Ambos jóvenes miraban el amanecer, sentados en aquella duna. El mar, estaba tranquilo. Las gaviotas cazaban pecesitos para alimentarse. La naturaleza seguía su curso normal. Nada cambiaba. O tal vez todo cambiaba de manera tan minuciosa, que no parecía hacerlo. Aunque esa ley no aplicaba para Alexa. Su vida en los dos últimos meses había sufrido tantas transformaciones cómo lo eran posibles.
Hacía unas ochos semanas ella seguro se encontraba en alguna fiesta, escapando y rompiendo las reglas de sus tíos. Drogándose, emborrachándose con Víctor, mientras Charles y James pensaban que ella se encerraba en su habitación de recreación a tocar el piano durante días sin probar bocado. Y ahora, se encontraba abrazando al chico más guapo que había visto jamás, y debía ser la que líder de una operación de la que preferiría salir muerta.
—¿Qué tendré que hacer?— preguntó ella; suspiró perdida.
—Tendrás qué llegar a un acuerdo con él. Tendrás que intimidarlo para que cumpla esos términos. Mientras armo la mayor batalla que el Mundo Oscuro habrá vivenciado, tu irás carcomiendo su cabeza.
—¿Y si él carcome mi cabeza?
—No pasará. No lo dejaré. Además eres muy inteligente para que eso suceda.
—Entonces... ¿cuáles son los términos?— su voz temblaba. Evan abrió sus ojos. Se había dado cuenta que nunca le había preguntado a Alexa si realmente le gustaban esas condiciones.
—¿Cuáles quieres que sean?
—No lo sé. Los que tú digas, Evan.
—¿Qué quieres realmente?— preguntó; más serio de lo que quiso sonar. Se alejó un poco.
—No lo sé.— una lágrima silenciosa recorrió su mejilla. Ni siquiera los reflejos desarrollados de él pudieron captarla.—No sé que quiero. Supongo que si sé que no deseo.— él la miró con sus grandes ojos grises; dentro de ellos una gran tormenta parecía desatarse.
—¿Qué es lo que no quieres?
—No quiero seguir siendo parte de la manada.— susurró. En su corazón, había existido un gran dolor, desde siempre. Nunca había sido capaz de poder reconocer de dónde venía. Pero cuando hubo pronunciado esas palabras, supo perfectamente qué le sucedía. En los dieciséis años y pocos meses que llevaba viva, no se le había preguntado que deseaba hacer; no lo había podido expresar. Sus decisiones estaban guiadas por los deseos de sus tíos, o de Tori. Sin embargo, finalmente había llegado el momento, en donde debía ser una adulta.
—Bien. Yo tampoco.
Al volver al calabozo, Nate seguía allí. Con la diferencia de que estaba solo. Nadie lo vigilaba.
—Hasta que volvieron.— gruñó. Su cara aún seguía llena de sangre. La única luz que lo iluminaba era una antorcha que estaba por apagarse; las demás ya lo habían hecho a causa del estrepitoso viento.
—Hola de nuevo...— habló Alexa.
—¿Ya decidieron qué harán?— sus ojos rojos iban de un lado para el otro. Él se encontraba colgado del techo, sostenido por sus muñecas. En sus pies llevaba unas pequeñas tobilleras con peso. Y tenía, además, un collar de ahorque, con pequeñas agujas en la parte de adentro. Se movía un milímetro, y se despediría de su vida.
—¿Qué haremos?— inquirió Evan.
—Te lo pondré más sencillo, Grey.— estaba más ofuscado de lo normal.— Ella es mejor que tú.
—Lo sé.— asintió con su cabeza. Eso Nathaniel no se lo esperaba.
—Por eso, te propongo algo.— Alexa se acercó a la celda.— Somos intocables. En cuánto todo termine nos largamos de aquí.
—A cambio, ustedes se encargan de lo que yo soy incapaz de lograr.— sonó humano. Sonó normal. Sonó cómo una persona que había sido golpeada por la realidad. Cómo si su maldad se hubiera esfumado sólo un poco. Alexa lograba eso.
—A cambio de que tu nos guíes. Tú eres tan importante como nosotros.— La joven parecía haber nacido para eso. ¿Para mentir? O tal vez, para negociar. Aunque todo negocio implica mentir. Todo negocio implicaba hacer ver que todas las partes eran útiles, aunque siempre había alguien que saldría más beneficiado.
—Es un trato, niña.— sonrió. Sus dientes se encontraban rojos.— En cuánto me quiten éstas cadenas, firmaremos un contrato explícito con nuestra sangre.— Evan parecía sorprendido. Tan sorprendido cómo ella.
Nathaniel había resultado ser diferente. Alexa lograba endulzarle como nunca nadie lo había hecho. Ella lograba que él se hiciera bueno en cierta medida. Aunque eso, no duraba mucho tiempo. Ni requerían que lo hiciera. Sólo debían firmar ese maldito acuerdo. Luego serían libres.
El tiempo siempre es, fue, y será relativo. Como todo. Para algunos pasaba volando. Para Alexa, y Evan un minuto era una eternidad. Él no podía dejar de rebotar una pelota contra la pared. Ella se debatía entre cuántos lirios había pintado Monet en su cuadro Lirios en el jardín.
—¿Qué haremos con tu sangre?— preguntó el muchacho.
—¿Qué?
—¿Tu sangre no quemará el papel, o sí?
—No lo sé...— observó la palma de su mano.
—¿Tu sangre no muta cuando te transformas?
En ese momento, el corazón de Alexa parecía que iba a explotar. Evan seguía concentrado en su actividad para nada productiva; sin darse cuenta el tornado que había desatado con dos simples preguntas.
Ella pegó un salto de la cama, y pasó por encima de él, que se encontraba sentado en el piso apoyado en el colchón, mirando el mural.
—¿Dónde vas?— inquirió, observando sus torpes movimientos.
—A la cocina. Ya vuelvo.
Ambos jóvenes se encontraban sentados en el piso frente a frente. En el medio de los dos, un cuchillo muy filoso, causaba tensión.
—¿Cuál es el plan?— preguntó Evan, pasando sus ojos entre la hoja filosa y los labios de Alexa.
Alexa no dijo ni una palabra. Cerró sus ojos y dejó que su sangre fluya por todo su cuerpo. Desató una furia interior que llevaba dentro. Largó un suspiro contenido. Sus garras fueron lo primero que salieron. Luego sus colmillos. Y sus ojos naranjas por último. Respiraba profundamente. Su cabello se tiñó de un naranja fuego. Sus venas resplandecieron bajo su pálida piel.
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Editado: 06.06.2020