Caehal #1 - Imperio Agilán

CAPÍTULO IX: DETRÁS DEL ORO SOLO HAY PODREDUMBRE

El sol llevaba un rato posado en la cima del cielo y su brillo era incómodo para otros, en cambio, para algunos el día es más reconfortante que la noche. 

La gente del imperio Agilan que habitaba en Sleilitone, sonreía porque ese día era de festejo; se celebraba la liberación y la reconciliación del tratado de paz que hicieron hace mil años con el imperio Hunt, ellos aseguraban que aquel papel era un tipo de forja entre las diferencias de ambos emperadores, pero hubo sangre para sellar el trato. Todo iba de acorde al plan del emperador Mark, comida de sobra; decoraciones por toda el país; y lo mejor de todo, tenía feliz a su hija, Sophia Agilan, aquella chica que desea del contacto externo para poder sentirse bien.

«Ha estado muy ocupada con esto de convertirse en la emperatriz», pensó Mark mientras observaba al pueblo desde el balcón. 

Desde la muerte de su madre y la huída de sus dos hermanos, la carga aumentó drásticamente sobre ella y todo lo que hace o dice puede ser usado en su contra; incluso hay momentos en los que es mejor callar antes de hablar, en las reuniones del clero con Sophia para la toma de decisiones sobre leyes o personas, se pone en juego los principios aprendidos por parte de Mark o por ella misma. A diferencia de su padre, ella es empática. Demasiado para ser sinceros.

—¡Padre! —La puerta rechinó y dio paso a Sophia que vestía de lino y con detalles de oro cortado en formas por todo su vestido en forma de copa. Ella parecía estar preocupada por algo. Corrió hacia los brazos de su padre quien la recibió con un enorme abrazo—. Te extrañé. 

—¿Qué dices? —inquirió Mark y la alejó de sus brazos—. Me tienes aquí, ¿qué sucede? 

—Si mi madre estuviera viva, ¿estaría de acuerdo con que fuera su reemplazo? —Tragó saliva. 

El rostro del emperador cambió con inmediatez, su cara amable de repente se puso tosca y fría. Ella no lo miraba a los ojos. Aquellas ojeras de Mark eran cada vez más notorias, su tiempo de gobierno había durado más de quinientos años, ya era hora de descansar. 

Arlet siempre fue alguien sujeta a su esposo y no estaba de acuerdo con que una mujer tomara decisiones sin consultarlo antes al hombre más cercano. A diferencia de Mark que siempre tuvo más libertad en ello, pero por su propia esposa implantó la ley sobre los hijos legítimos al cargo de sus padres, sin importar la edad debe ser el hombre y si por alguna razón ajena no puede serlo, la mujer toma el cargo. Pero para la ex emperatriz, eso no era lo mejor. 

Entonces Mark tomó el rostro de su hija con suavidad e hizo que su mirada se plantara en él, y le respondió con voz pasiva: 

—Ella estaría de acuerdo siempre y cuando tú seas feliz —Le dio un beso en la frente y después volvió a darle un abrazo—. Sabemos que el cargo de un imperio no es fácil, pero te acompañaré hasta que muera. 

—No digas eso. No puedes morir tan fácil.

—Somos longevos, más no eternos, cariño. —Acarició la cabeza de su amada hija, en verdad en su corazón sintió un toque de remordimiento, el dar el trono y la corona no es un paso sencillo para él—. Ve y recibe a las personas, en un momento bajo contigo. 

Ella esperó un rato más después de asentir con la cabeza, para él todavía era una niña y verla con la corona de princesa imperial provocó que en su corazón sintiera algo de tristeza y angustia por el futuro. 

Procuró no prestarle tanta importancia a sus emociones, en cambio, se fijó nuevamente en el pueblo y en la repentina sombra que cubría todo Sleilitone. Las personas dejaron de escucharse, solo los cuchilleos y los murmuros de cada quien que se preguntaban el por qué de esa nube. De un momento a otro, hubo silencio, aquella nube no parecía algo climático, era mágica. Mark no estaba asustado pero no pudo ignorar la preocupación del caso, intentó con su elemento dispersar la nube; estiró la palma de su mano y de esta un rayo de luz atravesó la nube y esta se aclaró un poco pero la oscuridad de la misma se esparció sobre la luz de Mark y le quemó de gravedad la mano.

«Ningún elemento es más fuerte que el celestial. ¿Qué es esa nube?», pensó. Se escucharon los pasos de hierro que se acercaban a la puerta de su habitación, al abrir la puerta con cierto estruendo uno de los guardias líderes y protectores de Mark le dijo: 

—Aún no sabemos muy bien qué es esa nube, pero nos encargaremos de llevar a los pueblerinos a sus hogares. Para evitar posibles daños. 

Él solo asintió y antes de darse la vuelta de nuevo, inclinó la cabeza un poco y arrugó el entrecejo.

—¿Dónde está la princesa? —Su voz subió de tono.

—En su habitación resguardada no se preocupe. —El colíder respondió y antes de que lo vieran venir, fueron atravesados los dos por espadas envueltas en llamas de oscuridad que poco a poco lo convirtieron en cenizas. Mark se paralizó por un instante; atrás de donde estaban los guardias se mostró un hombre con una caperuza negra que cubría parte de su rostro, él entró a la habitación.

Mark actuó rápido y con la poca luz que había en el ambiente, creó un hacha y con un movimiento veloz intentó cortarle la cabeza al hombre. Sin embargo, parecía que ya conocía sus movimientos pues cada paso que daba, cada cosa que hacía, el enemigo ya lo sabía. En un momento, aquel hombre golpeó el pecho de Mark fuertemente pero sin impacto, esto lo desestabilizó y cayó al suelo.




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