Caehal #1 - Imperio Agilán

CAPÍTULO VII: LA CRUELDAD AMOROSA

JINA WARFLARE

El cielo se quebraba en toda su totalidad, eran apenas las tres de la tarde y el cielo se vistió de oscuridad. Granizaba con fuerza sobre Yorm, al ser lugar frío son pocas las ocasiones en que la lluvia se hacía notar, siempre era nieve o granizo; el techo sonaba con fuerza y las voces de las personas que habitaban en la academia se enmudecieron por el ruido exterior. 

Por otro lado, estaba sentada en una cama, suspiraba cada tantos minutos y después analizaba el lugar. Era un ciclo vicioso en el cuál llevaba desde que comenzó este clima; era lo único que podía hacer pues hace no más de una hora cremé a mi madre y ahora sus cenizas están esparcidas por el aire. Siempre me pregunté, ¿después de la muerte qué sigue? Ni mis padres biológicos ni mis padres adoptivos me inculcaron religiones, siempre me la dejaban a la opción y siempre que preguntaba ellos respondían con gusto; la peculiaridad del tema es que cada religión tiene un destino y solo una mantiene dos destinos en los cuales con tus decisiones en la vida llegarás al punto final eterno. No me importa ninguna religión porque puede que mi perspectiva cambie según lo que acontece a mi alrededor —vuelvo y repito, no creo en nada ni en nadie, esto de creencias es nuevo para mí— pero deseo con mi alma entera que mi madre se encuentre en un lindo lugar. Donde pueda descansar.

Por más que quisiera llorar en modo de desahogo, no puedo, tendré que conformarme en admirar los objetos de la habitación y el estruendoso ruido del granizo. 

De repente todo pareció ser extraño; incómodo y me sentí en medio de un capo de batalla; como si algo sucediera y no me daba cuenta.

Entonces el brillo de un relámpago inundó el lugar, por un momento solo hubo blanco y silencio pero después el golpe de sonido provocó que llevara mis manos a mis oídos. Cuando todo cesó, frente a mi ventana había un hombre que tenía heridas repartidas por todo el cuerpo. «¿Cómo llegó aquí?», me pregunté sin apartar la mirada de aquel cuerpo que estaba apoyado en la ventana. «¡Es un segundo piso y no hay manera de sostenerse!», es en ese momento cuando vi sus alas, sus alucinantes alas. Sin pensarlo nuevamente me puse sobre mis pies y abrí la ventana y dejé caer el cuerpo dentro de mi habitación. «Lo único que no quería es que alguien entrara ¿cómo le explicaría a alguien que hay un hombre desconocido en mi cuarto?»

«¿Por qué abrí la ventana?», fue lo único que mi mente pudo decir en ese instante, estaba sorprendida por esa persona que estaba inmóvil en el suelo. Surgió un gran arrepentimiento y quise viajar en el tiempo en ese mismo instante. Miré hacia abajo y analicé las heridas, eran profundas y la sangre brotaba de ellas, «¿sería una mala persona si no le ayudo, cierto?»

—¿Estás bien? —Mi voz salió fuerte pero a la vez temblorosa. 

—Si lo estuviera, no estaría aquí.

El tono de su voz fue familiar para mí. 

—Déjame ayudarte. —Sin que le permitiera decir una palabra más lo tomé de los brazos y le ayudé a levantar, se sentó en el borde de la cama y noté su cierta incomodidad. Sabía quién era, pero las preguntas vendrán después; bajé hacia la cocina y traje algo de implementos curativos, cerré la puerta y puse el pestillo. Me acerqué con cuidado hacia aquel hombre musculoso que estaba frente a mí. Mi corazón latió con fuerza, y sentí el fervor en mis mejillas. «Patética», pensé y agité mi cabeza para acercar un paño húmedo a la herida que tenía en el pecho.

Él no decía nada.

Ya habían pasado varios minutos y el silencio fue incómodo, por lo tanto dije con dureza:

—¿Por qué viniste aquí?

—No tenía a dónde ir —respondió Noah—. Lamento haber convertido tu vida en una pesadilla esta tarde, tu madre…

—Ahórrate las palabras, por favor, está muerta, de nada sirve. Y me sorprende no verte con tu ostentosa armadura. —Presioné con fuerza una de sus heridas y por ende él jadeó con levedad.

—Fui despojado de todo tipo de reconocimiento por mis acciones de aquel día. —Parecía estar con la mirada perdida en la nada.

—Debes sentirte terrible; pero como dicen nada es para siempre y eso incluye la tristeza, no sé cómo te sientes pero acabará  —alenté. Jamás lo había hecho, mi forma de ser no me lo permitía, quise tragarme mis palabras. «Patética», pensé nuevamente, «me he equivocado dos veces más que la última vez en mi vida, hace veinte años». Me alejé de él y llevé aquel paño hacia mi mesa de noche—. Olvida lo que dije —balbuceé. 

Él me observaba sorprendido y soltó una pequeña risa. Volteé a verlo con la mirada más seria que mi cuerpo me permitía.

—No tengo derecho a recibir lo que me das. ¿Cómo te lo compensaré? —Se puso sobre sus pies y me superó en altura solo por dos cabezas, tomé una camisa de seda que estaba en el guardarropa y se la dejé en sus manos.

—Vístete y vete. Así saldarás la deuda. —Sonreí y salí de allí. No quería verlo, era una persona muy extraña y atrae muchas emociones que juré jamás sentir de nuevo. Bajé hacia la sala principal y me senté en una de las sillas de madera. Esperaba a que él saliera de la habitación y ser decente solo para despedirlo y dejar cerrar la puerta. Ese era mi plan.

Las voces comenzaron a proliferar en el segundo piso, estaban todos y una cuarta voz, la voz de Noah, mi cuerpo se levantó de la silla con rapidez y subí sin pensar en nada más que una explicación sincera. Apenas me enfrenté con la única luz del candelabro los observé, reunidos y hablaban con Noah, no parecían estar felices pero tampoco le restaban importancia a que el jefe de la persona que mató a mi madre, estuviera en mi cuarto.




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