Cae en sus manos -soberbia-

Capítulo 4

Eliza llevaba varios días luchando contra la desconcentración. Desde que su última conversación con Lucian había quedado atrapada en su mente, nada parecía calmar su inquietud. Intentaba con todas sus fuerzas enfocarse en su trabajo, pero su mente no dejaba de regresar a esas palabras, a esa mirada profunda, casi magnética, que había percibido en él. Cada vez que cerraba los ojos, la imagen de Lucian se le presentaba como un recuerdo persistente, una sombra que la seguía, imparable.

“Nos vemos más tarde,” le había dicho, en un tono suave, pero con un dejo de autoridad que hacía que esas palabras se sintieran mucho más profundas de lo que deberían haber sido. “No olvides lo que te dije,” había añadido, una frase que a Eliza le costaba sacarse de la cabeza. Eliza no entendía bien por qué, pero desde ese momento, esas palabras parecían estar suspendidas en el aire, repitiéndose una y otra vez, como si Lucian mismo estuviera dentro de su mente, controlando sus pensamientos sin ni siquiera estar presente.

A medida que pasaban los días, empezaron a suceder pequeños cambios en su rutina diaria, y Eliza comenzó a notarlos con creciente incomodidad. Sus amigas, a las que antes veía con frecuencia, comenzaban a sentir su ausencia. Ya no aceptaba las invitaciones de su familia para cenar, ni las de sus compañeros de trabajo para salir después de la jornada. Algo dentro de ella la impulsaba a rechazar esas ofertas. Sentía que, de alguna manera, tenía que estar disponible. Siempre disponible para Lucian. Si no lo estaba, la sensación de ansiedad se intensificaba. Era como si algo importante, algo que no podía entender, se estuviera perdiendo en esos momentos de desconexión.

Aquella tarde, después de una interminable reunión en la oficina, Eliza se dirigió a su apartamento. Las luces de la ciudad brillaban a través de la ventana del tren, pero su mente estaba nublada, distraída. El aire fresco que entraba por las ventanillas del tren no conseguía disipar el peso que sentía sobre sus hombros. A pesar de la liviandad del ambiente, Eliza no podía deshacerse de la presión que sentía en su pecho.

Al llegar a su apartamento, cerró la puerta con suavidad, pero nada en su entorno parecía estar igual. La lámpara que siempre iluminaba su mesa de café estaba encendida, creando un resplandor suave en la habitación. Sin embargo, a medida que avanzaba hacia el centro de la sala, sus ojos se posaron en el pequeño rincón donde siempre dejaba su bolso y otras pertenencias. Algo no estaba bien. Algo no encajaba.

Fue entonces cuando la vio, como si hubiera estado esperando por ella todo el tiempo. Su mirada se fijó en un pequeño objeto sobre la mesa: una pluma caída, una hoja arrugada, pero también algo más. Había algo en el aire, una sensación de que lo que sucedía a su alrededor era el resultado de su desconexión del mundo exterior. Las pequeñas molestias de su vida, las pequeñas cosas que alguna vez le preocuparon, ya no tenían el mismo peso. Lucian había comenzado a moldear su existencia de manera sutil, pero imparable.

Un golpe en la puerta la sacó de su trance. Fue tan inesperado que Eliza se sobresaltó. No esperaba a nadie. Pero al abrir la puerta, encontró a Clara, su amiga de toda la vida, sonriendo como si nada hubiera pasado.

“¡Eliza! Qué sorpresa verte por aquí,” dijo Clara con una sonrisa amplia y, sin esperar invitación, se deslizó hacia adentro.

Eliza trató de mantener su rostro neutral, pero no pudo evitar la incomodidad que sentía al ver a su amiga. Había algo en su interior que le decía que no estaba lista para hablar de lo que realmente estaba pasando en su vida. “Hola, Clara. Pensé que estarías con los chicos esta noche.”

Clara se acomodó en el sofá con un gesto relajado, mirando alrededor del apartamento con la mirada curiosa de siempre. “No, ya sabes cómo soy. No soy de quedarme mucho en esos lugares. Pero vi que hace días no publicas nada en las redes. ¿Todo bien?”

Eliza asintió, aunque por dentro sentía un nudo en el estómago. ¿Todo bien? Mentira. Su vida había dejado de ser "normal", pero no sabía cómo explicarlo. A decir verdad, ni siquiera ella misma lo entendía. “Sí, todo bien, ya sabes... trabajo y esas cosas,” dijo, tratando de sonar casual.

Clara no estaba convencida. Su mirada se agudizó, y Eliza pudo sentir que su amiga intentaba leerla más allá de las palabras. Clara la conocía demasiado bien. “Te noto rara, Eliza. Como... distante. Sabes que puedes contar conmigo si necesitas hablar de algo.”

Eliza no podía decir nada. No podía hablar de Lucian, ni de lo que estaba empezando a sentir. No podía contarle cómo su mente se sentía atrapada entre los pensamientos de él, cómo su vida estaba comenzando a girar alrededor de alguien que ni siquiera comprendía del todo. No podía confundir a Clara con detalles que ni ella misma comprendía. Todo lo que podía hacer era sonreír, forzadamente. “Todo está bien, Clara. No te preocupes.”

Clara, aún desconfiada, observó fijamente a Eliza, como si estuviera esperando una verdad que no estaba dispuesta a revelar. “Si dices que todo está bien…”

Para evitar que la conversación tomara un giro incómodo, Eliza cambió de tema rápidamente. “¿Te gustaría tomar algo? Tengo vino.” Intentó sonar despreocupada, pero su voz sonaba hueca, vacía, como si estuviera intentando llenar un vacío con algo tan superficial como una copa de vino.

Clara aceptó sin dudarlo. Mientras Eliza se dirigía a la cocina, sintió una mezcla de culpa y alivio. No quería que Clara supiera lo que estaba pasando. No quería que nadie supiera lo que Lucian había comenzado a hacer con su mente, con su vida. Cada vez que pensaba en él, sentía que algo se rompía dentro de ella. No era sólo la atracción, sino algo mucho más profundo. Era el control, la presión, la sombra que se cernía sobre ella.

La noche pasó rápidamente entre conversaciones triviales y risas incómodas. Clara se fue poco después, pero antes de irse, lanzó una última mirada significativa a Eliza. “No me hagas esto, Eliza. Sé que algo no va bien. Cualquier cosa, ya sabes donde encontrarme.”




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