Caelestis Ignis. Donde todo comenzó

CAPÍTULO 18

Nathaniel esa noche estuvo a nada de abusar de Alexa. Pero Evan lo logró derribar antes de que la tocara. Cómo pudo lo lleno de agua, y le dio una descarga con la picana. Mientras dejaba un vómito de sangre. Llegó el resto de la manada justo cuando el joven cayó desmayado, y los ayudaron. Al alpha lo encerraron, y lo ataron. Decidieron que iban a hacer guardia, para vigilarlo. 

  Alexa despertó en su habitación. Sentado en una silla estaba Evan. Dormido, como un bebe. Decidió no molestar, y sin hacer ruido, se incorporó. Pero para el joven, nada era inaudible. Él oía todo. Abrió sus ojos lentamente.

  Ninguno mejoraba en su aspecto. Ella tenía todo su cuerpo adolorido, su cuello estaba lleno de marcas rojas por el collar de ahorque. El tajo ya había cicatrizado. Sus cara se encontraba llena de moretones, a causa de los golpes de Nathaniel. Sus muñecas se habían cortado cuando se arrancó del techo. Él, tenía su cuerpo lleno de golpes que le había provocado el alpha con un bate de béisbol; Tenía costillas rotas a causa de eso. Su muñeca destrozada, puesto que Nathaniel se la pisó adrede. Su espalda se encontraba llena de latigazos que estaban cicatrizando. Tenía por los brazos muchos cortes hechos por un cuchillo.

—Por todos los ángeles...— la primera en hablar fue Alexa. Tenían ganas de reírse, pero ninguno podía.— Estás horrible.

—Tú te ves peor...— susurró Evan.

—No te oigo...— bromeó ella. El joven le sacó la lengua, haciéndole burla. 

  Luego de un rato, comenzó a amanecer. La joven lo invitó a la cama, puesto que la silla se veía muy incómoda.

—Oye Al...— habló Evan, mientras jugueteaba con sus dedos. 

—Ya sé que hay una guerra que vendrá.

—¿Qué te dijo?

—Nada. Sólo que vendría una guerra.— simplemente, no supo bien por qué, pero decidió omitir la otra parte.

—Lo lamento. Querría que te hubieras enterado de otra forma... pero no sabía cómo.

—No te preocupes. Yo deseo  golpearte, y no sé cómo.

  Lentamente, se alejó unos centímetros de ella. Y comenzaron a reír en cuánto sus heridas se lo permitían.

—No deberíamos reír...— susurró Alexa. 

—No. O tal vez sí. Estamos vivos.— dijo con pena, apoyando su cabeza en la pared. 

—¿Qué quieres decir?

—Que tuvimos suerte. 

  La joven inspiró, y contuvo sus lágrimas. Apoyó su cabeza en el muro, igual que Evan. Estaba frío, pero no más que ella.

  El silencio reinó en la sala, por unos minutos. O tal vez fueron horas. Ninguno estaba seguro de lo que sucedía en realidad. Ellos simplemente respiraban, y miraban a un punto fijo. Con mucho cuidado, Alexa se levantó de su cama, a cerrar la ventana. El frío era mucho; la noche, cómo siempre, estaba nublada. Caían pequeñas gotas de lluvia. Habrá tardado muchos minutos en volver a su cama, con papeles y lápices para dibujar; sin embargo parecieron horas. Él simplemente dormía profundamente. Se tapó, con lentitud, y respiró cuando sintió cómo sus músculos parecía que se iban a romper.

  La joven no podía parar de dibujar todo tipo de cosas. Cualquier cosa se le venía a la mente, lo trasladaba al papel. Aves, tatuajes, personas, objetos. Imaginó a Evan en su sueño, pero eso no pudo hacerlo. Aún no.

  La puerta se abrió lentamente, de par en par; entraron Kat y Max con dos bandejas de comida.

—Qué alivio que hayas despertado...— dijo la mujer de cabello rubio en voz baja. Alexa tragó saliva; nadie esperaba que ellos despertasen. 

—No es tan guapo durmiendo...— pensó en voz alta Max. Abrió grandes los ojos cuando se dio cuenta de su error.— Me refiero a...— pero prefirió callar.

—El pronóstico era feo, ¿verdad?— inquirió Alexa, tomando un bowl con una sopa. 

—Bueno... no sé sí...— dudó por un instante, mientras el joven del cabello color chocolate continuaba observando a Evan durmiendo con la boca abierta, con la baba cayéndose.— Sí, Alexa. Realmente daba muy mal. Pero sus progresos son muy buenos. Además, los lobos poseen por naturaleza una regeneración extremadamente veloz. Mañana a la mañana, las quebraduras serán inexistentes...— no sonrió; Alexa supo que no sonreía porque la única sonrisa que podría llegar a lograr, era de pena. Eso la molestó. Nadie debía sentir pena por ella.

—Bien, pero lamentablemente seguimos aquí Kat. No hay por qué estar mal.— su voz sonó fuerte y clara, eso hizo que sus músculos ardiesen. Sonrió, cómo agradecimiento por la comida. Y ambos se retiraron.

  Las horas pasaban, y Alexa se sentía mucho mejor. Al igual que Evan. Ambos jóvenes lobos sabían curarse rápido.

—Yo te escuché...— dijo Evan, rompiendo el hielo. Haciendo que parase de dibujar. 

—¿Qué...?

—Cuando decías que te tome a ti; él te dijo que yo era débil ¿no?

—Sí, pero tú no eres débil... sólo...

—Gracias.— susurró, y tragó un gusto amargo.

—¿Qué?

—Gracias; sé que esas marcas en tu cuello, esas cicatrices, duraran. Y no es nada más que por mí que todo ésto suceda.— la joven, aunque había mejorado, y ya no le dolía nada, llevaba unas marcas en el cuello. Cicatrices del collar de ahorque.

—Me hacen ver ruda...— bromeó.

—Sí... sí lo hacen.—


 

  Dentro de la cárcel, se encontraban Jules, Harvey, y Sammie. Los tres habían encerrado a su jefe dentro de una celda; se encontraban sentados en el suelo de tierra, apoyados en una pared cóncava de piedra. Nada se oía.

  Ninguno de los tres lobos quería estar allí. Le temían. Ninguno tenía las capacidades para enfrentarse a él. Ni juntos. No tenían tantos reflejos cómo Evan, ni tanta fuerza cómo Alexa. Ellos eran más mortales que demonios. Ellos le debían mucho a Nate.

  Harvey, miraba al suelo, indagando sobre su pasado; curiosamente todos lo hacían.

  Harvey no había tenido una vida sencilla. A sus doce años, su madre murió bajo las manos de su padre. En un terrible atentado contra su vida, que la justicia y los medios llamaron una tragedia. Siempre supo, que podría haber sido evitable, si es que alguien los hubiese escuchado a él, y a su madre cuándo fueron a la policía reportando al violento de su padre. Nunca pudo olvidar esa noche, cuando la mujer que le había dado todo, estaba siendo golpeada terriblemente por aquel monstruo. Gritando, y llorando por favor que alguien la ayudara. Y él simplemente se quedó paralizado del miedo. Unos meses más tarde, Harvey había escapado de la casa que compartía con ese hombre al que había llamado padre durante años. Luego de una semana sólo, y cuando casi pierde la vida por el hambre que tenía, Nate, llegó con el pequeño Evan de seis años , y lo rescató. Cada vez que su alpha perdía la cabeza, recordaba que él le salvó la vida, y le debía lealtad.




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