Caelestis Ignis. Donde todo comenzó

CAPÍTULO 8

Alexa miraba el techo de su habitación mientras alternaba entre el sueño y la vigilia. Entre la nada, y los sentimientos. A veces tenía la impresión de que ni dormida podía escapar de lo que sentía. La soledad se había materializado. Realmente se encontraba en presencia de otros como ella, lobos, y aún no sentía pertenecer. Se convenció de que era el tiempo. En solo una semana una extraña había interrumpido en una manada, una familia, quien sabe hace cuanto lo son. Y nadie sabía por qué exactamente se encontraba allí. Ni siquiera la extraña sabía el motivo de su estancia en la manada Génesis. La llamaban indigna, débil...sapo de otro pozo... infiltrada; solo recibía humillaciones. Samantha no lo dirigía la palabra, a menos que se encuentren a solas. Evan era el único dispuesto a hacer que se sienta integrada. Y había entendido, por suerte, la necesidad de guardar el secreto de la chica. Todavía, no había tenido la oportunidad de conocer a su alpha, o a su novia Kat.

Sus pensamientos la llevaron hacia el pasado. James y Charles. El enojo que tenía con sus tíos, nublaba su juicio. La habían alejado tanto de su propia naturaleza, que ahora era lo único que le quedaba, y a medias, y no deseaba volver a un pasado donde la gente que amaba la dormía con un brebaje violáceo para ocultar lo que era, quien era. A veces le llegaban cartas de su tío James, él siempre amó escribir, y había aprendido a hacer portales hacia sus seres queridos sin necesidad de saber dónde se encontraban. Por eso, en la habitación de Alexa había desperdigados sobres por todo el suelo de madera. Agradeció nunca habérselo cruzado, que al menos haya respetado esa línea de privacidad. Sin embargo no tenía ganas de leer nada que no se encontrara en su celular. Tori también se le venía a la mente. A él hacía una semana que no lo veía; ambos estaban en plena remodelación de su nueva habitación. Realmente lo extrañaba, ellos hablaban de todo, y no se juzgaban.

La puerta chirrió. Era doble, de madera oscura, y pesada. Alexa adaptó su visión a la luz que entraba desde el pasillo. Su corazón dio un vuelco, sintió la necesidad de incorporarse, de hablar.

-¿Qué...?

Pero no dio tiempo a terminar. Sammie cerró la puerta con llave, y sus labios se encontraron en un profundo beso. La ropa caía a medida que ambas se acercaban a la cama. La habitación grande, fría, y silenciosa se transformó en un lío de jadeos, calor, transpiración, suplicios silenciosos. El cabello oscuro de Alexa, contrastaba con los rizos rubios de Sammie, se entrelazaban. Los besos se intensificaban, sus miradas eran desesperadas, ansiosas. Todo era salvaje.

Un estruendo despertó a Alexa de su sueño. Buscó a Sammie con la mano en medio de la confusión. Pero ella se había ido. Se encontraba atolondrada. Dudó de lo que si sucedió había sido real. Otro estruendo. Era la puerta. Cerrada con llave. Una corriente de aire helado rozó su desnudo cuerpo, y movió su melena. La cama era un desastre. Entendió que su amada había escapado por la ventana hacia su habitación en medio de la noche. Bufó.

Las puertas se abrieron de par en par; unas botas militares llevadas por Evan interrumpieron.

-¡¿Qué carajos haces, Grey?!- atinó a cubrirse con una sábana color rojo vino.

-¡¿Qué haces desnuda?!- No parecía conmovido. Se dirigió hacia el centro de la habitación. Alexa se estaba hartando de que la gente entrara, y rompiera su aura de privacidad, así como así.

Evan no era muy dedicado a su ropa. Y era comprensible. Ante cualquier emergencia donde sea necesaria una transformación debías despedirte de tus jeans y tus remeras, porque quedaban hechas pedazos. Pero en esos momentos, llevaba puestos unos joggins militares, una musculosa blanca, y unos borceguís. Su cabello platino y corto, lo hacían parecer muchos años más grande. Sus ojos grises penetraban el alma de Alexa, dejándola más desnuda.

-¿Se te perdió tu tanque?- se burló.

-Sí. Pensé que podía encontrarlo junto a tu ropa.

-Podrías buscarlo junto con el espacio personal que acabas de romper, en el universo de privacidad que te hace falta.

-Bien... tu ganas.- Evan descubrió la ventana abierta, y se acercó. No titubeaba ni un poco por el frío. Él siempre era una estufa andante, ella había podido comprobarlo. Divisó a lo lejos.- Ella siempre hace esas tonterías...- refiriéndose a Sammie. Excusando, prácticamente, a su hermana por elección.

-¿Te refieres a que me ignora porque no logra aceptar lo que es?

-Todos ocultamos cosas.- dijo él, pensativo. El olor a tierra mojada inundaba la habitación. Solo faltaban unos minutos para el amanecer, y las primeras nubes de tormenta salpicaban el cielo. Alexa bostezó, y ambos se miraron.

-Aquí no esta tu tanque...

-Pero si estoy seguro de que tienes ropa...- comenzó a hurgar en el armario empotrado en la pared. La muchacha, de mientras, intentaba caer a la realidad. Lo miraba con cara de confusión. Realmente el sueño le ganaba, a veces se quedaba dormida.- ¿No tienes nada deportivo?

-No, Evan.- dijo ella, emitiendo un leve ronquido. Su cabeza, chocó contra la pared, y eso la hizo volver a la realidad.- Soy artista, ¿lo olvidas?- señaló las pinturas dadas vuelta contra una pared. Frente a una ventana, se encontraba el atril, con un lienzo a medio terminar cubierto con una suave seda. En su escritorio, se encontraban los acrílicos, los pinceles, diarios, y todos los utensilios necesarios para crear.

-Deberías moverte un poco. ¿Sabes la cantidad de jóvenes lobos que mueren por inactividad?

-Imagino que es la misma cantidad de chicos llamados Evan que no se ven ridículos llevando trajes militares.

-Deja de criticar mi atuendo, jovencita. Mueve tu culo hacia el baño.- Le lanzó una calza y un top deportivo negros a estrenar.- Ponte eso.- Le guiñó un ojo.- Te veo fuera.

-¿Cómo conseguiste..?

-Sammie es una experta averiguando el talle de las personas sin preguntar. Y yo soy un experto en obtener la información que requiero.




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