-¡Alexa!- la reprendió su tío James susurrándole.- Compórtate.
-Lo siento, Evan.- dijo ella de una manera sarcástica.- No acostumbro a las relaciones humanas...
-Espero que no te guste entablar relaciones con fantasmas.- dijo el. Soltando su mano.
-¿Tú eres un fantasma?- ambos se miraban, y un odio ciego les carcomía sus escrúpulos.- Es una broma, querido. ¿Te ayudo a bajar tu equipaje?
-No es mucho, yo puedo. Pero me gustaría tu compañía.
Charles y James habían pasado a no entender que les sucedía a estos dos adolescentes ¨humanos¨.
Alexa lo conducía a Evan por donde el había venido, hasta el jardín principal, donde se hallaba su auto. Pero antes de salir de la casa, lo agarró de su camiseta,y lo empujó contra la infraestructura. Ambos se hallaban cara a cara nuevamente. Ni siquiera con Alexa aprisionándolo contra una pared era capaz de soltar un sentimiento.
-¿Qué haces aquí?
-¿Por qué no te unes a mi manada?- Ella lo empujó nuevamente contra una columna que tembló. Algunos pedazos de techo, y pared, polvo, cayeron sobre sus cabezas. Los cuadros que decoraban los pasillos se cayeron, algunas luces se apagaron, hicieron cortocircuito.
-¿Qué necesitas de mi, Evan?- siseó.
-¿Qué necesitas tú de mí, Alexa?
Ella se rindió, y lo soltó. Pero él, hábil, la empujó contra la pared. Ella le escupió la cara. Evan sin soltarla, se limpió.
-Debes unirte.
-No tienes madera de líder. Seguro tu manada buscó otro alpha.
El parpadeó, y alzó su cabeza. Sus ojos eran amarillos opacos. No era el alpha. No tenía ojos rojos. Ella rió sin ganas, y él la empujó para soltarla. Alexa quedó confundida.
-Solo eres un perrito faldero.- le pegó en la entrepierna,y Evan se retorció de dolor. Lanzó un gruñido, seguido de una respiración mezclada con jadeos.-Puedes bajar tus maletas solo, e intenta ir hacia el ala de la izquierda. No quiero sentir tu aroma cerca.- lo empujó contra la otra pared, y se metió en la casa nuevamente.
El respiraba de manera agitada, y rogaba volver a ser humano. Con una mano se sostenía de la pared, con la otra apretaba el puño, clavándose sus garras en la palma de su mano. El dolor lo hacia humano. El dolor era humano.
Los pasillos eran altos, y se cruzaban entre sí formando suntuosos laberintos; había muchas obras de arte decorando las paredes, todos firmados por Alexa. Columnas y arañas de cristal adornaban el lugar, y bajo las pinturas había pequeños muebles con esculturas.
Alexa. Alexa. Alexa.
Evan a medida que se acercaba notaba la calidad de cada una de esas copias, y otras que no eran copias. Tranquilamente podrían ocupar un lugar en el Louvre. Nunca había conocido el lugar, pero sabía que su alpha, Nathaniel, sí. Y le había relatado miles de historias de niño...
Los lujos de la mansión Bullock-Darton, era más de lo que cualquiera podía imaginar. Su habitación era magnifica. Tenía ventanas en el este y en el oeste. Se encontraba enfrentada a la de Alexa, y los separaba un balcón interno. Podría ver el amanecer y el atardecer si quisiera. Tenía una cama gigante, cubierta por un acolchado de pelaje de animal sintético. Frente a la cama, las dos puertas de entrada. En un lado de los ventanales había un sillón que daba al atardecer, y del otro lado una mesa de madera, para desayunar en el amanecer. A cada lado de su cama tenía dos puertas; detrás de una había un baño que jugaba con tonos negros y blancos, del otro lado había un vestido completamente de madera, donde colgaban sus tres prendas que trajo para su corta estadía. La casa era enorme, tenía cuatro pisos, y solo tenía tres habitación enfrentadas. Los otros pisos se utilizaban para desarrollar la habilidad de los dueños. La mansión en sí, era un laberinto, con pasillos, balcones internos, ventanas, y escaleras que suben y suben.
Sabía que dentro de poco sería nuevamente luna llena, y esperaba poder convencer a Alexa de que se uniese a la manada. Había mandado como cebo a Sammie, pero eso no había funcionado. Ella se había negado rotundamente ahora que le caía bien.
Evan se sentó en la enormidad de su cama. Su especialidad era guiar su vida con planes, y las personas siempre terminaban siendo un libro abierto para su especial habilidad de observación, pero Alexa era un misterio que no podía controlar. Se le iba de las manos, era la nada a la que todos tememos. Lo único que le restaba era ser sincero, explicarme verdaderamente el por qué la necesidad de ella, y de su estancia en la Manada Génesis. Debía, por una vez en su vida, ser sincero. Eso lo incomodaba.
Los días pasaban, pero Alexa se había esfumado de su vista, y de la casa. Sus tíos no notaban su ausencia, cada quien estaba en sus cosas.
Evan tuvo la necesidad de entrar a su cuarto, para ver si verdaderamente podría descubrir algo de ella, algo que brille a pesar de su violencia con todo y todos. Todo era oscuridad, las ventanas estaban cubiertas con cortinas que no dejaban pasar ni un poco de luz. Sólo brillaban las estrellas, y los planetas que Alexa había dibujado en las paredes de su habitación con pintura flúor. El lugar era más que un puro desorden, era un puro desorden controlado. Los mentirosos les pisan las colas a los demás mentirosos, y eso era ley de vida. Papeles borradores hechos bollos desperdigados por la habitación, lienzos a medio terminar, pinceles por el piso cubierto de papel de diario, tarros de pintura abiertos, la cama deshecha, y prendas de ropa dejadas en un camino hacia el baño. Pero el olor a pintura,a rosas y a sangre de Alexa se encontraba distante, hacía mucho no pisaba esta habitación.
Evan inspiró profundamente, y rogó por que sus sentidos no le fallaran. Cerró sus ojos, y buscó su animal interior. Esa cosa salvaje que llevaba adentro, que no había otras palabras que lo describieran mejor: necesidad de libertad. Ansiaba que la adrenalina recorra sus venas, que encienda sus ojos, que le dé la chispa para que sus garras y sus colmillos salgan, para correr sin cansarse, para que su olfato reconozca el olor a kilómetros. Se relajó y sintió como si estuviese flotando en el mar, y de pronto encuentra un tiburón. Su corazón comenzó a ir más rápido. Sus ojos amarillentos iluminaban la habitación, su olfato reconocía a Alexa cerca de la playa, sus garras estaban listas por si necesitaban salir, al igual que sus filosos dientes, sus oídos, ahora orejas, escuchaban atentas. Ahora solo rogaba que la conversión no se diera por completo.
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Editado: 06.06.2020