Caelestis Ignis. Donde todo comenzó

CAPÍTULO 20

Alexa y Evan no tuvieron más tiempo de discutir sobre si era necesario irse, o no. Puesto que Nathaniel los llamó a sus aposentos.

La noche caía pesada sobre los cansados hombros de la joven. Era una tortura estar en la habitación de Nate, con Nate. Y con Evan a punto de saltarle a la yugular, antes de que la suya explote de ira. Era la primera vez que el muchacho esclarecía uno de los tantos sentimientos que seguramente tenía; por una parte era algo bueno por fin expresarse. Sin embargo, no era tan conveniente que la primera emoción que se presente al mundo exterior, al menos para un sano lobo, sea el enojo.

—¿Qué hacemos aquí?— preguntó Evan entre dientes. La tristeza de la habitación iban bien con la muchacha; estaba casi tan oscuro como su corazón. Y casi tan vacío como su alma. 

—¿En serio?¿En serio preguntas eso, Evan?— Nate era un adicto de observar por aquella minúscula ventana. Eso le dieron a ella muchas ganas de empujarlo.— Ni te atrevas, cariño.— Alexa gruñó. El joven colocó una mano en su hombro. Ella hizo un movimiento brusco, y se la quitó. Él abrió los ojos sorprendido. 

—Ni te atrevas tú, a acercarte nuevamente a mí persona.— dijo.— Creo que quedó claro el trato. 

—El trato era no tocar a Evan. No hablaba de no tocarte. 

—Bien. Pero no están aquí por eso.— se dio vuelta lentamente. Puesto a su condición de un cuerpo defectuoso, la parte de su cerebro dedicada al dolor se encontraba apagada. Se lo veía, torcido. Y cómo respiraba mal. Un hombro que se le desacomodó por la caída, y la muñeca quebrada. Eso estaría reparado en unas horas. Nada de todo eso, indicaba un sufrimiento extremo para él. Apuesto que tendría muchas costillas fisuradas, y rotas. Aunque, durante la caída, parecía haber gritado. Tal vez, la única manera en la que, volvía a la vida el Nathaniel de antes, era encontrarse frente a frente con la muerte. Ni su enfermedad curaba el temor egoísta que causaba en el hombre, o criatura su propia muerte.

—¿Por qué estamos aquí, Nathaniel?— las palabras de Alexa eran como cuchillas hechas de plata. Más que cuchillas, parecían balas de plata dirigidas a la mente del alpha. Que la miraba con diversión. Evan simplemente rogaba salir vivos. 

—Verás, chiquita...— lo interrumpió.

—Mi nombre es Alexa; no chiquita. 

—Digo lo que veo... Eres pequeña.

—Yo no te digo idiota cada vez que me dirijo hacia ti.— sonrió sin mostrar sus dientes. En sus mejillas, se formaban dos hoyuelos.— Pero es lo que veo...

—Bien.— gruñó.— Alexa. Evan. Están aquí por necesito urgentemente que realicen ciertas tareas para mí.— ella levantó la mano. Él le cedió la palabra.— ¿Si?

—Sólo nosotros haremos tus recaditos. ¿No puedes pedírselo a otro?— Evan carraspeó. 

—Lo que ella quiere decir...

—Sí. Se lo que quiere decir. No, Alexa. Serán ustedes.

—Pero...— adrede, se hacía la tonta. No sabía por qué. Sólo quería provocar ira en él. Quería verlo que se arranque sus pelos. Que grite. Pero que tenga miedo a lo que se enfrentará, por eso se estaba haciendo ella misma, intocable. Que vea en ella una forma de morir. De morir de nervios. Por una caída. Ahogado. Electrocutado. No lo sabía. Pero tenía que sacar el veneno, antes de que la consumiera.

—Sin peros.— inspiró, llenándose de paz.— Como iba diciendo. Alexa tendrás que reclutar a todas las manadas de la lista que te daré. Será una tarea que te llevará tiempo. Pero espero que empieces dentro de quince minutos. 

—Bien.

—Tú, Evan. Necesito que busques información con Katharina. Todo lo que puedan. Acerca de Hermandad. Censos. Mapas. Si ha habido guerras. Necesito que consulten con todos en quienes confíen para recabar información. Necesito que sepan todo sobre cómo se entrenan los brujos combatientes. Un arsenal de información.

—Bien...

—¿Alguna duda?

—Sí.— dijo ella.— ¿Cómo se supone que debo negociar con Manadas?¿Qué debo decirles? ¿Hola, los invito a una guerra para defender mi pueblo?

—Creo, que si se trata de reclutar a un ejército, ese sería mi tarea.— comentó Evan. 

El poder económico que poseía Nathaniel, contrarrestaba su poca inteligencia emocional. Nate, era hijo de Génesis y Alair; los aclamados Reyes del infierno. Luego de tener a Víctor, Lilith, y Lican se decidió que no iban a tener más hijos. Pero él vino de sopetón. Nadie se lo esperaba. De alguna manera, ascendió hacia la tierra, cómo un joven poderoso, y rico. Por eso, Alexa sólo debía mencionar que provenía de la Manada Génesis, y que era beta de Nathaniel Douglas, y se supone todos se arrodillarían ante ella. Su Manada, a comparación del resto, vivía muy cómodamente, y de una forma muy humana. Eso podría generar controversia. Era una de las pocas más ricas del mundo. Eso al menos, era la información que la joven tenía en su mente. Lo que el mismo Nathaniel le había dicho.

Cuándo ya hubo amanecido, Alexa con una pequeña mochila, decidió emprender viaje hacia la primera manada de la lista. La Manada Ferox. Según lo que le indicaba, vivía en un pueblo a tres horas de Hermandad. Y tendría que tomar un auto para viajar. El problema era que, sólo una vez en su vida había conducido; cuando sacó su carnet de conducir. Y lo hizo tan mal, que simplemente, lo guardó en lo más recóndito de su mente. El alpha le dijo que agarre cualquier llave que desee, y que se encamine en el quehacer.

Ella se encontraba frente a todos esos monstruos a los cuáles llamaban autos. Para la joven, era mejor describirlos cómo naves espaciales alienígenas. Cuándo vio la llave, vio que la marca decía Bugatti. Maldijo en arameo.

Luego de quince minutos intentando entender cómo se abría esa lancha que se hacía llamar auto. Se sentó, y la encendió.

—Bien, Alexa.— se habló a sí misma.— Tú si puedes hacer ésto. Tienes tu carne

t. No debes hacerlo tan mal. 

Colocó el gps en su teléfono. Y se colocó sus auriculares para escuchar un poco de música.




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