La Venganza De Astaroth
Miguel, ahora plenamente asentado en su vida humana como Michael, encontró un renovado sentido de propósito al trabajar junto a Elena. Los dos se convirtieron en un equipo imparable, dedicados a erradicar la oscuridad que acechaba en las sombras del mundo moderno.
Sin embargo, en lo más profundo de su ser, Michael sabía que Astaroth no había sido destruido, solo desterrado, y que eventualmente volvería a sembrar el caos.
Una noche de verano, mientras la luna llena derramaba su pálida luz sobre la ciudad, Michael sintió una perturbación en el aire. Las estrellas, normalmente centelleantes, parecían apagadas, como si una manta de oscuridad las envolviera. Fue en ese instante cuando supo que Astaroth había regresado.
La primera señal fue un grito desgarrador que atravesó la noche, proveniente del parque central. Al llegar, Michael y Elena encontraron una escena desoladora: árboles retorcidos como manos esqueléticas y bancos rotos que parecían sombras de lo que alguna vez fueron. En el centro, una figura oscura se alzaba, sus ojos brillando con una malevolencia insondable.
Astaroth había vuelto, y esta vez, su poder era aún mayor. Su risa resonaba como el eco de una tormenta lejana, y su presencia drenaba la esperanza de todo lo que tocaba.
— Michael, mi viejo adversario — dijo Astaroth, su voz un susurro gélido que parecía envolver el alma de Michael — He esperado este momento. Tu sufrimiento será mi mayor triunfo.
Sin mediar más palabras, Astaroth atacó. La oscuridad se materializó en tentáculos que se lanzaron hacia Michael, envolviéndolo en una prisión de sombras. Elena intentó intervenir, pero Astaroth la repelió con un gesto, enviándola volando contra un árbol.
El dolor era insoportable. Las sombras se infiltraban en la mente de Michael, trayendo consigo recuerdos de sus derrotas más amargas, sus fracasos más dolorosos. Sentía como si su alma fuera arrancada de su cuerpo, su luz divina extinguida por la implacable oscuridad de Astaroth.
Mientras sufría, los pensamientos de Michael se dirigieron al Creador, buscando una chispa de esperanza en medio de la desesperación. Recordó las palabras del Padre: La luz siempre prevalece. Agarrándose a esta verdad, canalizó toda su fe en un último esfuerzo.
Las sombras comenzaron a ceder, y Michael, con una fuerza renovada, rompió su prisión oscura. Su espada celestial reapareció en su mano, brillando con una luz que cortaba la oscuridad como el amanecer rompe la noche.
El enfrentamiento fue épico. Las calles de la ciudad se convirtieron en el campo de batalla, donde cada golpe de Michael iluminaba el cielo, y cada contraataque de Astaroth sumía todo en tinieblas. La energía de ambos contendientes era tan intensa que parecía que el mismo tiempo se detenía.
Elena, recobrando el sentido, usó sus visiones para guiar a Michael, anticipando cada movimiento de Astaroth.
— ¡Ahora, Michael — gritó, viendo una oportunidad.
Con un grito de batalla que resonó en los corazones de todos los presentes, Michael lanzó un golpe decisivo. Su espada atravesó la barrera de oscuridad de Astaroth, clavándose en su corazón demoníaco. La luz estalló en todas direcciones, purificando el área y desterrando a Astaroth una vez más a las profundidades del inframundo.
La ciudad quedó en silencio, bañada en una luz dorada que parecía sanar las heridas del combate. Michael, jadeante y agotado, se arrodilló, su corazón lleno de gratitud y esperanza. Elena corrió hacia él, sus ojos brillando con lágrimas.
— Lo hiciste, Michael. Lo derrotaste.
Michael, con una sonrisa cansada, asintió.
— La luz siempre prevalece, Elena. Siempre.
Se pusieron de pie juntos, mirando el cielo estrellado que ahora brillaba con una intensidad renovada. Sabían que mientras trabajaran juntos, mientras mantuvieran la fe, ninguna oscuridad podría superarlos.