Eliza había aprendido a reconocer los patrones. Los pequeños gestos de Lucian, sus palabras calculadas, cada movimiento que hacía como si todo estuviera orquestado con precisión. Era el tipo de hombre que nunca dejaba nada al azar, ni siquiera su silencio. Y, aunque intentaba negarlo, cada vez más se sentía parte de ese plan. Un plan que no había decidido, pero que, sin querer, había aceptado. Cada encuentro, cada palabra, cada mirada, se transformaba en una pieza más de un rompecabezas en el que ella nunca pidió participar, pero al que ahora no podía renunciar.
Esa mañana, como todas las demás, Lucian había aparecido en su oficina, sin previo aviso, como un ente invisible que irrumpía en su rutina sin que ella tuviera voz ni voto. La puerta se cerró con suavidad, y su figura se recortó contra la luz filtrada por las persianas. Eliza no levantó la vista de los papeles que tenía frente a ella. Sabía que él esperaba lo contrario: una reacción, una pequeña chispa de incomodidad para poder jugar con ello. Pero hoy, por alguna razón, no iba a dárselo. Había decidido, al menos por un instante, conservar una parte de sí.
“¿Sabes, Eliza? Hoy es un buen día para comenzar a tomar decisiones.” La voz de Lucian se deslizaba como una serpiente, con una suavidad que desconcertaba, pero siempre con esa intensidad latente que la hacía sentir el peso de cada palabra. Cada sílaba estaba cargada con una intención que iba más allá de lo que decía en voz alta.
Eliza levantó la mirada, encontrándose con sus ojos azules, intensos, como si ya estuviera leyendo todo lo que pensaba. No había escapatoria. "¿Decisiones?" repitió, intentando mantener la calma. Su voz no tembló, pero su interior era una tormenta silenciosa.
“Sí,” respondió él, acercándose con pasos lentos, observando cada detalle de su rostro, como si quisiera capturar algo fugaz. “Decisiones que te liberen. Deberías empezar a pensar en ti misma. No en el trabajo, no en lo que esperan los demás de ti. Solo en ti.”
Eliza sintió un nudo en el estómago. Lo que Lucian le decía sonaba atractivo, como una promesa de escape. De liberación. Sin embargo, había algo detrás de esas palabras que la hacía dudar. El problema con Lucian era que siempre había una doble intención, una capa extra que ella aún no comprendía del todo. Había un abismo entre lo que ofrecía y lo que realmente quería.
“¿Y qué se supone que debo hacer con las decisiones que me ofreces?” preguntó, consciente de que su tono había cambiado, de que ya no era la misma pregunta que había hecho al principio. Era más una súplica disfrazada de indiferencia.
“Primero,” dijo Lucian, “debes dejar de pensar que el control está de tu lado.” Sonrió, una sonrisa que no alcanzaba a iluminar sus ojos. “¿Ves lo que te quiero decir? El control está en mí, Eliza. Y si te entregas, verás que la vida puede ser mucho más fácil.”
Su voz, casi un susurro, se deslizaba como una caricia peligrosa. Él tenía la habilidad de hacer que lo que estaba diciendo sonara inofensivo, pero Eliza sabía que no lo era. Cada palabra era una trampa cuidadosamente dispuesta, cada sugerencia, un paso más hacia la rendición.
“¿Qué quieres de mí, Lucian?” La pregunta salió más fuerte de lo que había planeado, pero cuando la miró, vio la satisfacción en su rostro. La había desarmado de nuevo, incluso sin esforzarse. Él no necesitaba levantar la voz. Su poder radicaba en lo que no decía, en los silencios, en las pausas cargadas de significado.
Él no respondió de inmediato. En lugar de eso, se acercó aún más, ahora tan cerca de ella que sus cuerpos casi se tocaban. Eliza aguantó la respiración, su corazón latiendo con fuerza. En el fondo, sabía que había algo más que palabras en juego. Algo que la estaba arrastrando poco a poco hacia un lugar oscuro.
“Quiero que entiendas que no hay salida, Eliza,” dijo Lucian, su tono bajo pero firme. “No la hay. Te he dado opciones, pero todas te llevan a mí. ¿Crees que alguna vez podrás escapar de esto?”
Ella quería responder, pero algo la detuvo. No era miedo, no era solo duda. Era la sensación de que, al enfrentarlo, estaba aceptando su derrota. Su alma estaba perdiendo algo, y ella no sabía exactamente qué era. No se trataba solo de él, ni de su manipulación. Se trataba de lo que estaba perdiendo de sí misma en el proceso. La transformación era sutil, pero constante.
Lucian sonrió, claramente satisfecho. “Eres más fuerte de lo que crees, Eliza. Pero aún no lo sabes. Tal vez no lo sabrás hasta que me dejes llevarte.”
Antes de que pudiera replicar, él ya se había levantado, alejándose con la misma calma que siempre lo caracterizaba. El silencio llenó la habitación, pesado y denso, como una nube oscura que parecía envolverlo todo. Eliza se quedó allí, paralizada, su mente en guerra. Las palabras de Lucian daban vueltas en su cabeza, desgarrándola por dentro. Era como si cada letra hubiera dejado una marca, una quemadura invisible.
Hoy, en la oficina, las paredes de cristal que rodeaban su escritorio parecían más opresivas que nunca. El sonido de la lluvia golpeando las ventanas no ayudaba a mitigar la creciente tensión que se sentía en el aire. Lucian acababa de terminar una llamada, y su mirada había permanecido fija en ella más tiempo del habitual. Eliza no sabía si el silencio le incomodaba o si era la falta de control lo que la hacía sentirse expuesta.
“Eli,” dijo Lucian, su tono suave pero autoritario. Eliza levantó la vista, encontrando sus ojos oscuros, fijos en ella como si pudiera ver a través de su alma. “¿Te importaría quedarte un momento más después de que todos se vayan?”
Eliza sintió cómo su corazón aceleraba sin previo aviso, pero asintió con la cabeza. Lucian nunca le pedía nada fuera de lo habitual. Nunca algo tan... personal. El simple hecho de que la llamara “Eli” en un entorno laboral rompía todas las barreras de formalidad que ella intentaba mantener.
El ambiente se volvió más denso a medida que los empleados comenzaban a abandonar el piso. El silencio era casi insoportable, y su respiración se volvió más audible a medida que el reloj avanzaba. Finalmente, cuando la última persona se fue, Lucian cruzó la distancia que los separaba con un paso decidido. Eliza se tensó.
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Editado: 06.05.2025