Cae en sus manos -soberbia-

Capitulo 2

Eliza se despertó temprano, como siempre. La quietud de la mañana, antes de que el bullicio del día tomara el control, le ofrecía un respiro breve pero necesario. Era su único momento de calma, el único espacio en el que aún podía sentir el peso de su existencia sin la constante presión de las demandas de Lucian. Como asistente ejecutiva de uno de los hombres más poderosos de Vaughn Enterprises, su vida giraba en torno a él: las reuniones, los correos electrónicos que nunca dejaban de llegar, las llamadas interminables que la mantenían en un estado constante de alerta. Sin embargo, entre todo ese caos, había encontrado una especie de estructura que la mantenía a flote, un ancla que la ayudaba a mantenerse enfocada, aunque su propia identidad comenzaba a desvanecerse.

Su departamento, que tanto le había costado decorar con toques sencillos pero elegantes, ya no le pertenecía. No en el sentido físico, sino emocional. Había perdido la costumbre de sentir que el lugar era suyo, que ese espacio representaba algo más que un refugio temporal. Ahora, cuando se sentaba en su escritorio frente al ordenador, el entorno parecía casi ajeno, un escenario donde desempeñaba un papel que ya no reconocía completamente.

Eliza miró el reloj. La reunión con Lucian estaba programada para dentro de media hora, pero ya sabía que el tiempo, en su mundo, no siempre se ajustaba a lo planeado. Con un suspiro, se levantó de su silla y se pasó las manos por el cabello, recogiendo un par de mechones rebeldes que caían sobre su rostro, como si pudiera controlar un poco más su apariencia en el mismo momento en que perdía el control de sí misma.

Llegó al despacho de Lucian justo a tiempo. Sin embargo, para su sorpresa, la oficina estaba vacía. No era raro que él la hiciera esperar, pero esta vez había algo en la ausencia de su presencia que la desconcertaba. La oficina, como siempre, estaba perfectamente ordenada, casi clínicamente. Cada objeto en su lugar, cada papel dispuesto con la misma precisión con la que él manejaba todos los aspectos de su vida. Pero la falta de su figura imponente hizo que la atmósfera fuera más pesada de lo habitual. Eliza no pudo evitar un leve escalofrío, como si la ausencia de Lucian anunciara la llegada de algo aún más desconcertante.

Pasaron unos minutos antes de que Lucian hiciera su entrada, sin prisas, como siempre. El aire en la habitación cambió, volviéndose denso, como si su presencia fuera una fuerza tangible que llenaba cada rincón del despacho. El pesado olor a perfume masculino se coló en el ambiente antes de que su figura alta, segura y arrogante apareciera en el umbral de la puerta. Él avanzó con paso firme, la luz de la mañana reflejando en su rostro de facciones agudas, dando la impresión de que cada movimiento suyo estaba calculado. No había prisa, no había ansiedad. Sólo él, Lucian Vaughn, dueño de su espacio, dueño de la situación.

“¿Todo listo para la presentación de hoy?” Su voz, grave y fría, cortó el silencio con la precisión de un bisturí, clavándose directamente en el centro de su conciencia.

Eliza asintió automáticamente, sintiendo el peso de su mirada que parecía analizar cada uno de sus movimientos. A pesar de la aparente indiferencia de Lucian, había algo en su presencia que la dejaba sin aliento. Sabía que él siempre la observaba con atención, pero hoy, esa vigilancia parecía mucho más intensa. Era como si estuviera evaluando algo más allá de sus capacidades profesionales, como si estuviera calibrando cada gesto, cada palabra que ella pronunciaba.

“Sí, Lucian. Los informes están listos y el equipo está preparado.”

Eliza intentó mantener la calma, pero su voz traicionó una ligera vacilación. Lucian no mostró ninguna emoción, sólo una leve sonrisa que no alcanzaba sus ojos. Era una sonrisa que había comenzado a resultarle desconcertante, incluso incómoda. En el pasado, esa sonrisa había encendido algo en su interior, un fuego de ambición que la impulsaba a ser mejor, a ser la mejor. Pero ahora, esa sonrisa parecía más una burla silenciosa que un reconocimiento.

“Me gusta cómo trabajas, Eliza. No me equivoco en ti, siempre estás un paso adelante. Es… admirable.” Su tono era suave, casi elogioso, pero las palabras caían como un peso sobre ella, como una presión sutil pero constante que la hacía sentir pequeña, atrapada.

Eliza forzó una sonrisa, pero la punzada de inseguridad que sentía en su pecho no desapareció. ¿Desde cuándo se sentía así? ¿Desde cuándo su deseo de complacerlo, de hacer todo perfecto para él, había comenzado a consumirla tanto? ¿Era este el precio de su ambición? ¿Era este el costo de estar tan cerca de Lucian Vaughn?

“Gracias”, dijo con la voz ligeramente temblorosa, tratando de recuperar algo de control sobre sí misma.

Lucian la miró fijamente por un momento, como si estuviera evaluando si su respuesta era sincera. Entonces, sin cambiar su expresión, dijo: “De nada. Aunque… lo cierto es que quiero que te concentres más en la presentación que en buscar mi aprobación. No me gusta ver que estás más preocupada por hacer todo perfecto para mí que por ser eficiente.”

Sus palabras eran suaves, pero la autoridad en su voz era innegable. Cada frase que él pronunciaba estaba impregnada con una intención que Eliza empezaba a comprender demasiado bien: él la estaba moldeando. Poco a poco, sin que ella se diera cuenta, la estaba transformando en lo que él quería que fuera.

Eliza sintió su estómago retorcerse, esa misma sensación de insuficiencia que había experimentado tantas veces en su presencia. En su mundo, nunca era suficiente. Siempre había una expectativa, siempre había una meta a alcanzar, pero esa meta nunca parecía estar al alcance. Era como un vaso que nunca dejaba de vaciarse, sin importar cuán duro trabajara.

“Lo tendré en cuenta”, susurró, como si las palabras pudieran aliviar el peso de su culpa, pero lo único que lograban era aumentar la presión.

Lucian no respondió de inmediato. En su lugar, dio un paso atrás, dirigiéndose hacia la ventana de su oficina. La luz del sol reflejaba en sus facciones, haciendo que pareciera aún más imponente, como un depredador que acecha a su presa. Eliza lo observó, su mente trabajando en silencio, sin saber si quería estar allí o si deseaba desaparecer en ese mismo instante.




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