La vuelta a casa, que normalmente me resultaba un paseo tranquilo y casi automático, una especie de ritual para bajar las pulsaciones después de la explosión en el lago y el inesperado encuentro con Sergio, se tornó inquietante en cuestión de segundos. El sol ya empezaba a declinar, tiñendo el cielo de tonos cálidos que, en otras circunstancias, me habrían parecido hermosos. Sin embargo, en ese momento, solo presagiaban la llegada de la oscuridad, y con ella, un aumento de mi ya creciente ansiedad. Iba con los cascos puestos, sumida en mis propios pensamientos. Max, mi perro, trotaba a mi lado, ajeno al torbellino de emociones que me invadía.
De repente, una figura en el horizonte captó mi atención. No estaba segura de si la había notado antes, pero allí estaba: un hombre de unos 50 años o más, de pie, quieto, con la mirada fija en mí. Parecía esperarme. Al principio, intenté restarle importancia, convencerme de que solo era una coincidencia. Quizás estaba esperando a alguien, o simplemente estaba distraído, perdido en sus propios pensamientos. Me dije a mí misma que mi mente estaba jugando conmigo, que el estrés del día me estaba haciendo ver fantasmas donde no los había. Pero la actitud de ese hombre no era normal. No apartaba la vista. Sus ojos, incluso a la distancia, se sentían como dos focos clavados en mi espalda. Era una mirada que no parpadeaba, una que me escaneaba, me analizaba.
Un escalofrío helado, de esos que te erizan hasta el último vello, recorrió mi espalda. Bajé la mirada, como si mi móvil de repente fuera lo más interesante del mundo, y pasé de largo, fingiendo que no lo había notado. Mi corazón ya empezaba a bombear con una fuerza inusual, y mi instinto, esa vocecita interna que rara vez se equivoca, me gritaba que algo no iba bien, que había una señal de alarma parpadeando en rojo. Apenas avancé unos metros, mis oídos, a pesar de la música que sonaba en mis auriculares, captaron algo más allá de la melodía: pasos detrás de mí. Lentos, constantes, acompasados a los míos. Un ritmo inquebrantable. Una presencia que se sentía demasiado cercana.
Intenté ignorarlo, aferrándome a la idea de que no debía entrar en pánico. "Seguramente solo va en la misma dirección que yo", me repetía, "tu paranoia está exagerando la situación". Pero el ritmo de esos pasos no disminuía, no se desviaba. Se mantenía firme, como si me siguiera. Y entonces, escuché algo más, algo que me hizo tensar cada músculo de mi cuerpo: su voz.
No entendí lo que decía, el sonido era un murmullo indistinto que el viento se llevaba, una especie de gruñido bajo que no lograba descifrar. Pero definitivamente estaba hablando, y la sensación de que me hablaba a mí crecía con cada zancada. La duda me hizo voltear discretamente la cabeza, sin detener el paso, para ver si había alguien más cerca a quien pudiera dirigirse, algún transeúnte, otro paseante de perros, un vecino. No. Solo estábamos él, mi perro y yo en aquel tramo del sendero. En ese momento, mi corazón empezó a latir con fuerza contra mi pecho, un tambor desbocado en mi caja torácica. La garganta se me cerró, como si un puño invisible la apretara, y sentí un nudo de ansiedad instalarse en mi estómago, pesado y frío. La música en mis oídos ya no tenía sentido, se había convertido en un ruido molesto que me impedía escuchar lo que realmente importaba. Con un movimiento tembloroso, pausé la canción, dejando solo el sonido de mis pasos y los suyos como un siniestro eco que me perseguía, cada vez más cerca.
Aceleré el ritmo de mi caminata sin mirar atrás. Intentaba mantener la compostura, aparentar que todo estaba bien, que simplemente iba con prisa, que no lo había notado, que era solo una adolescente absorta en sus cosas. Pero la sensación de peligro se hacía más y más intensa con cada segundo que pasaba, como una niebla que se volvía más densa, más opresiva. Mi cabeza comenzó a llenarse de escenarios horribles, imágenes de lo que podría pasar si él realmente me estaba siguiendo con malas intenciones. ¿Y si intentaba alcanzarme? ¿Y si me agarraba del brazo? ¿Y si no había nadie cerca para ayudarme? La soledad en aquel camino, que antes era mi refugio, ahora se sentía como una trampa.
El sudor comenzó a resbalar por mi frente, frío y pegajoso. Con los dedos temblorosos que apenas respondían a mis órdenes, saqué el móvil del bolsillo. Mis ojos buscaron frenéticamente la pantalla, intentando enfocarme. Abrí el chat con Mario y escribí un mensaje rápido, casi ilegible por la prisa y el miedo: "Ayúdame. Creo que alguien me está siguiendo". No estaba segura de que me respondiera de inmediato, o si siquiera lo vería a tiempo, pero era mi primera reacción. Decidí escribir a otros amigos también, a cualquiera que pudiera estar en línea: "¿Alguien está cerca? No sé qué hacer, hay un tipo siguiéndome". Envié mensajes a Elena, a Marcos… La desesperación me invadía.
Esperé unos segundos, que se sintieron como una eternidad, mirando la pantalla con una desesperación que me quemaba los ojos. Nada. Ni un solo mensaje de vuelta. La barra de notificaciones permanecía vacía, indiferente a mi miedo, a mi grito silencioso de auxilio. La frustración se mezcló con el pánico. Necesitaba respuestas, necesitaba que alguien supiera lo que estaba pasando, que alguien me hablara, aunque fuera para decir "estoy aquí", para sentir que no estaba sola. Pero la cruda realidad era que en ese momento lo estaba, completamente a la intemperie.
Seguí caminando cada vez más rápido, casi trotando, mis piernas empezando a sentir el esfuerzo. Mi perro, Max, me acompañaba sin darse cuenta de la tensión en el ambiente, a veces incluso tiraba de la correa para olfatear algún arbusto, sin entender mi urgencia. Esperaba que en algún momento el hombre tomara otra dirección, que mi miedo fuera solo una exageración, que se disolviera en la brisa. Pero no. Lo comprobé cuando, al llegar a un desvío, giré en una calle más solitaria, una que solía tomar para acortar, y él hizo exactamente lo mismo. No había duda.
#6152 en Novela romántica
#1639 en Chick lit
#750 en Joven Adulto
romance 18 adolescente, romance joven enamorado, celos deseo lujuria hombre posesivo
Editado: 24.07.2025