Cae en sus manos -soberbia-

Capítulo 12

Observarla no me cansaba. Era como mirar una obra maestra incompleta, llena de imperfecciones encantadoras que solo yo sabía interpretar. Eliza, en la penumbra de mi oficina, parecía fuera de lugar. O quizás demasiado en su sitio. Su figura, tensa, marcada por esa rebeldía que tanto me intrigaba, contrastaba con el orden simétrico que yo había creado a mi alrededor. Este era mi espacio. Aquí mandaba yo. Aquí todo estaba bajo control. Excepto ella.

Había venido por voluntad propia. Y eso lo hacía aún más interesante. Alegó una excusa trivial, una pregunta sobre un informe que ya conocía de sobra. Fingía que buscaba respuestas, pero lo que realmente la empujaba hacia mí era algo más visceral. Una pulsión que aún no se atrevía a aceptar. Yo la había visto crecer lentamente en su mirada, en su lenguaje corporal, en cada cruce de palabras que compartíamos.

—¿No estás cansada de fingir que no sientes nada? —le pregunté sin levantar la voz, con la suavidad de quien sabe que ya ha ganado.

Ella no respondió. Caminó hacia la ventana, tal vez buscando aire, tal vez escondiéndose de lo que sabía que estaba a punto de suceder. La habitación estaba impregnada de su perfume. Sutil, casi imperceptible, pero suficiente para avivar el deseo que me quemaba lentamente por dentro.

Me levanté sin apuro. Crucé el espacio con calma, cerrando la puerta con un gesto que no pedía permiso. No era por privacidad. Era por dominio. Eliza lo sintió. Lo vi en la forma en que su espalda se tensó. Su instinto reconocía la dinámica: yo tenía el control. Y eso, lo supiera o no, la excitaba tanto como a mí.

—Podrías irte si quisieras —dije, deteniéndome a medio camino.

Ella no se movió.

—Nadie te está reteniendo —añadí, observándola con detenimiento.

—No estoy huyendo de ti —murmuró.

Mentía. No con las palabras, sino con su cuerpo. Su respiración agitada, el ligero temblor en los dedos que apretaban el marco de la ventana, la forma en que sus pupilas se dilataban cuando me acercaba… todo eso decía la verdad. Y yo la entendía mejor que nadie.

—¿Entonces de qué estás huyendo? —pregunté, dando un paso más hacia ella.

Eliza no respondió. El silencio entre nosotros se convirtió en una cuerda tirante. Me encantaba cuando callaba. En su silencio había más confesiones que en cualquier palabra que pudiera decir.

La primera vez que estuvo en esta oficina, había traído una carpeta con informes. Sus manos temblaban ligeramente. Intentaba mostrarse segura, pero no podía sostenerme la mirada más de unos segundos. Le ofrecí café. Lo rechazó. Le ofrecí miedo. Y sin saberlo, lo aceptó.

Desde entonces, fue cuestión de tiempo. De táctica. De observar, esperar, presionar en el momento preciso. Había algo adictivo en moldearla. En empujarla hacia los límites de sí misma. En hacer que se cuestione. Cada vez que salía de esta oficina un poco más confundida, yo me sentía más completo.

Volví al presente.

—No te acerques más —dijo ella, la voz apenas un susurro.

Me detuve. No porque ella lo pidiera. Sino porque entendía el arte de la tensión. Demasiada presión podía quebrarla antes de tiempo. Y yo quería verla doblegarse, no romperse. Aún no.

—No vine para esto —añadió.

—¿No? ¿Entonces qué viniste a buscar?

—Respuestas —dijo, sin mirarme.

—¿Y por qué vienes a mí?

El silencio volvió. Pero ya no era defensa. Era una rendición en proceso. Me acerqué lentamente. Me detuve justo a su lado, sin tocarla, pero tan cerca que podía sentir su calor.

—El problema no es que te moleste lo que yo soy —dije suavemente—. El problema es que te molesta lo que te hago sentir.

—No sabes nada de mí —replicó, girando la cabeza apenas, mirándome de reojo.

—Sé más de lo que te permites admitir. Te conozco, Eliza. Sé que toda esa fuerza que muestras es solo una máscara. Y está bien. No necesitas fingir conmigo.

Vi cómo su expresión cambiaba. Sus labios se entreabrieron levemente. Un segundo. Dos. Luego se cerraron de nuevo, como si acabara de morderse una confesión. Estaba temblando. No de miedo. De anticipación. De deseo reprimido.

—¿Por qué no aceptas lo que está pasando? —pregunté, inclinándome un poco hacia ella—. ¿Qué estás intentando proteger?

—Mi libertad —susurró.

Sonreí. No con burla. Con un tipo de ternura oscura.

—La libertad es una ilusión. Lo único real es lo que deseas. Y tú me deseas a mí, aunque no puedas admitirlo.

Apoyé mi mano en su mejilla. El contacto fue suave, casi reverente. Su piel estaba tibia. Cerró los ojos, pero no se alejó. Mis dedos bajaron hasta su mandíbula. Noté cómo contenía la respiración. Cómo su cuerpo luchaba por mantenerse erguido, digno.

—Déjate llevar, Eliza. Solo un poco. No dolerá.

—Eso es lo que dices siempre —murmuró, abriendo los ojos—. Pero tú no haces nada sin romper algo primero.

—Porque a veces hay que romper para poder reconstruir.

Me miró con una mezcla de miedo, enojo y fascinación. Era hermoso. Era perfecto.

No hubo beso. Aún no. Pero ella no se apartó. Bajó la cabeza levemente, como quien acepta algo que ya no puede evitar. Y yo sentí, por primera vez, que la tenía. No en cuerpo. En alma. Había cedido una parte de sí misma, y yo lo sabía.

La dejé marcharse más tarde. Podría haberla retenido. Podría haber dicho algo más. Pero no era necesario. Lo que había ocurrido ya era irreversible. Eliza se había entregado. Aunque no lo dijera. Aunque no lo aceptara.

Cuando se fue, no encendí la luz. Me senté frente a mi escritorio y cerré los ojos. Su aroma aún flotaba en el aire. Su presencia se había impregnado en cada rincón. Me sentía eufórico, hambriento, completo. Era un placer casi físico. Saber que había cruzado la última barrera. Que ella ya no era libre. Que pertenecía a este juego. A mí.

Encendí el monitor y abrí su expediente. Lo leí todo, una vez más. Las notas, los informes, los detalles menores. Todo me hablaba de ella. Todo era parte del rompecabezas. Estaba construyendo algo. Algo más grande. Más profundo.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.