Cadenas Del Alma

La Caída De Luzbel IV

El Lamento de Miguel

En el firmamento celestial, donde la luz divina envolvía cada rincón y los cantos de los ángeles llenaban el aire con melodías de pura dicha, el corazón de Miguel latía con un dolor indescriptible. La caída de Luzbel, su amigo, su compañero, su hermano, había dejado una cicatriz profunda en su alma, una herida que no cicatrizaría nunca. Miguel, el arcángel de la justicia y la rectitud, ahora cargaba con el peso de una decisión que le desgarraba por dentro.

Miguel recordaba los días dorados junto a Luzbel, aquellos tiempos en que ambos surcaban los cielos como gemas resplandecientes en la corona celestial. Juntos, eran un dúo inseparable, un faro de esperanza y luz que iluminaba incluso los rincones más oscuros del paraíso. Sus risas eran como cascadas de estrellas, y sus charlas, melodías que resonaban con la armonía del universo.

Pero el orgullo y la ambición habían envenenado el corazón de Luzbel, transformando su luz en sombras. Miguel había visto la chispa de oscuridad crecer en su amigo, y su propio corazón se había llenado de temor y tristeza.

- ¿Por qué, Luzbel? - se preguntaba Miguel, su mente era un torbellino de emociones. - ¿Por qué permitiste que el orgullo te consumiera?

El día de la batalla fue un día que Miguel jamás olvidaría. El firmamento, generalmente sereno y lleno de luz, se había transformado en un campo de batalla donde la luz y la oscuridad chocaban con una furia indescriptible. Miguel, con su espada brillante como el sol naciente, se enfrentó a Luzbel, cuyo resplandor había sido reemplazado por una oscuridad profunda y amenazante.

Sus ojos se encontraron, y por un momento, Miguel vio al Luzbel que había conocido, su hermano de luz, su confidente. Pero esa visión se desvaneció rápidamente, reemplazada por una mirada de furia y desafío.

- ¡Miguel! - rugió Luzbel, su voz resonando como un trueno - ¡No te interpondrás en mi camino!

Miguel sintió su corazón romperse en mil pedazos. Cada golpe de su espada, cada ataque y contraataque, era una agonía. No luchaba solo contra un rebelde, sino contra su propio hermano.

- Luzbel, por favor - suplicó Miguel, su voz llena de desesperación - Detén esta locura antes de que sea demasiado tarde.

Pero Luzbel no escuchó. Sus golpes eran impulsados por la furia y el orgullo, y Miguel no tuvo más opción que luchar con todas sus fuerzas. La batalla era un torbellino de luz y sombra, cada impacto resonando como campanas de juicio final.

Finalmente, Miguel, con lágrimas en los ojos, logró derrotar a Luzbel. Su espada brilló con la luz de la justicia y la misericordia, sellando el destino de su amigo.

Luzbel cayó, su grito de desesperación resonando por todo el cielo. Miguel observó con un dolor indescriptible cómo su amigo era desterrado, su figura desapareciendo en la oscuridad.

- Perdóname, hermano - murmuró Miguel, sus palabras llevadas por el viento - Perdóname por no poder salvarte.

Desde ese día, Miguel llevó una carga invisible, una tristeza que no compartía con nadie. En los días siguientes a la caída, se retiró a un rincón del cielo, un lugar donde podía observar la tierra sin ser visto.

Allí, en la soledad de su dolor, observaba a Luzbel, ahora conocido como Lucifer, el ángel caído que había sido su más cercano compañero.

Miguel veía a Lucifer caminar por la tierra, su figura envuelta en sombras, su corazón un pozo de furia y desesperación. Cada acto de crueldad, cada alma corrompida, era una daga en el corazón de Miguel.

- ¿Cómo pude fallarte tanto? - se preguntaba, su voz un susurro de desolación - ¿Cómo no pude evitar que cayeras en la oscuridad?

La figura de Luzbel, una vez tan brillante y majestuosa, ahora era un espectro de dolor y odio. Miguel, oculto a los ojos de su hermano caído, observaba con lágrimas en los ojos.

- Hermano - susurraba, su voz cargada de una tristeza infinita - Si tan solo pudieras ver el amor que aún siento por ti, si tan solo pudieras sentir la luz que una vez brilló en tu corazón, podría revertirse todo. El creador, nuestro padre celestial, te perdonaría.

Cada noche, cuando el cielo se llenaba de estrellas, Miguel recordaba los tiempos en que él y Luzbel brillaban juntos. Ahora, esas estrellas eran un recordatorio constante de lo que había perdido.

- No dejaré de amarte, Luzbel - murmuraba Miguel, sus palabras mezcladas con el viento - Aunque ahora seas un ángel caído, mi amor por ti nunca desaparecerá.

Miguel sabía que no podía intervenir directamente en los actos de Lucifer, pero su amor y esperanza seguían siendo una luz en la distancia.

- Un día - pensaba, su corazón lleno de una tristeza esperanzada -quizás encuentres el camino de regreso a la luz. Hasta entonces, te observaré y lloraré por lo que hemos perdido, querido hermano.

Y así, en la vastedad del cielo, Miguel permanecía, un guardián silencioso del amor y la esperanza, un testigo del dolor y la furia de su hermano caído.

Su corazón, aunque desolado, seguía latiendo con la esperanza de que, algún día, la luz y la oscuridad encontrarían un equilibrio, y él y Luzbel podrían reunirse nuevamente en la armonía celestial




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