Parte 3 “Cita y sacrificio”
Me doy un momento para tomar un respiro tras aquel ataque que ha dispersado a la armada y que, probablemente, ha dejado fuera de combate a varios de ellos. No jadeo pero si respiro profundo mientras observo a los escuadrones salir uno a uno para ir a la caza de los enemigos ahora que estaban aturdidos.
Escucho la voz de Caelestia entre todo el jaleo pero no me detengo a esperar que repita sus palabras, sé que no podré entenderlas ahora así que solo abandono el balcón como varios lo habían hecho en el último minuto y me acerco a uno de los objetivos desatendidos quien se intentaba poner de pie.
El hombre portaba el uniforme rojo y blanco del consejo y a juzgar por los tatuajes tribales bajo sus ojos se trataba de un hechicero. No saludo, no doy un aviso previo, solo convoco una ráfaga sólida de aire la cual uso a manera de látigo para enviar al hechicero al suelo mientras llego hasta él.
La punta de mi bota diestra impacta su rostro y su abdomen aún cuando sus intentos por encerrarme en una esfera antigravitatoria son buenos. Lo escucho toser y sus labios se manchan de escarlata tras un último golpe a la altura de los costillares, los cuales casi puedo jurar que escucho crujir.
— ¡Para! — El hombre se arrastra a cuatro patas mientras yo le elevo en una plataforma de aire en hostil movimiento, solo para dar dos cortes aéreos sobre su pecho y enviarlo de nuevo al suelo. Sus jadeos son ruidosos y el blanco del uniforme se mancha de más escarlata cuando repito los cortes sobre su torso, provocando que su carne no soportara el paso de aquello.
— ¡Te he dicho que pares!
— ¿Para qué? ¿Para que puedas recuperarte y atacarme? — El agotamiento me hacía sentir la cabeza pesada mientras ejecutaba florituras con los dedos para convocar más y más rachas de cortes que movía el cuerpo del hombre como el de un muñeco de trapo.
— Para que pueda hablar, tengo un mensaje para ti. — Mi ceño se frunce mientras le hago elevarse en el aire una vez más, ocasionándole una mueca de dolor, acercándolo hasta dejarlo a apenas un palmo de mi.
— No te creo.
— Es un mensaje del consejo, dicen que eres el único que parece tener un motivo real para pelear. Te ofrecerán amnistía, quieren hablar contigo. — Mi puño impacta limpiamente una de sus mejillas y el líquido viscoso y rojo vuelve a manar a casi borbotones de su boca —. Puedes buscar al consejo ahora y arrepentirte, o negociar los términos dentro de un mes en una sesión extraordinaria celebrada en la tercera franja.
Mi cabeza le da vueltas a lo dicho por mi desvaído oponente mientras le arrojo al suelo con un nuevo corte sobre su masacrado pecho. No sonaba como una estrategia para que le soltara y le dejara ir, de hecho ni una sola vez había pedido ser liberado del castigo a cambio de aquel mensaje.
En ese momento de cavilación es lo que da el tiempo para que mi batalla y la de otro par de personas se entrecrucen, enviándome por el aire y después al suelo cortesía del enorme cuerpo verdoso transformado de demonio orden del infierno.
Los ojos de reptil de la bestia enfocaron a su compañero moribundo antes de pasar su mirada a mí y saber que me culpaba, con justa razón. Rugió alto mientras yo me ponía de pie de la manera más firme que podía, convocando pequeños halos de energía del aire alrededor de mi cuerpo para que fungieran por escudos contra la enorme fuerza bruta de aquel ser. Los ataques no tardaron en llover sobre mí, es por ello que decido concentrarme en el factor defensivo, soportando los embates uno a uno, aunque podía haberlo hecho mejor.
En mi rango de alcance aparece la voz de Aiden, alardeando delante de un derrotado caballero de la armada mientras hacía que las cosas se arremolinaran a su alrededor. Su piel era de un precioso material de turquesa y se alzaba como un ser único y definitivo en aquella guerra. Se veía cansado, podía apostar que se sobre estaba exigiendo pero sacaba la fuerza de sus ganas de echar por debajo a cualquiera ahí, amigo o enemigo, y sentirse superior.
El uso de cualquier poder suponía un gasto mental y muchas veces físico, es por ello que una vez entrada la batalla hacer algo como la demostración inútil de Aiden era suicidio. Quedaban unos cuatro o cinco enemigos de pie y yo ni siquiera había podido ver a nuestros comandantes entrar en aquella pelea, la victoria era nuestra, al amanecer marcharíamos habiendo restado más fuerzas a la armada sin mayor dificultad y nuestros hombres enteros. Al menos en eso confiaba.
La tambaleante silueta de un hechicero tribal se puso de pie, aproximadamente, a diez metros de donde me encontraba siendo atacado por el de orden del infierno, sin que sus atacantes iniciales me prestaran la ayuda debida cuando su necesidad por regresar a dormir lo que quedaba de la noche los hace darse la vuelta.
Todo pasa demasiado rápido y mis ojos apenas consiguieron seguirle el paso a los proyectiles de energía física en forma de flecha que atravesaron limpiamente el pecho de los dos chicos que me habían dado la espalda.
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Editado: 14.01.2019