Caelestis Ignis. Donde todo comenzó

CAPÍTULO 22

 Alexa se quedó un momento pensando mirando a la nada. Nathaniel la observaba, con sus brazos detrás de la espalda, y las dos piernas cómo el gran tronco que lo sostenían. Sus oscuros ojos se veían llorosos. Quiso correr, pero sabía que esas no era más la solución a sus problemas. 

  Pensó en Evan; dónde diablos se encontraba. Seguro con aquella bella chica tomando café con leche. Lo extrañaba, pero su enojo era más fuerte. Quiso asesinarlo. 

  Últimamente era común para ella recibir una bomba surtida de sentimientos que debía manejar cómo pudiera, de la mejor manera. 

—¿Y bien, Alexa?

—¿Qué?

—Tienes un deber. Lo cumples, o... lo cumples. 

—¿No prefieres que busque a Evan?¿Dónde diablos se metió? 

—No. Te prefiero a ti.— tragó saliva asusta.— No de esa manera. Él sabía que tenía éste compromiso, debería haber asistido. 

—Pero...

—No hay peros que valgan. Salimos a primera hora mañana.

—¿Qué debo llevar?

—¿Tienes algo de etiqueta?

—¿Etiqueta?

—¿De qué te sorprendes?

—La manada Ferox no llevaba ropa. 

—Salvo Oliver. Fue preparado toda su vida para éste momento. 

—¿Conoces a Oliver? 

—¿Sí, tu no lo conociste?

—¿Cómo lo conoces?

—Nada que valga la pena recordar. 

 

  Alexa no podía dejar de pensar en que pasaría dos días en algo llamado Palermo, en Buenos Aires. Ella nunca había prestado atención a las clases de geografía en la escuela, y ahora se arrepentía. No había entendido ni una palabra de lo que Nathaniel le había dicho. Algo de un barrio, tal vez. 

  Katharina tenía un pasado como costurera, hasta que Nate se lo prohibió. A sus dieciocho había hecho muchísimos vestidos. Tenía idea de poner su propio local, hasta que lo conoció. Todas esas creaciones las escondió en un armario alejado de su amado. Esa noche, casi madrugada, fue a visitar a Alexa a su habitación; llevaba una caja antigua forrada de negro. 

  La joven la abrió. Entre sus manos, sacó un bello vestido con encaje en el torso, y falda corta al frente, y larga detrás hecha de tul. La espalda, estaba abierta hasta casi llegar a su trasero. 

—¿Y, bien Alexa?— esa frase era cada vez más recurrente en su vida. Antes solía tener respuestas. Ahora, tal vez, le gustaba más observar; sentir. Kat parecía tan entusiasmada como una niña. 

—Es...— sus ojos se llenaron de lágrimas; sí, eso también era recurrente.— Es hermoso. Pero ¿por qué? No me lo merezco. 

—Porque cuando era joven lo diseñé pensando en una chica así como tú. Alta, esbelta. Con un cabello, y unos ojos tan negro; con una piel tan blanca, y tan perfecta. Y tus labios quedarían muy bonitos con una pintura carmesí. Además, podrías atarte el pelo en una coleta. Y usar unos borcegos, para marcar tu impronta. 

  Alexa rió. Estaba feliz; o al menos, reaccionaba ante la única buena noticia que le había llegado desde su nacimiento. Bueno, eso podría ser un poco exagerado. Pero a estas alturas, la joven no veía nada más que oscuridad.

—En serio... gracias.— tragó saliva, y ocultó sus lágrimas. 

—De nada...— la abrazó fuertemente.— Nathaniel me pidió que haga algo más por ti...

—¿Debo temer?

—No...— rió a carcajadas.— No debes temer. Para nada. 

—¿Entonces...? 

  El resto de la madrugada Katharina se la pasó enseñándole a Alexa los códigos, y cómo se comportaba la gente en esos lugares. Le comentó también qué tendría una persona que la bañaba, una persona que la vestía, una que la peinaba, y una que la maquillaba. Eran lobos omega a los cuales se le daba trabajo de esa manera. También había muchos Falsus, considerados menores qué los demás. También le había dicho que al lugar dónde iría se encontraría con todo tipo de personalidades. Había gente cómo Nathaniel que poseía mucho dinero, y había gente que aparentaba. Muchos ocupaban el lugar de los lame botas hacia los grandes como su alpha. Podría haber gente que la desee dañar. Ella debía ser fuerte. No podía permitir que flanquearan su fortaleza. 

  Cada palabra que Kat le había dicho era real. Al llegar al aeropuerto de Ezeiza, la esperaban dos hombres vestidos de traje con dos carteles que decían Alexa Dumont y Nathaniel Douglas.

—Bienvenida a una nueva aventura.— le susurró el alpha. Los saludó con la cabeza a los dos machos que había frente a él, y que sólo lo respetaban por su dinero, porque en una pelea ganarían por goleada. Ella simplemente, bajó la cabeza avergonzada. 

—¿La ayudo, señorita Dumont con su maleta?— el que llevaba su cartel, se acercó a ella. 

—No, gracias. No tengo maleta. Sólo ésta mochila.— señaló su espalda. Él frunció su cejo. 

—Es la primera persona que trae algo tan acotado para una fiesta tan importante. Sin ofender.— a diferencia, Nate llevaba el tamaño de valija más grande que existía. Alexa sonrió, y siguió caminando. 

  El aeropuerto de Ezeiza era un lío de olores, ruidos, cosas para ver, para sentir. Era muy fácil perder la razón allí. La joven ya se encontraba mareada. El gran galpón refaccionado, abarrotado de gente, hacían que la chica girara sobre su propio eje intentando encontrar la salida. Su acompañante, que era mil veces más alto que ella, le puso su gran mano en la pequeña espalda, y con un poco de fuerza la llevó para donde quería. 

—¿Cómo es tu nombre?— inquirió ella. 

—Jeremiah. 

—Bien, Jeremiah. Gracias por salvarme de ésta locura.

 —De nada, señorita Dumont. 

  Nate, y el otro hombre los esperaban frente a una limusina negra. Su estúpido alpha llevaba una camisa de flores, y unos shorts con flamencos. Quiso decirle que no se ponga eso; pero ella no estaba mejor. Llevaba un jogging roto en la entrepierna, y una remera manchada de salsa. 

  Al adentrarse más en la ciudad, no cambiaba nada. Era el mismo desastre. Autos por todos lados. Ruidos de colectivos. Personas corriendo para alcanzar un taxi. Personas llegando tarde al subte. Sin mencionar la cantidad de ciclistas que había. Viajar por esas calles sin tener un pico de estrés era la verdadera aventura. 




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