Eliza llegó al trabajo con la cabeza llena de pensamientos que no podía disipar. Había algo en su interior, una especie de incomodidad persistente que no lograba identificar. Era como si una niebla pesada se hubiera instalado en su mente, dificultando incluso la tarea más sencilla. Aunque trataba de ignorarlo, la sensación se mantenía ahí, presionando su pecho como un peso invisible. Había tantas cosas por hacer, tantas decisiones por tomar, y sin embargo, no podía escapar de esa molesta incertidumbre.
La reunión programada para las tres de la tarde era uno de esos momentos en los que debía dejar de lado cualquier distracción y concentrarse por completo. Sabía que su desempeño en la presentación podría significar un paso adelante en su carrera, o, por el contrario, un fracaso que nadie dejaría de notar. Eliza había aprendido a manejar la presión como nadie, pero hoy algo parecía fuera de lugar. Quizás era la creciente sensación de que, a pesar de todo su esfuerzo, había algo que no podía controlar. Algo relacionado con Lucian.
Recordó su conversación de esa mañana, cuando él había estado más callado de lo habitual. Lucian tenía la capacidad de leerla como nadie más, pero Eliza se había esforzado en mantener su compostura. Nada de eso importa ahora, se decía a sí misma, pero no podía evitar sentirse desconcertada por su actitud tan calculada.
Se sentó en su escritorio y abrió el ordenador. No había tiempo para perder en reflexiones. Había que preparar la presentación, revisar los informes, asegurarse de que todo estuviera listo. A medida que sus dedos volaban sobre el teclado, sus pensamientos volvían a aquella extraña sensación de incomodidad, a la presencia de Lucian que la acechaba incluso cuando no estaba cerca.
El reloj avanzaba implacable, y a las tres en punto, Eliza se dirigió a la sala de reuniones. Las luces de la oficina brillaban con una intensidad casi cegadora, como si quisieran mantener a todos alerta, vigilantes. El edificio estaba casi vacío a esa hora, con la mayoría de los empleados en sus escritorios o en reuniones como la suya. Caminó por el pasillo con paso firme, pero al llegar a la puerta, una sensación de duda se apoderó de ella. Se detuvo frente al umbral, respiró hondo y se armó de valor. Era su momento, y no podía dejar que nada, ni siquiera Lucian, la desestabilizara.
Empujó la puerta y entró. En la mesa de reuniones estaban los tres miembros clave del equipo: Vincent, el director de operaciones, Sara, la responsable del departamento de marketing, y Noah, el jefe de finanzas. Todos esperaban, pero sus miradas se posaron en ella con una mezcla de expectación y paciencia. Eliza sabía que todos confiaban en ella, pero, al mismo tiempo, la presión sobre sus hombros aumentaba cada segundo.
“Buenas tardes”, dijo Eliza, su voz resonando en la sala vacía. Se sentó en la cabecera de la mesa, frente a los demás, y colocó los papeles sobre la mesa con cuidado. No debía mostrar debilidad, no ahora.
"Eliza, todo listo para la presentación, ¿verdad?" preguntó Vincent, su tono grave y directo, sin adornos. Eliza asintió, aunque en su interior una inquietud persistente comenzaba a crecer.
"Sí, todo está preparado", respondió, intentando mantener la calma. "He revisado cada detalle, y todo está en orden."
La reunión comenzó de manera formal, pero en cuanto Eliza comenzó a exponer los puntos clave, su mente empezó a divagar. Las palabras salían de su boca con fluidez, como siempre, pero había algo detrás de ellas que no podía controlar. La sensación de que Lucian estaba observando cada uno de sus movimientos, incluso ahora, estaba ahí, como una sombra que no la dejaba en paz.
De repente, la puerta se abrió con suavidad, y un par de ojos oscuros apareció en el umbral. Lucian. Él había estado allí todo el tiempo, aunque Eliza no lo había notado hasta ese momento. Su presencia era tan sutil, tan inconfundible, que la sala pareció cerrarse aún más, el aire volviéndose más denso. Lucian observó desde la puerta sin hacer un solo ruido. Su mirada fija en Eliza, con esa sonrisa casi imperceptible que siempre la descolocaba.
"¿Puedo interrumpir un momento?" preguntó Lucian, su tono suave pero cargado de autoridad.
Eliza lo miró, un nudo en el estómago. No. No ahora. Pero no podía rechazarlo. No delante de sus compañeros.
"Por supuesto", dijo, forzando una sonrisa.
Lucian cruzó la sala con paso seguro, se acercó a la mesa y se sentó, ignorando completamente las sillas vacías. No estaba allí como invitado, sino como si tuviera todo el derecho del mundo de estar en el centro de la conversación. Todos en la sala se miraron entre sí, sorprendidos por su entrada, pero nadie se atrevió a decir nada.
“Sólo quería escuchar un poco de lo que estaban discutiendo”, comentó Lucian mientras se acomodaba en la silla. Eliza sintió cómo su piel se erizaba ante su cercanía. No, no ahora. Intentó mantener la compostura.
"Estamos revisando los puntos clave de la presentación para mañana", explicó Eliza, sin apartar la mirada de los documentos. “Nada fuera de lo común, como mencioné antes.”
Lucian asintió lentamente, con una sonrisa que no era nada tranquilizadora. “Ya veo. Aunque no soy un experto en este tipo de presentaciones, siempre me ha interesado cómo los detalles más pequeños pueden marcar la diferencia. A veces, un simple movimiento de un dedo puede cambiar todo el curso de una conversación.”
Eliza lo miró de reojo, tratando de ignorar la incomodidad que su cercanía le provocaba. “Esos detalles son lo que marcan la diferencia en los negocios, Lucian.”
Él se inclinó hacia adelante, su mirada clavada en ella, como si estuviera esperando algo más. “Claro, claro... pero ¿y los detalles personales? ¿Esos también cuentan? ¿Lo que dejas de hacer o decir en una conversación?”
Eliza tragó saliva. ¿Qué intentaba decir? Las palabras de Lucian se entrelazaban en su mente con los recuerdos de esa mañana, cuando le había sugerido que a veces no basta con hacer bien el trabajo. ¿Qué quiere de mí?
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Editado: 06.05.2025