Caelestia Lunam

Capítulo 1: TORNADO (Parte II "Segunda idea")

Parte 2 "Segunda idea"

Mi mente solía ponerse en blanco y sumergirse en ideas demasiado seguido, haciéndome perder noción del tiempo. La primera del día fue en el comedor y la segunda mientras me duchaba. El reloj de caratula rojo vino que estaba pegado a un costado de la cama me decía que faltaban escasos 20 minutos para el medio día y yo seguía sentado a mitad de la habitación sin acabar de vestirme.

Hoy era el día, por fin era el día y unos minutos antes el impacto de las cosas me había alcanzado. ¿Qué estaba mal conmigo y mi capacidad de medir consecuencias?

Todo en Bleedom tenía un orden meticuloso que a nadie parecía molestarle, de hecho, lo apreciaban. Cada persona tenía una función y un propósito a lo largo de su vida y cuando esta acababa había alguien más joven listo para tomar el relevo.

La sociedad del continente y de cada franja se basaba en una elección importante que podías hacer en cualquier momento de tu vida, siempre y cuando tuvieras total uso de facultades mentales y ejercieras tu derecho a elegir antes de los 40 años. La decisión residía en enfocar hacia qué aspecto de Bleedom ibas a dedicar tu vida.

Había 4 opciones: El arte del servicio, la elección de Nana, que consistía en prestar tu energía a velar por el resto de los habitantes, siendo altruistas ante todo; El arte de la sanación que se enfocaba en los métodos y formas médicas de preservar la salud de los habitantes; El arte de la divinidad que básicamente consistía en dedicarse al ámbito político del continente, convirtiéndose en un aprendiz de los altos mandos del concejo.

Por último estaba el arte de la guerra, esta había sido la elección de mi padre y la había ejercido desde los 15 años. Los que elegían este camino dedicaban su vida a ser la élite de defensa y control de seguridad del continente entero, rara vez tenían tiempo verdaderamente libre a menos que fueran generales.

Tenía presentes los pros y contras de cada arte, lo que pasaría si me enfocaba a uno u otro y la gente que solía tender a hacer las elecciones, lo curioso era que hasta ese momento, unas horas antes de mi ceremonia de elección, no me había sentado a pensar que iba a hacer yo.

Los de "Piel preciosa" solían ejercer el arte de la divinidad, cada generación de líderes estaba formada por al menos dos de ellos. La mayoría conocían más de un idioma, más de una ciencia y eran infinitamente ególatras. Pero con todo y eso eran combatientes mentales y físicos por demás excelentes, le pesara a quien le pesara. Los de hechicería tribal abarrotaban las filas del arte de la sanación, la mayoría eran muy huraños pero demasiado inteligentes así que mientras no hablaras mucho eran de gran ayuda.

Los de control ectoplasmatico y los aeroquinéticos tendían a ejercer el arte del servicio, aunque claro está que en los últimos años los primeros habían tomado el cargo casi por completo. Eran personas generalmente afables, pero con una doble personalidad marcada. Por último, y los favoritos de nadie, estaban los necroquinéticos y los poseedores de la orden del infierno. Irascibles, inestables, violentos, obstinados y un seguro imán de problemas. Ellos solían dedicarse al arte de la guerra por obvias razones. La mayoría admiraba su valor, aunque en silencio.

— ¿Archangel?

— ¿Si?

— La hora... — Es la voz de Caelestia la que me hace girar la vista de nuevo al reloj. Maldición, de nuevo había perdido el tiempo.

Subo la bragueta de los pantalones y tomo una camiseta negra con el cuello  en forma de V. Ato las botas de corte militar con demasiada prisa y tomo del perchero la larga gabardina de cuero negro que siempre usaba, ocultaba mis brazos y la capucha le daba cubierta a mi rostro así que se había convertido en mi prenda predilecta.

Abro la puerta y llamo a Caelestia quien me sorprende empujándome antes de que complete la frase, eso me hace sonreír mientras salgo de la habitación cerrando la puerta detrás antes de precipitarme a bajar de dos en dos los chirriantes peldaños de la escalerilla.

Para cuando llego al recibidor Nana y mi padre ya están ahí, conversando afablemente aunque ambos giran la cabeza en cuanto me ven. Nana se ha quitado las ropas de servicio y lo ha sustituido por un bonito vestido de color almendra que le cubre hasta los tobillos y forma un estético rodete alrededor de su figura pequeña. Mi padre no tiene el uniforme así que supongo que se ha pedido el día, de todas formas las cicatrices de su rostro y su chaqueta de cuello alto con una dorada insignia colgada a la altura del pecho no dejan mucho a especular.

—Llegas tarde — Las cejas de mi padre se juntan un poco y yo solo aprieto ligeramente los molares mientras me acerco varios pasos hacia ellos.




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