El sonido de los tacones de Eliza resonaba en el pasillo de Vaughn Enterprises, pero no era simplemente el sonido de sus pasos. Era la huella de alguien que había aprendido a pasar desapercibida, a ser invisible incluso en su propia vida. Cada paso estaba cuidadosamente medido, como los de una sombra que sigue a su dueño, ajena a la vida propia, pero siempre presente. Con el tiempo, Eliza se había convertido en una sombra de sí misma, dominada por una rutina que la mantenía en constante alerta, pero a la vez la alejaba de lo que una vez fue.
La tarde anterior había sido diferente. Clara, su amiga de siempre, la había sacado del trabajo, llevándola al parque como en los viejos tiempos. Habían hablado de trivialidades, riendo como solían hacerlo, pero Eliza sentía un vacío que no podía nombrar. Como si las palabras de Clara fueran ecos lejanos, mientras que la ansiedad de su vida laboral, sus tareas y sobre todo Lucian, se colaban en su mente, como veneno infiltrándose en su cuerpo.
"Siempre tan ocupada, ¿eh?" La voz de Clara había sonado preocupada, y Eliza respondió con una sonrisa tensa, que no logró disimular la inquietud que sentía.
"Sabes que si necesitas un descanso, yo siempre estoy aquí," había insistido Clara, aunque Eliza notó el leve tono de reproche en sus palabras, como si ya hubiera dicho aquello demasiadas veces.
Pero, en el fondo, Eliza ya no sabía lo que necesitaba. Los planes con Clara se iban haciendo más distantes. Su vida había quedado absorbida por las expectativas de Lucian. Él, que no solo había sido su jefe, sino que lentamente había comenzado a poseer su mente, su tiempo, sus pensamientos. Y lo peor de todo: Eliza ni siquiera se daba cuenta de cómo había sucedido.
A medida que cruzaba la puerta de la oficina de Lucian, el ambiente frío y ordenado la envolvía como siempre. Su despacho era tan impecable como la primera vez que lo vio. La misma frialdad que él imponía en cada rincón de su vida, y que Eliza había aprendido a replicar. Sin embargo, esa mañana, había algo diferente. Un ligero, casi imperceptible cambio en el aire, como si el espacio estuviera más denso, más cargado de una tensión que no lograba identificar.
"Eliza," dijo Lucian sin levantar la vista de los papeles sobre su escritorio. Su voz grave, como siempre, cortó el aire, imponiendo una autoridad que parecía penetrar hasta sus huesos.
Eliza se detuvo justo frente a él, y por un momento, el silencio entre ellos se alargó. No era necesario hablar; no era necesario explicar nada. Lucian no le pedía más que resultados, siempre resultados.
"¿Estás lista para la reunión de la tarde?" preguntó él, su voz tan controlada como siempre, pero hoy, algo en ella hacía que el estómago de Eliza se tensara de una manera distinta.
"Sí, señor. Todo está listo," respondió Eliza, con el tono frío y profesional que ya le había aprendido a manejar. Nada en su voz traicionaba el nerviosismo que comenzaba a agitarla por dentro, pero en su interior, algo la desconcertaba. Había algo en Lucian hoy, algo en su presencia que la ponía más alerta de lo habitual.
"Bien," dijo él, sin añadir más, y Eliza salió rápidamente de la oficina, casi con un suspiro de alivio. La puerta se cerró tras ella con un suave clic, pero ese sonido resonó dentro de su cabeza, como un eco que no lograba disiparse.
Mientras caminaba de regreso a su cubículo, las palabras de Lucian flotaban en su mente, pero ya no solo sus palabras. Cada vez que pensaba en él, sus recuerdos se mezclaban con algo más. Al principio, Lucian había sido solo su jefe: exigente, distante, pero nada más que una pieza más en la maquinaria de Vaughn Enterprises. Eliza había aprendido a ser la secretaria perfecta, a hacer todo lo que él le pedía sin cuestionarlo. Pero con el tiempo, algo había cambiado. Lucian ya no era solo su jefe. Él había comenzado a influir en su vida de formas sutiles, invasivas, como una sombra que se extendía más allá de las paredes de la oficina, colándose en su mente.
El teléfono vibró en su bolsillo, interrumpiendo sus pensamientos.
Un mensaje de Lucian: "Quiero ese informe en mi oficina a las tres. No hagas que espere."
Eliza miró el mensaje y, por un momento, se quedó inmóvil. La fría autoridad que él transmitía la paralizaba, pero, al mismo tiempo, había algo más, una fuerza interna que la impulsaba a actuar, como si estuviera siendo arrastrada por una corriente que no podía controlar.
"No puedo fallar," pensó, y rápidamente comenzó a trabajar en el informe. La sensación de estar atrapada, de estar bajo su control, se iba haciendo cada vez más palpable. Pero aún no sabía qué tan profundamente estaba atrapada en esa telaraña invisible, tejida con hilos que no podía ver, pero que cada vez la apretaban más.
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Editado: 06.05.2025