Las lágrimas habían cesado, pero no su dolor, sus miedos, su confusión. No dejaban de atormentarla. Ya había dejado de vomitar. Pero no tenía fuerzas para levantarse del piso del baño; sus manos temblaban del frío, y aún se encontraba mareada. La habitación giraba en torno a ella.
Logró normalizar su respiración, de a poco. Cerró sus ojos, mientras intentaba descifrar qué había visto en aquel papel.
La vida la abrumaba. Ella estaba paralizada.
La puerta del baño sonó; Alexa sabía quién se encontraba del otro lado. Su fuerte aroma a perfume importado, penetraba en sus fosas nasales.
—¿Qué quieres, grey?— preguntó con una voz extraña. Estaba perdida. Estaba realmente perdida.
—¿Todo...?— dudó un segundo de sus palabras. Se corrigió al instante.— ¿Necesitas algo?
—Cambiar de vida con alguien. Tal vez.— resopló, mirando el piso. Él entró en el pequeño cuarto, y la observó con sus fríos ojos grises. Era tan pequeña, y frágil. Su pálida piel era muy parecida a la de una muñeca de porcelana. O tal vez, era como una de esas esculturas de Miguel Angelo. Se sentó a su lado, evitando el vómito.
—¿Con quien cambiarías de vida?— inquirió, apoyando la cabeza, sobre su hombro. Tuvo miedo de que ella se corra, pero por suerte no se inmutó.
—Con un gato, gordo. Y que sea alimentado con comida muy rica; vivir en una casa cómodo, y esperando que salga alguna rata para cazarla. Pero podría ser hasta malo para eso, no me sorprendería.— él rió. Ella podía llegar a ser más cómica de lo que pretendía cuando estaba triste, y abarrotada.
—¿Ese no es un dibujito animado para niños?— dijo, chasqueando sus dedos, intentando recordar el nombre. Alexa rió con ganas.
—Tu dices...— se quedó pensativa.—No lo sé. Nunca vi dibujos animados. No existían las televisiones en mi antigua casa.
—Lo sé.— dijo molesto.— Nosotros vivíamos mudándonos de país en país. Entrenando siempre. A veces pasábamos días en los bosques, perdidos con los chicos.
—¡¿Nunca vimos dibujitos?!— se encontraba fascinada.
—¡No!— se quejó Evan. Como un niño cuando pide hamburguesa, y le dan una zanahoria.
—¿Qué clase de infancia tuvimos?
—No lo sé. Al menos no terminé abrazando un balde con mi propio vómito.— bromeó él. Y ella puso los ojos en blanco.
—¡Fue lo primero que encontré!
—¿No reirás? ¡Vamos! Me pensé mucho en decirlo o no.
—Mi vida es patética. Solo yo puedo hacer ese tipo de comentarios.
—Es muy compleja usted, señorita Dumont.— el se incorporó, y le ofreció una mano para ayudarla. Que ella tomó. Y lo empujó contra ella. Lo detuvo frente a su cara. Sus pestañas rozaban.
—Eres muy malo contando chistes.— sonrió, y lo alejó con una mano en su pecho. Se incorporó sola.
—¿Limpiarás esto, o te revolcarás como los cerdos?— ella lo miró confundida. Con sus cejas juntas.— Cierto, eres un gato. Porque creo que si había un dibujito con un cerdo también. O era una cerda. No lo sé.
—No busques problemas, Grey.
El le guiñó un ojo, y se dispuso a irse.
—¿A dónde crees que vas?
La miró, perplejo.
—¿Qué?
—Debes ayudarme. Eres mi amigo. ¿No? Me recuerdas lo patética que soy, y limpiamos mi vómito juntos.
Él se relamió sus labios, pensativo.
—Si. Funciona para mí.— comenzó a trapear. Ella rió profundamente.— ¿En serio reirás de eso?
—Sip. Reiré de lo que quiera.
Ella lavaba el balde. Ambos bailaban y cantaban Riptide de Vance Joy. Cualquier utensilio funcionaba como micrófono. Eran felices, y no lo sabían. Curiosamente, uno nunca sabe cuando es feliz hasta que todo lo pierde.
Terminaron exhaustos. Y se recostaron en aquella gran cama. Cansados. Detestaban limpiar.
—¿Qué harás con el mural?— preguntó observándolo.
—Nada. Así está bien. Será mi mural de descarga.— Bufó.
—¿Qué haremos ahora?
Los jóvenes tenían un aspecto muy normal. Parecían humanos. Alexa llevaba un jogging y un buzo extremadamente largo; la tarde se había puesto gris, y muy nublada. Parecía como si el cielo se fuese a caer. Evan llevaban unos jeans, y una remera roja. Iban descalzos.
—Esa pregunta puede ser contestada de muchas maneras, Grey.— Cerró sus ojos.
—¿Qué haremos?—suspiró.
—¿Con?— colocó sus manos en sus costados. Frustrada.
—Nunca tuvimos vidas de placer, Alexa. Tenemos vidas llenas de lujos; ¿Y qué hacemos? Nada. Todo está a nuestro alcance...
—¿Tú hablas de ir de fiesta a las cuatro de la tarde?— se incorporó, y lo observó.
—No pero...— se sentó con las piernas cruzadas. La miró.— ¿Qué con los placeres de la vida? Tal vez, beber café en un bar.
—¿Sabes que es el café?— inquirió Alexa.
—¡Claro que no!— ambos se tentaron profundamente. Él abrió grande sus ojos.— ¡Te hice reír de nuevo!
—¡CLARO QUE NO!
—¡Claro que sí!
—Mírate. Ya sabes manejar muy bien las bromas. Estoy muy orgulloso de ti.
—Callate, antes de que tu cara coma el rico suelo de mi habitación.
—Bien...— quería estallar en risas, pero la cara de ella lo espantaba un poco.
Los minutos pasaban, y Alexa le daba vueltas a su cabeza. Había revisado todo, y no encontraba la respuesta. Miraba fijamente el suelo.
—Oye Alexa, no lograrás incinerar el suelo con tu mirada. ¿Tienes acaso rayos láser de los que no sabía? o... ¿algo así?— ella separó sus labios, y distendió su cara. Pero se quedó unos minutos en silencio, rondando sus ideas.
—¿Hay alguna manera de que te adentres en mi memoria?— inquirió, y le echó una mirada. Él se atragantó con su saliva.
—¿Para qué quieres eso?— rascó su nuca, pensativo.
—¿Puedes o no?
—No sé. Tal vez. Deberías preguntarle a Tori.— titubeó.
—Si se puede. Recuerdo haber leído en un antiguo libro. Existen rituales para poder meterse en la mente de tus betas, y observar su pasado.
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Editado: 06.06.2020