridad que pocos conocían.

Desde el abismo del infierno, Abaddon observaba. Este demonio antiguo y poderoso había sido testigo de muchas almas caer, pero ninguna lo obsesionaba tanto como Seraphiel. Desde el primer momento en que Abaddon posó sus ojos en el ángel, se sintió atraído por su luz y su vulnerabilidad. En su perversa mente, deseaba poseer aquella pureza y corromperla, hacer de Seraphiel su prisionero eterno.

Durante siglos, Abaddon planeó su ataque. Acechó a Seraphiel en silencio, buscando el momento perfecto para lanzar su ofensiva. Una noche, cuando las estrellas parecían más distantes y la luna estaba oculta, Abaddon hizo su movimiento. Seraphiel descansaba al borde del firmamento, sumido en un sueño tranquilo, cuando la sombra de Abaddon se deslizó silenciosamente hacia él.

Seraphiel despertó con un sobresalto, sintiendo una oscuridad que nunca había experimentado. Antes de que pudiera reaccionar, Abaddon lo envolvió con su presencia oscura, invadiendo cada fibra de su ser. El ángel gritó, un sonido desgarrador que resonó en todo el cielo, pero nadie vino en su ayuda. La pureza de Seraphiel no se extinguió, pero su luz se tornó siniestra, una mezcla perturbadora de belleza y horror.

Abaddon, con una sonrisa cruel, susurró en el oído de Seraphiel:

— Ahora eres mío, y siempre lo serás. Nunca escaparás de mi sombra.

Los días que siguieron fueron un infierno para Seraphiel. Su cuerpo, ahora una mezcla de luz y oscuridad, se retorcía en agonía. Su mente, antes un refugio de paz, se había convertido en un campo de batalla. Los pensamientos de Seraphiel se entrelazaban con los susurros venenosos de Abaddon, creando un torbellino de desesperación.

— ¿Por qué me haces esto? — preguntó Seraphiel con voz temblorosa — ¿Qué te he hecho para merecer este tormento?

Abaddon rió, una risa que resonó como el eco de mil tormentos.

— No es lo que has hecho, Seraphiel. Es lo que eres. Tu luz me llama, tu pureza me desafía. Y yo, como tu único dueño, no puedo permitir que exista algo tan puro sin mi toque oscuro.

Seraphiel lloró, sus lágrimas brillando como diamantes en la oscuridad.

— Déjame ir, por favor. No puedo soportar este dolor.

— Tu dolor es mi deleite — respondió Abaddon — Y cuanto más sufres, más hermoso te vuelves. Mira tu reflejo, Seraphiel. Mírate.

El ángel miró en las aguas celestiales y vio en lo que se había convertido. Su belleza, antaño serena, ahora era perturbadora. Su piel brillaba con una luz espectral, sus ojos reflejaban el abismo, y sus alas, antes inmaculadas, estaban ahora quemadas en las puntas, como si hubieran sido tocadas por el fuego infernal. Era una criatura de una belleza aterradora, atrapada entre dos mundos.

Cada día, Abaddon se regodeaba en el sufrimiento del pobre Seraphiel.

— Eres mío, Seraphiel. Tu luz y tu oscuridad me pertenecen. Nadie más puede tenerte, ni siquiera tú mismo.

Pero dentro de la prisión oscura, Seraphiel comenzó a encontrar una chispa de esperanza. Aunque Abaddon controlaba su cuerpo, no podía apagar completamente su esencia.

Empezó a utilizar esta chispa como un faro, buscando la forma de liberarse. Cada día, su determinación crecía, alimentada por el deseo de recuperar su verdadera forma y su ansiada libertad.

— Abaddon — dijo Seraphiel un día, su voz más firme de lo habitual — No puedes destruirme completamente. Mi luz, por muy tenue que sea, siempre existirá. Y mientras exista, siempre habrá esperanza.

El demonio se acercó, su presencia oscura envolviendo a Seraphiel.

— ¿Esperanza? — siseó — La esperanza es un engaño, Seraphiel. Es una ilusión que los débiles utilizan para consolarse. Yo soy tu realidad. Yo soy tu dueño.

Seraphiel no se inmutó con esas palabras cargadas de obseción hacia su persona.
— Tal vez tengas razón, Abaddon. Pero incluso en la oscuridad más profunda, una chispa de luz puede cambiarlo todo.

La batalla continuó, día tras día. Seraphiel luchaba por mantener su chispa viva, mientras Abaddon intentaba apagarla. Los otros ángeles observaban desde la distancia, algunos llenos de temor, otros de tristeza. Nadie sabía cómo ayudar a Seraphiel, ni cómo enfrentarse a un demonio tan poderoso.

Un día, mientras Seraphiel se encontraba solo, escuchó una voz suave y familiar.

— Seraphiel, no estás solo — Era la voz de un antiguo amigo, uno de los arcángeles llamado Gabriel — Hemos estado buscando una manera de ayudarte. No pierdas la esperanza.

Las palabras de Gabriel infundieron una nueva fuerza en Seraphiel. Sentía la presencia de sus amigos, el amor y el apoyo que le ofrecían desde la distancia. Abaddon podía poseer su cuerpo, pero no podía aislarlo completamente. La conexión de Seraphiel con los otros ángeles le dio un renovado sentido de propósito.

Esa noche, mientras Abaddon se regodeaba en su victoria, Seraphiel habló con una determinación que nunca antes había mostrado.

—Abaddon, nunca seré completamente tuyo. Mi luz, por muy pequeña que sea, siempre brillará. Y encontraré una manera de liberarme de ti.

El demonio rió con desdén. 
—Eres ingenuo, Seraphiel. Tu luz no puede salvarte. Estás atrapado en mi oscuridad, y nunca escaparás.

Pero en el corazón de Seraphiel, la chispa de esperanza crecía. Sabía que la batalla sería larga y dolorosa, pero también sabía que no estaba solo. Con el apoyo de sus amigos y su propia determinación, creía que algún día podría liberarse de la sombra de Abaddon.

La lucha interna de Seraphiel continuó, día tras día, noche tras noche, un ciclo interminable de esperanza y desesperación. A veces, su luz brillaba con la pureza de antaño, solo para ser sofocada de nuevo por la sombra de Abaddon. En esos momentos de claridad, Seraphiel buscaba ayuda, pero las palabras del demonio siempre lo acallaban, recordándole su impotencia.




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