Los días, a veces rápidos, otros interminables, por fin me llevaron a la fecha de las jornadas de puertas abiertas del instituto al que me había apuntado. Semanas enteras soñando con ese momento, un paso enorme hacia una nueva etapa. La emoción me revolvía el estómago, pero también venía con ese cosquilleo incómodo en la nuca que anunciaba los nervios. Al fin y al cabo, aquello significaba empezar de cero, dejar atrás lo conocido para lanzarme a lo incierto, esperando que esta vez, todo encajara.
Pero claro, la vida, con su particular sentido del humor, no podía dejar que las cosas salieran bien a la primera. Siempre hay algún giro inesperado, alguna curva que te toma por sorpresa. Y esta vez, la sorpresa fue monumental. Terminé metida en un pequeño lío que, con el tiempo, se convertiría en una anécdota recurrente, de esas que provocan carcajadas en las reuniones familiares y que, curiosamente, involucra al director del instituto. ¿La razón de tanto alboroto? Me había apuntado a las puertas abiertas del colegio infantil en lugar del instituto. Sí, lo sé, suena a broma, pero la realidad, a veces, supera la ficción.
Todo empezó cuando, revisando la web del centro, vi el nombre. Con la mente ya en modo "instituto" y la emoción a flor de piel, y reconozco, con una buena dosis de despiste, rellené el formulario sin prestar la más mínima atención a los detalles. En mi cabeza, todo estaba en perfecto orden. Me visualizaba caminando por pasillos llenos de adolescentes, eligiendo asignaturas fascinantes, y no, precisamente, aulas decoradas con conejitos y flores. La burbuja de mi ilusión explotó en el mismo instante en que puse un pie en el lugar. Me encontré rodeada de niños pequeños que correteaban como duendes, padres con carritos de bebé que sorteaban grupos de futuros "alumnos" de preescolar, y aulas que parecían sacadas de un cuento, con dibujos de colores y letras gigantes colgando del techo. En ese preciso momento, la realidad me golpeó, como un portazo en la cara, y entendí la magnitud de mi error. No sabía si echarme a reír a carcajadas por lo absurdo de la situación o si, simplemente, la tierra me tragaría y desaparecería para siempre. La vergüenza me subió hasta las orejas, pero, al final, una mezcla de risas nerviosas y ese rubor inevitable fue lo que predominó.
Una de las profesoras, una mujer amable con una sonrisa tranquilizadora, se acercó al verme tan desubicada. Tras una explicación entrecortada y un tanto vergonzosa por mi parte, y sus consecuentes risas (que, para ser justos, eran comprensibles), el malentendido quedó aclarado. Acordamos que tendría una reunión con el director para hablar de mi inscripción. Para añadirle un toque más peculiar a la situación, la cita quedó programada justo el mismo día del cumpleaños de mi madre. Un día ya de por sí ajetreado con preparativos, la tarta y las llamadas de felicitación, se transformó en una maratón de eventos que no esperaba. Era como si el universo conspirara para que aquel día fuera memorable, aunque fuera por las razones más insólitas.
Llegué a la reunión con el director con una mezcla de nervios y curiosidad. La sala de espera era sobria, con unos pocos cuadros en las paredes y el suave murmullo de voces provenientes de alguna oficina cercana. Me senté, intentando calmar el latido de mi corazón y repasando mentalmente lo que le diría. Observé el reloj de pared, sus manecillas moviéndose con una lentitud exasperante, y repasé mentalmente las excusas y preguntas que me había preparado. No quería parecer una completa despistada, a pesar de que el incidente del colegio infantil había dejado claro que lo era. Cuando me llamaron, respiré hondo y entré. El director, un hombre de unos cincuenta y tantos, con gafas y una mirada amable pero penetrante, me recibió con una sonrisa que ya me resultaba familiar, aunque solo lo hubiera visto por unos segundos en el colegio infantil. Hablaba con una calma que me sorprendió, transmitiendo una sensación de control y experiencia.
Durante la reunión, me explicó con detalle todas las opciones y asignaturas que ofrecían en el instituto. Desgranó los programas de estudio, las actividades extracurriculares y las distintas especialidades. Hablaba con pasión de la filosofía del centro, de su compromiso con el aprendizaje integral y del ambiente que se esforzaban por crear. Me convenció por varias razones, todas válidas, pero sin duda, la principal fue que en las asignaturas optativas incluían psicología. Aquella palabra resonó en mi cabeza como una campana. La psicología siempre me había fascinado; era una materia que llevaba años queriendo estudiar, devorando libros y documentales cada vez que tenía oportunidad. Desde muy pequeña, había sentido una fuerte curiosidad por la mente humana, por los intrincados laberintos de los pensamientos, las emociones y los comportamientos. Me encantaba intentar descifrar por qué la gente hacía lo que hacía, cómo se formaban las personalidades, o qué mecanismos se escondían detrás de nuestros miedos y alegrías. Así que, en cuanto escuché que tenía la oportunidad de aprender sobre ello de forma estructurada, no lo dudé ni un segundo. Sentí una punzada de emoción que me hizo olvidar por completo el bochornoso incidente de la mañana.
La reunión se extendió un poco más de lo esperado, con el director profundizando en los detalles y yo haciendo preguntas que, por el entusiasmo, se me venían a la cabeza sin filtro. Justo cuando terminaba de responderme sobre los clubes de lectura, una idea me cruzó la mente, algo que me picaba desde que había puesto un pie en el colegio infantil.
—Director —me atreví a decir, interrumpiéndole suavemente—, sé que esto es un poco… peculiar, pero… ¿le ocurre a menudo que los alumnos se confundan de centro en las puertas abiertas? Lo pregunto por lo mío de hoy.
Él se echó a reír, un sonido grave y amable que disipó la formalidad del despacho. Se ajustó las gafas, con una sonrisa cómplice.
—Señorita Daniela, para serle completamente sincero, su caso es bastante único. Hemos tenido despistes, por supuesto, pero ¿un instituto confundido con un colegio infantil? Eso es nuevo. De hecho, me temo que su historia ya se ha convertido en la anécdota del día entre el personal.
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Editado: 24.07.2025