Caelestis Ignis. Donde todo comenzó

CAPÍTULO 9

Evan siempre había sospechado que algo con el funcionaba de manera diferente. Nathaniel conoció al pequeño huerfano a sus seis años en un orfanato humano. Llamaba mucho su atención; era una noche de otoño lluviosa, cuando Nate decidió raptar al pequeño niño humano del horrible lugar. En plena ciudad, un gigante lobo, corría entre las penumbras, y llevaba al chico de cabello color plata entre sus dientes. Lloraba desconsoladamente. No lograba comprender, su miedo era demasiado. 
En una plaza, llena de árboles, simulando un bosque, Nate depositó al pequeño Evan, y volvió a su forma humana. Llevana cabello negro azabache corto con rizos, unos congelantes ojos azul mar; era alto, y corpulento. Se presentó; sin infundir temor. Su manera de hablar, de caminar, sus gestos... parecían estar hechos en una computadora. Eran perfectos; dignos de la realeza. Llamaban la atención de cualquiera. Te invitaban a seguirlo. Algunos lo llamarían manipulador.
-Mi nombre es Nathaniel Douglas.- se sentó en el húmedo pasto; llevaba puestos unis jeans, una remera, y unas habituales zapatillas urbanas. Él parecía ser el único lobo que no perdía su ropa al convertirse.- ¿Y tú, pequeñín?
-Evan...- titubeó. La lluvia mojaba sus largas pestañas y le impedía ver correctamente. Evan Grey, señor.- era un niño flaco; rozando la desnutrición. Con sus cachetes hundidos, y una mirada llena de cansancio. 
-Tengo una propuesta para tí, Evan.- bajó su cabeza, y luego de un parpadeó, sus ojos se veían enteramente de un rojo intenso. No había pupilas, no quedaba nada parecido a un ojo humano, salvo la esclerótica. Titilaron, y amagaron a desaparecer.- ¿sabes quienes somos los de los ojos rojos?
-No, señor...
-Puedes llamarme Nate.
Ambos pasaron toda la noche hablando sobre el Mundo Oscuro. Sobre los peligros, y mas maravillas de ser un "súper humano". Así los había llamado Evan, quien aceptó la propuesta de Nathaniel. En la siguiente luna llena, Nathaniel, con cuidado dejó la marca de su mordida en la muñeca del niño; gritaba desesperado del dolor. La sangre corría como un río desbordado por sus brazos. El veneno de Lican se paseaba por sus venas, que se tornaron negras. Su cuerpo comenzó a convulsionar. La toxina probaba que tan fuerte era el pequeño de seis años. Nate observaba atento, con su boca manchada de escarlata, como la selección natural actuaba frente a él. Evan dejó de temblar, volvió a la realidad. Se sentía diferente. Sus grandes ojos grises veían todo en la oscura noche; olía la deliciosa comida que una familia preparaba a kilómetros de allí. Oyó reír al mayor, y tuvo el reflejo de cubrirse. Sus oídos se habían vuelto sensibles. Él rió también. 
El alpha y su beta intercambiaron miradas. Un año después, en un pueblo perdido de la Argentina, Nathaniel se enamoró de una bella y adinerada joven, llamada Katarina Blood. Y pronto la familia se fue agrandando. 
Nate, comenzó con problemas de salud a sus veinte años. Desde ese momento, los viajes por el mundo se volvieron comunes. Todos buscaban ayuda para su alpha. Alguna cura. Alguna hierba, un hechizo, un ritual; la locura lo consumía cada vez más. 
El alpha logra enterarse de alguna manera sobre la existencia de Pueblos Fantasmas. Y manda a toda la familia a vivir a Hermandad; a una propiedad de sus antepasados. La guerra en el Mundo Oscuro cada vez era más devastadora, y tomaba partes que jamás parecían ser puntos de ataques. Y Nate creyó que su familia iba a estar más segura, lejos de todas esas locuras sanguinarias. Mientras él, con Kat, seguían buscando como solucionar su grave estado de salud mental; Evan se encargaba de la otra parte de la Manada Génesis solo con diecinueve años. 
El joven muchacho, con el pasar de los años, se había vuelto un mentiroso experto. Su cuerpo había comenzado a actuar de maneras extrañas. La misma noche que recibió la mordida, se encontraba él sólo en una cabaña abandonada. Por un desperfecto, la casa explotó en llamas, con el niño adentro; pero simplemente salió ileso. Sin ningún rasguño. Años después Nathaniel le preguntaba cientos de veces que había sucedido, y Evan solo era capaz de comentar mentiras y mas mentiras. La verdad jamás podría salir a la luz. Nunca nadie debía enterarse de que un niño sobrevivió a una explosión que quemó varias hectáreas de bosque. Así que convenció a su alpha de que los ángeles se encontraban de su lado. Mientras los años pasaban, Evan exploraba esta inmunidad a todo tipo de calor, y su torso se iba llenando de marcas; el las llamaba tatuajes. Cada día que despertaba tenía una nueva línea trazada. Parecía formar un código, un mapa, la resolución de un laberinto que recorría desde su pelvis, su espalda, sus brazos, y terminaba en su cuello. No sabía como llamarlo, y cada vez poblaban mas su pálido cuerpo. Comenzaron a salirle a sus quince años, y con el tiempo empeoraban. Intentaba ocultarlas con todo, y la gente solía pensar que eran tatuajes planeados. Mentira que claramente había difundido en su familia. Sin embargo, Sammie una vez lo descubrió intentándoselas borrar desesperado en el lavabl aunque nunca preguntó por qué. Ella no tenía necesidad de inmiscuirse en su vida. Él era Evan Grey. Era uno de los misterios mas grandes del universo. Nunca quedaba al descubierto, al menos que él lo quisiera. Todo estaba premeditado, y nunca nada tenía un por qué. 
Sin embargo, el panorama cambió un poco luego de conocer a Alexa; alguien parecida a él. Alguien que expulsó un fuego que al principio lo dañó; pero sanó. Sus quemaduras se curaron al instante, y su cuerpo sentía una extraña vibración. Ella encendió algo en Evan. Algo que se encontraba apagado. Y era la poseedora de esa llave. Era la unica que podía devolverse esa sensación de grandeza. Desde ese momento se dio cuenta que la necesitaba. Le daba una chispa de adrenalina. Su fuego era adictivo. Quería siempre probar más. No podía asesinarla, no podía seguir las órdenes de su alpha. La necesitaba con él. Su aroma era tan atrayente, y lo embobaba. Samantha era de gran ayuda. Ellas simplemente se amaban, mientras Evan disfrutaba a Alexa desde donde podía. 
Para ella era demasiada información que procesar. Se sentía extraña. Como... fuera de sí. No podía dejar de pensar en lo sucedido. En que... no estaba sola. Un atisbo de alegría recorrió su corazón. Los fuegos. El fuego. Su fuego era misericordioso, al lado de el que producía Evan.
-¿Al...?- le habló con el mayor tacto que encontró en su voz.
-Esos... esas marcas...- inspiró.- ¿sólo te salieron?- Alexa comprendió; él y Sammie tenían el mismo tatuaje. Ella había intentado cubrirlo, y decir realmente que ambos se habían tatuado para que no lo retaran solo a Evan. Pero... ahora las lineas se superponían. Y los colores negros se perdían. 
-Comenzaron a salirme cuando comencé a controlar el fuego de... las estufas; fuego que encontraba, fuego que manipulaba. Y las marcas iban saliendo. Pero luego de que me tocaste... logré hacer esto...- con un chasquido de dedos salió de la palma de su mano una pequeña llamarada de un color celestial. Iluminaba su pálida cara. Se podían ver los tatuajes arder con la misma intensidad. Su pelo platino se volvió como la llama. Ella cerró sus ojos, y busco en lo más profundo de su ser algo que la ayude a revivir su poder.
Una corona rompiendo los vidrios de una tonta prision de cristal. 
Espiró.
Su cabello se tiñó de naranja. En sus manos, llamaradas anaranjadas. Sus venas se tornaron de un color infernal, al igual que sus ojos. 
Ambos sonrieron. De alguna manera parecía que Evan utilizaba el fuego celestial como una herramienta. En cambio, Alexa era fuego. 
-¿Puedo llamarte Rayito?- bromeó él.
-Debes dejar de bromear con todo, Grey.
Los dos jóvenes tuvieron la idea de querer juntar el fuego mediante sus manos; al mismo tiempo.
-¿Tienes miedo, Rayito?
Ella quebró el espacio que había entre sus palmas. Ninguna sensación era comparable a la otra. Aleza expulsaba un fuego extremadamente incómodo, y pulverizante. Mientras que Evan quemaba de lo frío que era. Se separaron.
-Cool.- dijo él.
-Experiencias...- sacudió su mano, recuperándose. 
El día prosiguió con tanta normalidad como fueron capaces de recaudar. 
Evan le enseñó las instalaciones de Inferno. Esa pálida sala contenía dos puertas; y una tercera escondida. Trifurcaba:
A la derecha desde la pesada puerta de hierro, había un ancho pasillo; lleno de literas empotradas en la pared. Lo llamaban "el refugio". También había una enorme cocina; un inventario repleto de comida y de armas. Estaba pensado para almacenar a doscientas criaturas con comida y oxígeno para cinco años. Seguía siendo monocromático. No salía de la gama del color blanco, y sus variantes. 
Por la puerta del medio se encontraban los túneles. Pensados para una evacuación segura. No se hallaban en ningún mapa. Era la "zona fantasma". Oculta tras una puert que se camuflaba con la pared. Un pedazo de muro movible. 
A la izquierda, había una enorme sala llamada "el lugar de las torturas". Allí era donde Evan pretendía convertir a Alexa en una maquina asesina, o al menos en alguien que sepa defenderse. Necesitaba enseñarle a controlarse. La habitación estaba fastidiosamente ordenada. En un sector maquinas de gimnasio. Pesas; fierros. Otro espacio dedicado a las caídas, y a sus formas de ejecución. Allí sólo había andamios de unos quince metros de donde te tirabas al suelo duro intentando no matarte. Tiros al blanco pegados por todas partes, al igual que maniquíes simulando un objetivo potencialmente peligroso. Las armas no faltaban, estaban exhibidas por las altas paredes. 
-Esto parece hecho para malditos cazadores.- dijo Alexa, tomando una katana por su mango. 
-Brujos combatientes... de hecho.- mencionó Evan, tomando en sus manos dos cimitarras.- Lobos, vampiros, e incñuso brujos eruditos nacemos con ventajas. Magia, habilidades mejoradas, sentidos agudizados. Pero los brujos combatientes son quienes nacen con más características humanas que otra criatura. Ellos manejan poca magia, y entrenan toda su vida para poder alcanzar en velocidad a los vampiros, o en fuerza a los lobos. Nosotros podemos adaptarnos a ellos, a sus maquinas, a sus herramientas. Pero ellos no pueden destrozarle el cuello a alguien con sus dientes. 
-Si; pero esto podría ser el armamento de un estupido humano. Un homo Videns cazador.
-Puedes tomarlo como que somos versatiles... 
-Me sirve...
Ambos rieron profundamente.




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