Cuando Laura se mudó al antiguo apartamento en el centro de la ciudad, estaba emocionada por comenzar una nueva vida. El edificio, aunque viejo, tenía un encanto particular con su arquitectura de principios del siglo XX y grandes ventanales que dejaban entrar mucha luz natural.
Sin embargo, su entusiasmo comenzó a desvanecerse cuando encontró un extraño retrato en el ático polvoriento.
El cuadro representaba a un joven con ojos intensamente brillantes y un semblante casi hipnótico. Laura sintió una inquietante sensación al mirarlo, pero decidió que sería un interesante objeto decorativo para su sala de estar. Colocó el retrato sobre una mesa baja, junto al sofá, y siguió desempacando sus pertenencias.
Esa noche, mientras se acurrucaba en su cama, Laura comenzó a escuchar ruidos extraños provenientes de la sala. Susurros, pasos leves, y un sonido como de carbón crepitando. Al principio, pensó que era su imaginación, pero los sonidos se hicieron más insistentes. Con el corazón latiendo con fuerza, decidió levantarse y echar un vistazo.
Al entrar en la sala, el aire estaba denso y pesado. Un olor a quemado impregnaba el ambiente, y un ligero humo se levantaba del suelo alrededor del retrato. Laura se acercó con cautela y vio, horrorizada, que el suelo bajo el cuadro estaba carbonizado, como si un pequeño fuego se hubiese encendido allí.
Desconcertada y aterrorizada, Laura decidió que debía deshacerse del cuadro. Lo llevó al contenedor de basura más cercano y regresó a su apartamento, esperando que los ruidos cesaran. Pero esa noche, los susurros se convirtieron en gritos desgarradores. Laura se despertó sobresaltada y vio con espanto que el retrato estaba de vuelta en su lugar, rodeado de brasas humeantes.
Desesperada, Laura llamó a su amiga Clara, quien era aficionada a lo paranormal. Clara llegó rápidamente, llevando consigo un libro antiguo sobre maldiciones y espíritus.
Mientras revisaban el libro, encontraron una historia que describía un retrato similar, que había sido utilizado por un hechicero del siglo XVIII para atrapar el alma de su enemigo.
— El fuego es la clave — murmuró Clara — El alma atrapada en el cuadro intenta liberarse, pero algo la mantiene aquí. Necesitamos romper el hechizo.
Juntas, llevaron el retrato a un claro en el bosque cercano. Clara recitó un antiguo conjuro mientras Laura rociaba el cuadro con una mezcla de hierbas y aceite sagrado. Finalmente, prendieron fuego al retrato.
Las llamas se elevaron rápidamente, envolviendo la imagen del joven. Pero en lugar de consumirse, el fuego pareció cobrar vida propia, danzando con furia y emitiendo un grito espeluznante.
Cuando el fuego finalmente se extinguió, sólo quedaban cenizas. Laura y Clara regresaron al apartamento, con la esperanza de haber terminado con la maldición. Esa noche, Laura durmió tranquila por primera vez desde que encontró el retrato.
Sin embargo, al despertar a la mañana siguiente, Laura encontró algo en el suelo de su sala: una pequeña pila de cenizas, de las cuales emergía lentamente la imagen del joven del retrato, con una expresión de desesperación y rabia en su rostro. Y a su alrededor, el suelo comenzaba a arder de nuevo.
Laura supo entonces que el espíritu del retrato nunca se iría. Había despertado algo antiguo y malévolo, algo que no podría ser detenido. Y cada noche, los susurros y gritos se hicieron más fuertes, mientras el fuego del retrato maldito continuaba ardiendo, reclamando cada vez más de su alma.
FIN