Cadere

Miedo

 

No tardé mucho en ordenar el despacho y recoger mis cosas. Los papeles seguían por en medio pero, por lo menos, sabría ubicarme entre las hojas al día siguiente: un montón leído y otro de los faltantes, los dos ordenados cronológicamente.

Salí cerrando el despacho con llave y asegurándome de que las luces no se quedaran encendidas. Una vez en la entrada me dirigí al perchero donde estaba mi chaqueta y la de Diego, se la había dejado. 

Era un poco gracioso ver la diferencia de altura entre los dos y el abrigo solo hacia que demostrarlo. Colgado en la percha más baja rozaba el suelo y era más alto que yo. Sacudí la cabeza riendo, casi me iba a tocar arrastrarlo para llegar a casa.

Al salir del despacho descubrí que las calles estaban vacías, solo se escuchaban mis tacones repicando contra los adoquines y las farolas eran lo único que iluminaban la calle. 

Era una visión extraña. Por la mañana esta era una de las calles más transitadas de la ciudad mientras que por la noche se quedaba desierta. Estábamos en pleno invierno y las únicas personas que veías en la calle eran hombres que iban de bar en bar bebiendo. 

Aguanté con el abrigo de Diego en la mano hasta que vinieron dos ráfagas de viento, a la que hizo tres decidí ponérmelo. 

Mejor calentita y saco de patatas que de mi tamaño y congelada.

Del despacho a la casa había unos diez minutos de recorrido. Durante las primeras calles no vi a nadie pero todo empezó a cambiar al acercarme a la zona de bares, una zona más concurrida. Intenté evitarlos pero no sabía como llegar de otra forma y preferí seguir por ese camino a perderme y no llegar a casa.

Lo curioso de Fothram era que aunque tenían una zona de bares estos estaban muy separados entre sí y el camino entre uno y otro se volvió a quedar desierto. Pasé por tres bares y tabernas diferentes hasta que la situación cambió.

Una vez giré la esquina de la calle volví a quedarme sola, la gente se había quedado en el bar. Pero cuando estaba a tres calles de casa eso cambió. 

Empecé a oír otros pasos además de los míos pero cuando me giraba no había nadie. Eso se repitió tres veces y cada vez que pasaba mi corazón se aceleraba. No fue hasta que fui a girar una esquina que lo ví.

Detrás de mí venía un hombre, no lo veía bien pero debía de ser más alto que yo, andaba descoordinado, como dando tumbos, debía ir con algunas copas de más. 

A lo lejos pude escuchar voces de fiesta, no venía solo pero parecía que era el único que me había visto, sus amigos todavía no habían doblado la esquina.

Miré disimulada dónde estaba exactamente y calculé rápidamente cuánto me faltaba para llegar. Si la casa estaba en la calle Crescent eso era a más de dos manzanas de aquí... Demasiado. 

Podía escuchar mi corazón en los oídos. En el último momento tomé una decisión, desviarme del camino.

La primera esquina que vi la tomé y me puse a correr. Esperaba que si al girar no estaba me dejaría en paz. 

Izquierda. Recto. Derecha. Izquierda. 

No podía correr más. Paré en mitad de la calle un momento y escuché, no se oía nada. Lo siguiente que hice fue mirar hacia atrás, ya no estaba. 

Esperé unos minutos para recuperar el aliento y tranquilizarme. Me limpié el sudor de la frente pero me costó unos intentos, estaba temblando. Me había desviado del camino y tenía que pensar donde estaba. Me costó un poco pero reconocí la pequeña sastrería que había en la calle, Alice me había llevado para recoger mi ropa un día.

Podía volver a casa, huir del frío y de los horrores de la noche.

Decidí ponerme en marcha por el camino más corto que sabía, no quería retrasarme más, y giré otra vez a la derecha. 

No pasaron ni cinco segundos cuando alguien me cogió por detrás y me tapó la boca. 

No, no, no. 

Había vuelto a la misma calle.

Era tonta.

Callejeando había vuelto a la calle principal, donde había dejado a ese hombre, pero a un tramo más adelantado.

Empecé a sacudirme y a intentar liberarme pero para lo único que sirvió fue para que me apretara más fuerte. 

- Sh, cariño, shh - era un hombre. Me estaba hablando al oído. - Tranquila bonita, no te va a pasar nada.

No podía moverme ni quitármelo de encima, me venía un olor a alcohol de su aliento y la mano que tenía en mi boca estaba mojada con algo. 

Intenté gritar pero no le gustó.

- No grites, nos lo vamos a pasar bien - me cogió del pelo y tiró. Sentí como los ganchos que sujetaban el sombrero tiraban y se soltaban y lo vi caer al suelo. 

Era como estar en otro sitio. Por un lado me oía sacudirme e intentaba gritar y pedir ayuda. Por el otro solo podía sentir los empujones y tirones del hombre, como iba quitándome la chaqueta. Cerré los ojos una vez y desconecté, lo siguiente que vi fue el suelo, frío con una capa de humedad casi congelada, tanto que las piedras casi brillaban.

- ¿Ada? ¿Eres tú? -no sabía quién me hablaba, llevaba una luz y me estaba dando a la cara.

- Tengo frío- casi no podía hablar, era probable que ni me hubieran oído.

Sentí como una mano me tocaba la frente y me apartaba el pelo. Ante eso solo pude encogerme, no podía ni moverme.

- Mierda, Ada. 

Las palabras cada vez estaban más lejos, mi cabeza era un lío de cosas. No podía concentrarme en nada. Solo notaba el frío.

Durante unos segundos pude abrir los ojos. Había un grupo de gente. ¿Ron? ¿Ese era Ron? ¿Estaba viendo doble? No, ese era rubio. No podía ser, estaba soñando.

- ¿Có..mo..? 

Al verme, ese hombre desapareció de mi vista y dejó solo a Ron.

- Oye, es ella. Avisad a Diego estaba en...

No pude escuchar más, solo había oscuridad.


 



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En el texto hay: drama, amor, cienciaficion

Editado: 07.07.2024

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