Caelestia Lunam

Epílogo

Los últimos dos meses habían pasado más rápido de lo que había podido apostar la mañana que desperté en una posada de la segunda franja. Todos los cabos sueltos que mi aturdida mente podía tener se ataron sin que yo pidiera información.

Toda la pelea, todas las palabras dichas aquella noche terminaron por ser transmitidas por Bleedom sin que ninguno de los que estábamos presentes nos percatáramos. Los transmisores cronometrados comenzaron a grabar y distribuir sin que alguien les pusiera freno y fue hasta que la dispersión del viento huracanado dañó aquella manipulación que todo el continente dejó de presenciar la escena de primera mano.

Por esa misma razón las fuerzas de la armada que se encontraban sitiando la fortaleza del arte de la guerra en la tercera franja se dieron por vencidos, liberando a los prisioneros de buena manera y confiando en que aquello les valiera un trato de amnistía contra un pueblo que, aunque tardíamente, había abierto los ojos.

Si bien el desacuerdo y la molestia pululaban por las calles la fuerza de los hijos de la luna se hizo plausible cuando todos decidieron tomar las riendas de aquellos asuntos que requerían un líder ahora ausente. Los ojos se giraron todos a la par y estuvieron de acuerdo en el nombre que querían grabado como el nuevo gobernante del continente: El mío.

Apenas supe aquello no tardé en negarme. No quería nada que tuviera que ver con el gobierno o decisiones, no quería más vidas dependiendo de mí así que mi único acto “político” fue sugerir la restauración de una mesa de altos, esta vez elegidos por voto popular de entre todos los enlistados en la academia del arte de la divinidad. Parecía lo más justo.

Después de aquello me aseguré de que el arte de la guerra recuperara su estatus y que volviera a funcionar, esta vez con la base creada en la tercera franja. Los líderes de la armada fueron condenados al exilio y para sorpresa de todos lo acataron de buena manera, incluso el padre de Lycaios quien se disculpó públicamente antes de liderar el grupo que partió a territorio casi desconocido en la tercera franja.

El fenómeno de Caelestia Lunam había acabado, aquel Diciembre los partos no fueron interrumpidos y los bebés en manos de sus madres conmovían a cualquiera. Volvía a haber aeroquinéticos naciendo, y los que estaban con vida eran vistos como supervivientes y no portadores de una enfermedad mortífera.

Así, apenas se relajó un poco la tensión social, ayudé a primera mano con la reconstrucción de la posada donde Nana servía, llenándole el rostro de besos cada que podía y haciéndole llorar cada que alguien mencionaba lo ocurrido la noche en que todo terminó. De forma paralela volví a enlistarme en el arte de la guerra, esta vez con un estatus mucho más alto y tomando un puesto dentro del cuerpo élite de entrenamiento, viendo pasar a los  novatos que tenían la firma intención de defender Bleedom si era que otra hostilidad como la de las cruzadas amenazaban el continente.

Seth y Thaliel tomaron el mismo puesto que yo, los veía a menudo y la tarde anterior, mientras comíamos en casa de la madre de Thaliel, Seth nos notificó a todos que había decidido casarse cuanto antes y, obviamente, estábamos invitados. Los dos aeroquinéticos presentes ajenos a la prometida de Seth, la madre de Thaliel y yo, condicionamos a la pareja a ser buenos con los números y dar a luz a su primer hijo en Diciembre o Febrero. Eso les pintó el rostro de mil colores.

El permanecer en la posada, con la comodidad de Nana no era una posibilidad así que abusando de mis nuevos privilegios me las arreglé para hacerme con una casa pequeña y cómoda en la segunda franja. En terreno neutral como para tener al alcance el acceso rápido a la academia del arte, la posada de nana y la tumba de mi padre que al final no había mudado.

Si bien no podía coger rutina, el hastío y los tonos grises en todo lo que veía no me permitía disfrutar de las dichas a mi alrededor más que solo algunos minutos, regresándome a mi estado apático y huraño, potencializado cada vez que algún fiel a las ideas del desaparecido y hundido Aiden intentaba colarse a mi casa, rompiendo vidrios o atacando cuando tenía la guardia baja. Thaliel había dicho que se casó con Farah a la brevedad y en compañía de Kinné se refugiaron en la primera franja.

Aquella tarde necesitaba una buena comida y una siesta pero la puerta delantera está abierta mientras mis pasos se acercaban a ella. Suspiro cansado y entro por el umbral, esperando encontrar cualquier clase de sorpresa, pero no a la figura que yacía encorvada sobre una de las sillas, con una de mis bolsas de carne seca abierta delante suyo.

— ¿Lycaios? — El pelirrojo levanta la vista y al verme termina sonriendo amplio. Tenía cortes viejos y nuevos, el cabello le llegaba a los hombros y su boca aún masticaba algo de carne




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