En el año trescientos veinticinco, en la época nombrada: La Evolución, después de la determinación de los sistemas de las clases sociales y mágicas. En medio de un prado teñido de verdes pálidos, ubicado al norte de Sleilitone; país con gran expansión territorial; donde los árboles alcanzaban un tamaño exorbitante y su cima puntiaguda es nido para animales rapaces, su cuerpo general es ovalado, su follaje se cubre de hojas grandes; también conocido por su gran lago al ser una sepultura de las joyas dadas a los herederos ilegítimos; su ambiente grisáceo agotaría la vista de cualquier persona. Allí se encontraba el palacio perteneciente a la familia imperial Agilan, uno de los imperios más poderosos de Caehal. El palacio ostentaba de gran tamaño, rodeado de un castillo recio hecho de un material propio del país.
En una de las habitaciones del palacio, se encontraba el príncipe imperial. Aquel joven de piel pálida; con ojos con tonalidades azuladas y verdosas junto con su pelo chocolate lacio que cubría con levedad su frente, a pesar de su edad la mandíbula se hacía ver con distinción; observaba con miedo la ventana manchada del gris frío, temía a su pronta coronación como heredero legítimo al trono, una imagen de la corona imperial hizo bruma en su mente; colocó sus manos en la sien porque la molestia se intensó. Los susurros de su mente le decían lo que tenía que hacer, eran molestos y bulliciosos y todos le decían algo en común: “Debes huir.” Su cuerpo se levantó de la cama sin que él lo quisiera, giró velozmente su rostro hacia el armario pero en ese giro observó de manera borrosa el retrato que tiene con su padre, Mark, el emperador, llevaba la corona puesta y el cetro en su mano. Su desasosiego aumentó. Cumplir con el cargo de príncipe imperial era pesado para sus débiles hombros, que se aminoraron al conocer cosas que desearía no haber descubierto jamás. Su mirada se alejó de aquel retrato, caminó hacia el zurrón que usaba para las clases el cual yacía en una esquina de la cama, lo tomó de ambas hombreras y lo vació todo sobre la cama. En él colocó implementos necesarios para su intento de huida, luego, bajó rápidamente hacia la cocina del palacio donde se encontró con alguien inesperado.
—Su majestad, lo ha logrado de nuevo, el primer puesto del concurso de equitación entre los otros hijos de los nobles. —congratuló una de las criadas encargadas de cuidarlo, luego de hacer una pequeña venia. Ella notó el desespero en la mirada del príncipe—. Príncipe, ¿me permite preguntarle qué le sucede?
—No es nada. —aseguró mientras asentía con la cabeza, desde su posición decir más de cinco palabras lo delataría—. Necesito comida.
—¿Comida? Falta una hora para su última comida del día.
—Sí, empacada. Tengo una reunión con los hijos de nobles. —Más de cinco, su voz comenzó a temblar en gran manera junto con los dedos de sus manos, al notarlo llevó ambas extremidades a la espalda—. Por favor.
Era notable la sospecha de la criada, pero decidió depositar su confianza en él. Antes de dar media vuelta e irse le dijo: «Kianel le espera en la plaza principal, parece que es muy importante.».
Aquel era su mejor amigo, tan querido por el emperador, casi como si fuese su propio hijo, en cambio para la emperatriz el interés en Kianel es extremamente mínimo. El linaje del chico no es brillante ni admirable; su madre es criada y proviene del imperio Liams, aquel apellido es detestado en tierras “divinas” como lo es el imperio Agilan, pero cumple un papel importante entre la familia imperial; de hecho estuvo encargada del proceso de gestación de la emperatriz y de su parto, fue la primera en sostener al príncipe heredero.
Corrió por los pasillos mientras el eco casi insonoro brincaba en las paredes, todo el suelo del corredor estaba revestido en una alfombra gruesa cubierta de carmesí con distintos símbolos referentes al imperio. Llegó a la plaza central del palacio; las baldosas que adornaban el lugar eran blancas como las nubes brillantes que se extendían al mediodía; también había algunos árboles con el follaje grueso donde solo unos pequeños destellos de luz lograban atravesar las hojas e incomodar con su calor a las personas que decidan estar allí, entre tanta belleza estaba Kianel, sentado en una silla adornada con oro y odimir, ambos colores de los minerales hacían juego en el encere; la rústica y violácea forma del odimir contrastaba con el liso oro. Lastimosamente, el príncipe no se había percatado de la presencia de su amigo, pues todavía estaba embobado por la inexplicable belleza del lugar administrado y dirigido en la construcción por su madre, Arlet.
—Su majestad —La voz fina del chico lo trajo de nuevo a su cuerpo, el príncipe notó que su amigo hacía una venia—. Lamento el repentino llamado.
—Te he dicho que no tienes que hacer venias cuando estás conmigo, Kianel.
El chico que lucía poco menor a comparación del príncipe, deshizo la venia y se volvió a sentar donde estaba. Su contrario se sentó en la silla que estaba diagonal a su amigo, observó que en sus pálidas manos había una carta.
—¿Qué querías decirme? —Al oír sus palabras se incomodó pues había sido bastante formal frente a Kianel.
—No sé cómo comenzar. —Parecía ser importante, su mirada nunca se encontró con la suya.
—Que tu mente fluya entonces. Dilo como se te ocurra podré interpre…
—¡Mi padre me envió una carta! —
interrumpió con su característica voz temblorosa, por más que una sonrisa se asomara por el rostro del joven, el príncipe por su parte no parecía del todo contento—. Me solicitó en el imperio, específicamente en Xewrend, es lo que dice la carta.
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Editado: 08.05.2024