Caelestia Lunam

Capítulo 8: MONZÓN (Parte II "La última cruzada")

Parte 2 “La última cruzada”

La imagen general era peor a la esperada. Lo que había sido la plaza de aquella modesta ciudad entre la segunda y tercera franja había sido transformada en una media luna definida por grandes planchas de mármol pulido en el suelo. Diez pilares blancos del mismo material definían el contorno de semi círculo y una última columna negra se levantaba el centro, destacando del resto.

Nueve personas, una por columna, yacían sujetas haciendo que su espalda se enderezara al tirar de sus brazos hacia atrás, atando las muñecas a una cadena color plata que rodeaba el diámetro del pilar en tu totalidad, inmovilizando a los cautivos.

Miradas gachas, cabellos sucios, mejillas manchadas y labios rotos se dibujaban en patrones casi idénticos, llenando el ambiente de una densa aura de muerte, de resignación. La desesperanza casi podía respirarse, solo corrupta por una emoción más intensa, más decidida que aquella melancolía: La ambición.

La transmisión de aquella escena de montaje se daría en 20 minutos y los caballeros de armada iban de un lado al otro, siguiendo a la mujer de cabellos largos y negros que paseaba entre lo pilares, viendo con desprecio y asco a quienes estaban atados. Aquella no era la cara que siempre había mostrado delante de las transmisiones la auto denominada princesa de Bleedom.

— No quiero estar atado más que cinco minutos, las cadenas van a lastimarme más que los grilletes. — La voz casi infantil de queja venía de uno de los costados, fuera del foco de los sensores de transmisión.

— Te quejas mucho para ser tú quien ofreció el trato, ¿No crees? — La pelinegra se giró para poder enfocar al peliblanco que cruzaba los brazos y veía decidido a la mujer.

— Sus acciones estaban pasando la línea, alteza, si no fuera por mi intervención probablemente tendría entre manos una rebelión mayor que la de 14 renegados.

— Ni en sus mejores tiempos los rebeldes pudieron superarme. Tu razonamiento carece de lógica.

— Si el continente entero se rebelara, ¿Reamente serías princesa de algo? — La sonrisa socarrona del peliblanco y el rostro enrojecido de la mujer ataviada en suaves telas rojizas era el presagio del infierno desatándose.

Los delgados dedos de la diestra de aquella joven mujer chasquearon una sola vez, desbocando los ataques no previstos por el confiado peliblanco, sometiéndolo en el suelo tras la magnífica exhibición coordinada de los miembros presentes de la armada.

— Que te quede claro, niño elegido, yo y solo yo soy la protagonista de todo esto. Tú eres mi herramienta, mi peón de delantera. Y vas a terminar muerto solo porque yo quiero.

— ¡Teníamos un trato! ¡Accediste, yo sería el último aeroquinético vivo! — La pelinegra sonrió ladina mientras un nuevo grupo de hombres le colocaban los gruesos grilletes y lo arrastraban hacia el pilar.

— Pues ahora me apetece romper el trato. Morirás de todas formas.

Aiden gritó y pataleó tanto como su estado paralizado lo permitía mientras era arrastrado hacia el pilar que le correspondía. La pelinegra hizo atrás sus suaves cabellos sin borrar la sonrisa, eso hasta que una delgada flecha metálica se clavó en el pilar donde se pretendía sujetar a Aiden, agrietando el lustroso material negro. La mujer apenas hubo reaccionado nosotros salimos a descubierto, dando inicio a aquella emboscada.

La noche joven pintaba el cielo de patrones estelares luminosos en un degrade exquisito mientras siete de nosotros nos encargábamos de las fuerzas de la armada, que ni tardas ni perezosas habían soltado el cuerpo de Aiden para ir sobre nosotros. Apenas di el primer tajo de aire tintado de plata, derribando a tres hombres que aún necesitaba dejar inconscientes, las pupilas de la princesa se dilataron evidentemente, con su vista clavada en mí.

Sonreí con soberbia y canalicé un circulo de atadura en su dirección que sabía sería interceptado por algún miembro de la armada, pero serviría para hacerla retroceder. A nuestras espaldas la mitad restante del escuadrón ejecutaba disparos o ataques a distancia, previendo las sorpresas para quienes peleábamos en aquel lugar, superados por número pero progresando rápido.

En algún momento mis ojos se desviaron hacia el cuarto pilar blanco donde la mayor de los aeroquinéticos yacía atada y con la mirada vidriosa mirando en mi dirección. Nana murmuró algo pero no pude entenderle al ocuparme de un nuevo séquito de hombres que pronto están en el suelo, siendo finiquitados por la energía de parálisis que canalizaba Seth.

El suelo se tapiza de cuerpos inconscientes o inmóviles, y ninguno es de los nuestros. Una última flecha disparada certeramente por uno de los guardianes a nuestras espaldas derriba al último antes de que sea yo quien vaya hacia el cuerpo inmóvil de Aiden. Seth ni siquiera se acerca, solamente mueve una mano para desactivar el efecto paralizador en el cuerpo del peliblanco mientras yo tiro de uno de sus brazos, poniéndolo de pie.




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