La música rellenaba aquella solitaria Mansión. La joven pianista, movía sus delicados dedos sobre las amarillentas teclas del piano. Las notas imaginarias rebotaban contra las paredes. La servidumbre se movía al compás del sonido. Toda la servidumbre, cargando bandejas para los dueños de casa. Al menos, eso pensaban todos. La realidad era que la joven se había escapado de la casa, y había dejado enlazados parlantes por toda la mansión para que reprodujeran "El invierno" de Antonio Vivaldi.
Alexa Dumont había estado bajo el cuidado de Charles Bullock, y James Darton desde antes de dejar de ser puro inconsciente. Los brujos habían transformado su vida en una bella tortura. Dónde tenía todas las comodidades, pero la obligaban a ser prisionera de aquella fría mansión. Había perdido por completo su naturaleza. Vivía dopada con acónito, y un brebaje que su tío Charles le daba todas las lunas llenas llamado Morfeo; el cuál la dormía profundamente. La llevaban a la escuela humana, con conocimientos humanos. Tenía terminantemente prohibido salir de la casa si no era por eso. Pero Alexa, no era de quedarse con los brazos cruzados. Se las ingeniaba para vivir su vida...
— ¿Acaso me oyes, Alexa? — preguntó el muchacho que iba caminando a su lado. La diferencia de altura era bastante, aun considerando que ella era alta, él lo era mucho más.
—¿Qué quieres de mí Víctor Brown? — dijo ella, exagerando su voz. Ese ese su nombre. Víctor. También conocido como Tori. Un brujo. De cabello rojo, ojos violetas, facciones marcadas. Vestía de maneras muy excéntricas. Su piel era pálida, y tersa. Tenía cientos de años, tal vez miles. Pero aún aparentaba ser un saludable chico de veintiuno. Se encontraba ante el chico más bello del mundo según las normas sociales, pero para ella siempre sería su tonto protector.
Alexa nunca lo oía. Ella nunca oía a nadie. Siempre vivía perdida en su mente; tenía cientos de escenas imaginarias en dónde conseguía libertad, y se iba de su casa. Se iba a una manada, donde la quisieran como a una hija. Es decir, no despreciaba a sus tíos, pero no era lo que ella quería para su vida.
Desde que habían salido de la única heladería del pueblo, Tori no había parado de hablar un segundo. Eso permitió a la joven aún más perderse en su imaginario.
—Que me oigas, ¿tal vez? Eres mi protegida. Eso significa que en nuestra relación me debes algo. Yo te protejo, tu eres mi psicóloga. — declaró con total impunidad.
—Bien, Tori. — El helado de Alexa se había derretido, y él con un chasquido lo recompuso. — No apoyaré tu idea. Es muy mala. ¿Quién rayos estaría interesado en drogas humanas mejoradas para que nos funcionen? — en las criaturas del Mundo Oscuro, vampiros, lobos, brujos... no funcionaban las adicciones humanas. El alcohol, y las drogas podían llegar a afectarlos realmente luego de cientos de dosis en menos de una hora. La idea de Tori, era mejorar esas drogas, para que les hagan efectos. — Que seas un brujo erudito...
—No me da el derecho de hacer eso, lo sé.
La cosa era así. Tori, al igual que Charles eran brujos eruditos. Se dedicaban al estudio de su propia magia. En el Mundo Oscuro las cosas nunca habían estado muy claras, para nadie en realidad. Ni era un Mundo como tal. Simplemente convivía entre las sombras humanas, lo artificial y lo natural. Y ellos ofrecían su eternidad a hacerles las cosas más sencillas al resto. Los brujos como James, se llamaban combatientes. Se dedicaban al estudio de la guerra, armas, armaduras. Manipular todo tipo de metales con magia era su trabajo. Los primeros tenían un tatuaje de nacimiento, la marca; sus ojos eran siempre de un violeta intenso. Los segundos, nacían con una cicatriz. Y aunque las marcas, ni tus rasgos te hacían lo que eras, no estaba bien visto rechazar a los tuyos.
Alexa vivía en un pueblo que no aparecía en ningún mapa, se llamaba Hermandad. Estaba escondido en la costa Argentina; rodeado por un enorme bosque. Las calles por las noches eran silenciosas. Desde allí, parada, en la inmensidad de lo que no se puede mensurar, oía las olas de mar romper contra la costa. Eso era una de las pocas cosas que amaba de vivir allí, oír al mar susurrar por las noches. Oír a los vientos remover las hojas de los arboles. Adoraba saber que cerca de allí, se encontraba uno de los mejores bosques del mundo. Un bosque donde anhelaba ser libre...
Las construcciones góticas dejaban rastro de que en Hermandad los años no pasaban. Podría haber coches de precios exorbitantes, o celulares de última generación; Pero para Alexa, el ser humano nunca dejaría de ser una lacra efímera con sabor a mediocridad y soberbia que causará su propia destrucción. Tarde o temprano.
—No entiendo por qué quieres hacer eso...
No pudo continuar la frase. En un abrir y cerrar de ojos, Alexa se encontró frente a la casa de sus tíos. La había teletransportado mediante un levare, también conocido por los humanos como portal. Pero la palabra portal sonaba tonta, al lado de Levare.
—¡Maldita sea Víctor!¡Vivaldi tenía para rato!
De la entrada de la casa, bajaba Charles. Su tío. Vestido con un traje negro. Su cara indicaba que estaba de mal humor.
—¡Eres una niña insolente!
—¿QUÉ CREES QUE HACES? — ella estaba exasperada. —¿DÓNDE ESTÁ TORI?
—Él se encuentra bien. ¿Qué crees que hacías fuera de la casa, Alexa? — la tomó por la oreja.
—Tengo dieciséis años. ¡TENGO QUE SALIR!
—No tienes un protector por nada. — sentenció. — Al él le dimos el voto de confianza para que te cuidara dentro de la casa. Si a nosotros nos llega a pasar algo. — explicó.
—¿Cuándo estará sobre mí el voto de confianza? — inspiró con dificultad. Sus ojos se llenaron de lágrimas. Pero no lloraría. — Porque sabes...— tomó aire, pero ya era demasiado tarde. Su visión se ennegreció. Y cayó. Charles la atrapó, antes de tocar el suelo. Su temperatura estaba aumentando. Otra vez estaba sucediendo.
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Editado: 06.06.2020