Cadenas Del Alma

La Maldición Del Espejo De Sangre

La noche caía sobre el bosque como un sudario espeso y pesado, sus ramas negras se alzaban hacia el cielo como dedos esqueléticos, buscando arrancar los secretos de la luna.

Allí, en medio de aquella penumbra inquietante, estaba ella: una figura solitaria con el cabello pálido ondeando al viento, sus ojos tan fríos y distantes como el reflejo de la luna en un lago invernal.

Su nombre era Lyra, y alguna vez había sido la joya del reino, un alma tan pura que su sola presencia parecía iluminar el ambiente. Pero esa noche, algo en ella había cambiado, como si una sombra le hubiese robado el alma.

La maldición había comenzado de forma sutil, como un susurro apenas audible, un suspiro etéreo que danzaba alrededor de ella sin jamás tocarla, una brisa gélida en sus noches de sueños apacibles.

Una anciana la había advertido del poder oscuro que habitaba en el Bosque de los Espejos, pero Lyra, entonces joven e ingenua, no le dio importancia. Su corazón anhelaba el bien y la justicia, y jamás imaginó que el mal pudiera atraparla en sus redes.

Pero el mal, astuto y voraz, se esconde en los rincones oscuros del mundo, siempre al acecho de aquellos que creen estar por encima de él.

El Origen de la Maldición

La maldición comenzó cuando Lyra, guiada por la curiosidad, encontró un espejo extraño en el centro del bosque, un objeto polvoriento y antiguo que parecía llamar su nombre desde el silencio absoluto.

Era un espejo de marco dorado, cubierto de intrincadas inscripciones y símbolos que no podía entender, pero que parecían murmurar secretos arcanos a su paso. Al mirarse en él, sintió un tirón en su pecho, una extraña sensación de vértigo que le robó el aliento.

Sin saberlo, Lyra había sellado su destino con ese simple acto. Al contemplarse en el espejo, despertó una presencia que yacía dormida, una entidad oscura que había sido encerrada siglos atrás. Un susurro se deslizó por su mente, suave y envolvente, como el roce de una serpiente en la piel:

-Tu corazón puro será mi alimento, tu bondad será mi prisión. Pronto, Lyra, seremos uno.

Desde aquella noche, Lyra comenzó a cambiar. Al principio, fue solo un leve mareo, una sensación de inquietud que la seguía a donde fuera, como una sombra que crecía con cada paso que daba.

Pero con el paso de los días, la inquietud se convirtió en ira, una furia sorda que se retorcía en su pecho, un odio inexplicable que comenzaba a consumir cada rincón de su alma.

Los que la conocían comenzaron a notar la transformación: sus ojos, antes tan llenos de vida, se oscurecían cada vez más, y su voz se volvía un eco distante, como si estuviera hablando desde algún lugar muy, muy lejano.

La Transformación Oscura

Con cada noche que pasaba, la presencia en su interior se hacía más fuerte, susurrándole palabras de venganza y resentimiento, alimentándose de sus emociones más sombrías. Era como si una segunda piel se estuviera formando dentro de ella, un manto de odio y rencor que envolvía su esencia, sofocando su bondad hasta reducirla a cenizas.

Su belleza, otrora radiante, comenzó a tornarse en algo aterrador. La gente evitaba mirarla a los ojos, pues en su mirada se percibía una negrura que parecía absorber toda la luz, como un agujero sin fondo.

Su piel se volvió pálida como el mármol, y su sonrisa, antaño cálida y amable, ahora era una mueca cruel, una promesa de tormento para aquellos que se atrevían a cruzar su camino.

En las noches, Lyra ya no dormía. En su lugar, se levantaba y deambulaba por el bosque, guiada por un hambre insaciable de venganza, por una sed de sangre que no podía aplacar.

Cada sombra, cada crujido en las ramas era un eco de su propio tormento, una canción de odio que resonaba en su mente y le recordaba que ya no era quien solía ser. Ahora era otra, una criatura moldeada por el rencor y el dolor.

La Danza de la Venganza

Una noche de luna llena, cuando el bosque parecía un océano de sombras, Lyra regresó al espejo, como si algo en él la llamara desde el otro lado. Al mirarse, no vio su propio reflejo, sino el rostro de una figura que sonreía con malicia: una versión oscura de sí misma, una Lyra que abrazaba el odio con los brazos abiertos.

La figura del espejo le habló, y su voz era como el eco de una pesadilla, resonando con la certeza de una maldición:

-Finalmente eres lo que siempre debiste ser, Lyra. Tu bondad era una debilidad, un velo que cubría el verdadero poder que hay en ti. Ahora, toma mi mano y transforma este mundo en cenizas.

Sin dudarlo, Lyra alargó la mano hacia el espejo, y cuando sus dedos tocaron el frío cristal, sintió una descarga eléctrica recorrer su cuerpo.

Su mente se llenó de imágenes de fuego y destrucción, de aquellos que alguna vez la hirieron ardiendo en sus propios gritos, implorando su perdón.

Una risa amarga, su propia risa, escapó de sus labios. Se sintió poderosa, libre de las ataduras de la compasión y el perdón. Ahora era una diosa de la venganza, un ángel caído dispuesto a arrasar con todo a su paso.

El Baile en la Penumbra

Los aldeanos comenzaron a notar su ausencia y susurros de miedo llenaron el aire. Algunos decían que habían visto a Lyra caminando sola por el bosque en medio de la noche, con una mirada que congelaba la sangre, como si hubiera regresado de las mismas profundidades del infierno. La gente evitaba susurros, temiendo que ella pudiera escuchar y maldecirlos con solo una mirada.

Una noche, cuando la luna estaba en su punto más alto, Lyra emergió de las sombras, cubierta con una capa negra y ojos que ardían como brasas. Caminó hasta la aldea en un silencio mortal, y la tierra misma parecía estremecerse bajo sus pies.

Los aldeanos se escondieron en sus casas, cerrando puertas y ventanas, pero no había lugar seguro para escapar de la maldición que Lyra cargaba consigo.




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