Charles había pedido estrictamente a los empleados del hogar que despierten a su sobrina y a su esposo lo antes posible.
Las mañanas en la costa eran frescas, al igual que las noches. El mar actuaba como uno de los tantos factores moderadores del clima.
Alexa, que había estado toda la noche de fiesta en fiesta, y ahora deseaba con toda su alma dormir, se vio interrumpida por el ruido de unos nudillos contra las grandes puertas de madera. Ella intentó adivinar mediante su olfato quien se encontraba del otro lado de la puerta, pero no lo logró. Resopló. Ruidos y más ruidos habían vibrar su puerta, y ponían sus pelos de punta.
Aún había un poco de droga en su organismo, y las cosas se movían por si solas, había colores aún no descubiertos por los terrestres... Las drogas que desarrollaba Tori eran efectivas pero no eran duraderas... Tenía sus oscuros cabellos pegados en la frente y en la espalda, a causa del sudor; sus ojos estaban hundidos en oscuros círculos. Ojeras por no conciliar el sueño. Ya había dejado atrás sus cachetes de niña, sus pómulos se alzaban, y tenía una cara más contorneada. Miró sus manos, las drogas se iban, como sus ganas de existir, los huesos de sus muñecas sobresalían... Hacía mucho no comía bien, y su peso había bajado de repente. Llevaba puesto un jean negro, y una camisa de color rojo floreada, que no recordaba tener un su armario... seguramente se la habría intercambiado con alguien. Intentó recordar, pero no surtía efecto.
Se la quitó, y se miró en el espejo que se hallaba colgado entre las dos ventanas mirando al oeste, hacia el jardín principal. Lo único que sus oscuros ojos captaban era una bolsa de huesos pálida y consumida a sus dieciséis años. No había nada más que vacío. Falta. Todo siempre falta. Decidió colocarse una remera negra que se encontraba colgada de una silla.
La puerta sonaba y sonaba. Ella las abrió de un tirón. Del otro lado, una señora con ojos rojos y cabello cano, de cuerpo robusto, vestida de mucama, la perforaba con la mirada. Jamas se habían visto. Pero Alexa reconoció a una vampira desnutrida, detrás de una cara pálida y demacrada, con sus ojos característicos. Rojo carmesí opaco. Su cartel decía Rosa. Supuso que así se llamaba. La señora rompió el silencio.
-He sido informada por el señor de que usted debe estar urgente en el jardín.
-¿Para?
-Desayuno familiar.- Rosa le dirigió una mirada intensa.Estaba leyéndole el alma a aquella muchacha.- Deberías preguntarte, por qué todos los empleados huyeron despavoridos.
-Eso es muy descortés de tu parte...- Alexa sabía que en un combate cuerpo a cuerpo, ganaría su juventud sobre una vampira que lee mentes. Sin embargo, le seguía produciendo escalofríos.
-Tus privilegios se irán pronto...
-Eso espero.- susurró Alexa, y la tomó por sorpresa a aquella señora que parecía saberlo todo. La poca sangre que consumía, estaba apagando su alma y con ella sus poderes, y por último, acabaría con su vida. Rosa se dio media vuelta, y con paso seguro, se dirigió a la marea de laberintos que era esa casa.
La adolescente se quedó durante un momento viendo como se iba, y se dio cuenta, que ya no había ruidos de zapatos golpeteando contra el piso. No tantos. Ni siquiera se sentían los mismos olores. Las criaturas que trabajaban en la mansión, se habían ido. Habían corrido despavoridos luego de ver a aquella muchacha siendo poseída por el diablo. Luego de los brujos combatientes veteranos de guerra, en la lista de vapuleados en el mundo oscuro, estaban en el primer lugar los vampiros, con extrañas habilidades, mejores que las de cualquiera, sin límite.
El sol y el viento se complementaban, y daban la temperatura perfecta. Ni mucho calor, ni mucho frío.
Charles adoraba usar prendas blancas, que contrastaban con su piel caribeña. Y los gorros playeros eran su placer culposo. Su cabello ondulado, se volvía de un tono cobrizo, bajo los rayos uv, y se revolvían enmarañados bajo el viento. James, sentado en la otra punta de una mesa de cristal que parecía que pronto se desplomaría, en una silla de cristal en la cual parecía que te caerías, llevaba puesto su pijama color gris y unas pantuflas de conejito. Su piel rozaba mucho más el color chocolate, y sus ojos eran de un verde selva. Sus cabellos, cortados al ras, corte de soldado se le llamaba. Alexa, sentada en un costado de la mesa, intercalaba su mirada entre la abundante cantidad de comida que había, sus tíos que no podían dejar de desafiarse con la mirada, y el mar.
Decidió romper el hielo.
-No sabía que te gustasen los vampiros, Tío Charles. Eso es muy controversial.
-Si no fueses te fueses incinerando por la vida, sería sencillo encontrar empleados.
Ninguno de los dos despegaba su mirada del otro. Esto enervaba a Alexa.
-¿Qué pasa entre los dos?
-Tu tío Charles te tiene una agradable sorpresa.- James no era de utilizar sarcasmo. Y eso asustó a la chica.
-Calla, James.
-Cuéntale. Dios mio, Charles. Te has vuelto desquiciado. Ese tatuaje ya te tiene a mal traer.- Charles tenía una marca de nacimiento, una especie de tatuaje. Líneas que formaban un delfin y una rosa. Y a medida que el tiempo sucediese, esa marca podría afectarlo. Podría volverlo loco, causarle alucinaciones. Su cuerpo humano podría ser defectuoso ante la sangre demoníaca que corría por sus venas.
-Bien, bien.Deja de asustarla.
-Se lo diré...- amenazó James, y Charles le cedió el espacio contento de no tener que hacerse cargo de sus acciones.- ¿Recuerdas aquel muchacho?- Alexa entornó sus ojos, su pulso se aceleraba.- ¿Evan?¿El humano amigo de tu tío que casi te ve esa noche...?- Alexa, que estaba bebiendo de su café, se atragantó. El líquido caliente, demasiado, pasó por toda su garganta, dejando secuelas de quemaduras.- Bien, tu tío aceptó que se quede unos días aquí porque en su casa hay una falla de gas.
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Editado: 06.06.2020