Caelestia Lunam

Capítulo 5: SIMÚN (Parte II "La boca del lobo")

Parte 2 “La boca del lobo”

Cuando Lycaios partió la presencia de Caelestia se había esfumado también, dejándome a mi solo un par de minutos en la torre antes de bajar a tomar una ducha y hacerme a la idea de volver a los calabozos en ese ambiente de castigo que sentaba bien con mi nueva actitud de absoluto renegado. La sorpresa viene cuando al estar descendiendo las escalerillas uno de los comandantes, quien nos había dirigido después de la selección, me indica que hay una reunión emergente que se celebrará en el comedor.

No soy el último en arribar pero cuando flanqueo las puertas dentro ya hay una buena cantidad de personas que una a una me dedican una mirada que varía en el largo de segundos. Termino tomando mi lugar en la pared que más cómoda me parece y es reconfortante que Lycaios me acompañe después de un par de minutos. Ninguno dice nada y solo esperamos en silencio a que el comedor acabe de llenarse y los comandantes hagan línea recta al frente de todos.

— A estas alturas hay demasiado tiempo perdido así que agradeceré que no haya interrupciones. — Apenas escucho la voz de mi padre ya estoy girando la vista a cualquier otra parte. No tenía humor de verle o escucharle ahora.

— Hace aproximadamente una hora los escuadrones de la armada pusieron en práctica una táctica cuyo nombre clave es “Salamandra”. Están incendiando hasta los cimientos una por una las ciudades en la segunda franja. Dos son pérdida total, deben estar sobre la cacería de la tercera y la cuarta. Han dicho que no se detendrán a menos que los aeroquinéticos se entreguen o se reporte su muerte en los incendios.

Mi cabeza se inclina un poco y mi puño derecho se cierra con fuerza, estaba ansiando el momento en que pudiera ponerles las manos encima, el problema aparece cuando a mi memoria salta la prohibición de sumarme al frente de lucha que me había impuesto el hombre quien hablaba.

— Serán enviados dos escuadrones que hemos seleccionado, su misión es aniquilar completamente a las fuerzas incendiarias de la armada. Ambos escuadrones serán comandados por nosotros dado el grueso de las filas enemigas. — Los cuchicheos se levantaron en la habitación mientras el tono de voz de Aiden tomaba fuerza, asegurando que los incendiarios no eran problema para alguien como él. Ahí estaban las ganas de golpear de nuevo.

El revuelo fue silenciado por la voz de mi padre y a continuación otro de los comandantes comenzó a recitar de forma rápida los nombres de ambos escuadrones. Aiden estaba en ellos, Farah también, Lycaios fue asignado al segundo escuadrón y yo crucé los brazos sobre el pecho a manera de desacuerdo, aunque tengo que corregir el gesto cuando el último nombre dicho es el mío.

Todas las miradas van hacia mí, pero la mía se dedica exclusivamente a mi padre. Que fuera el último considerado para aquello solo daba una conclusión: Había algo que se había opuesto hasta el final a que peleara, o mejor dicho, alguien. El desacuerdo estaba tatuado en su rostro y es por ello que me permito una media sonrisa, alardeando de forma queda que aún cuando él no era capaz de confiar en mí los demás comandantes del arte no menospreciaban mis habilidades.

— Saldrán de inmediato, no deben demorar más de 40 minutos en llegar, no importa el medio. Si tienen algo que arreglar muévanse ahora mismo. Esperaremos en la puerta principal.

Todo el mundo se arremolinó, ayudando a quienes partirían y despidiéndose con formalidad. Yo no me muevo de mi sitio, no había tomado personal fijación a ninguna arma externa a la Aeroquinesis. Lo único que podía servirme y no llevaba encima eran mis guantes, los que se encontraban en el bolsillo de la gabardina sobre mis hombros, así que no había problema alguno.

— ¿Subirás por algo? — Lycaios tenía la mirada en la puerta y pronto la mía lo siguió.

— No, creo que deberíamos salir si tú tampoco tomarás nada. — Negó con la cabeza y acto seguido ambos nos movimos para abandonar el comedor y acudir a donde se había pactado el punto de partida.

Dos escuadrones, 20 personas y tres comandantes en cada uno, la situación no pintaba bien. Las cosas volvieron a ponerse tensas cuando delante del segundo escuadrón, al que había sido asignado, desfiló la figura de mi padre en uniforme, haciéndome fulminarle con la mirada aunque él me pasara absolutamente por alto.

Al primer llamado atendimos en una formación de tres en fondo que podía romperse apenas abandonáramos la fortaleza, no había un estricto orden de llegada pero el primero en tocar tierra de la segunda franja se exponía a los doscientos hombres armados esperando. Nadie sabía de dónde sacaba la armada más y más reclutas.

Las grandes puertas se abren y todos tomamos posiciones diferentes, cada uno de la forma en que su don podía auxiliarle a desplazarse con velocidad. Aquello era menos que un problema para mí. La señal es dada por los comandantes de ambos equipos y, sin más, me elevo del suelo poco más de un metro antes de salir disparado en una estela plata que dejaba detrás breves remolinos de nieve. Tomo más altura y velocidad, dejando detrás a reclutas y comandantes, sería el primero en arribar a la segunda franja, sería mi primera pelea en semanas.




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