Caelestis Ignis. Donde todo comenzó

CAPÍTULO 23

La sala no se terminaba más; era infinita. Ahora no sólo había brujos combatientes. Comenzaron a aparecer brujos eruditos, vampiros, y lobos que ella no había visto jamás. 

  Las mesas volaban por los aires. Alexa esquivaba todo tipo de objeto contundente que rozaba su cabeza. No entendía que era lo que estaba sucediendo. 

  En una punta, vio a Nathaniel. Estaba luchando contra su guardia; otro rebelde. Todo se desmoronaba. No sólo la gran estructura del hotel. Sino, su tratado con la Manada Ferox. Quién seguro correría a contárselo a la Manada Amaranthus. Luego, recordó que aquella chica... era la princesa. Tal vez, todos eran rebeldes. Perdía el gran ejército que le había costado su maldita relación con Evan. 

  Trastabilló con un cadáver, y cayó de bruces al suelo. Un tajo en su frente apareció. Eso, la salvó de que una bomba le de justo en su cabeza. Pero explotó cerca, lo que la dejó muy aturdida. 

  Su vestido se había arruinado. Había perdido la larga cola de tul, y ahora parecía una bailarina punk con un peinado errado. Alguien la tomó del brazo con fuerza; era Nate. 

—¡DEBEMOS SALIR DE AQUÍ CON VIDA, PRINCESA!— vociferó. Alexa aún se encontraba perdida. Sus oídos sangraron. Visualizó a lo lejos, a Víctor luchando contra tres lobos. Con furia, les hacía tragar su magia color rosa. 

—¿Qué sucede?

—La rebelión. Siempre hace éstos eventos. Los brujos combatientes son los que más fueron dejados de lado, además de los vampiros, en los tratados que se firman constantemente. Ellos abundan. 

  Una fuerza que apareció de la nada, hizo que Nathaniel volara por los aires. Y dejara a Alexa sola, frente a un vampiro. Los vampiros, por lo general tenían un poder que los destacaba. Podían leer mentes, predecir el futuro, algunos podían entrometerse en las cabezas de los demás y manejarlos como marionetas. Por eso eran dejados de lado. Por miedo. Eran demasiado poderosos. En cambio, los brujos combatientes eran demasiado débiles. Los brujos eruditos, y los lobos se encontraban en el medio de ese ranking. Por eso, no se dejaban de lado. 

  El vampiro frente a ella, se relamió los labios. Pensaba en devorarla. Pero, ¿por qué? Moriría al instante. Si uno de ellos era rasguñado, mordido, o un milímetro de veneno de Lican rozaba sus labios, moría al instante. Ella frunció su cejo, confundida. 

—¿Qué haces?— preguntó ella. 

—¿Qué no es obvio? Intento que tus proyectos no se vayan a la mierda. 

—¿Quién eres?— Ojos rojos, cabello rojo. Era igual de alto que ella. Vampiro. 

  Pero él no respondió. Solo abrió grande su boca, y le mostró sus enormes colmillos. Alexa vio que a su izquierda, Oliver, se refugiaba bajo una mesa, y la observaba. 

—Lo siento...— susurró ella. Con su mano abierta, golpeó al vampiro en su pecho. La fuerza que ella tenía, no era comparable con nada. Él salió disparado, hasta el final de la sala. E hizo un agujero en la pared. La joven se recargó de aire, sacudió su mano. 

  En su costado derecho, Tori la observaba. No pudo sonreírle. Oliver la observaba. De un portal, salió un brujo combatiente gritando con un arco en sus manos, apuntando una flecha; con su carcaj detrás. Le dio a un príncipe que intentaba escapar por aquel agujero con la forma del vampiro. 

  Alexa continuó su recorrido intentando escapar de aquella batalla a la cual no pertenecía. Se había olvidado de Nathaniel. En realidad, lo dejó adrede. Esperaba que alguien lo asesinase. 

—¡MALDICIÓN!— vociferó cuando su alpha la alcanzó nuevamente. 

—¡DEBEMOS SALIR CON VIDA DE AQUÍ!— gritó.

—¿CÓMO PIENSAS HACERLO, CEREBRO?

—¿CON LOS ÁNGELES DE NUESTRA PARTE?— ella rió profundamente, mientras cadáveres caían; brujos combatientes danzaban mediante portales, lanzando flechas. Brujos eruditos, hacían volar objetos contundentes. Lobos despedazaban a lobos. Continuaban corriendo en aquel desastre. 

—SÍ, CLARO. CÓMO SI ESOS ESTUVIERAN DE TÚ PARTE.

—¡LO ESTÁN!— dijo confiado. Ella asintió con su cabeza, para dar fin a esa conversación. 

  Una vez fuera del conflicto, se dirigieron a sus habitaciones. 

—¿No deberíamos habernos quedado luchando?— inquirió Alexa. 

—Los príncipes cayeron uno por uno. Y las princesas también. No sobrevivieron muchos. Y los alphas estaban cayendo. Eso era una locura. 

—Claro... 

—No me digas que querías quedarte...— rió.— ¿En serio? Hay cosas más importantes por las que luchar.

—No... qué estupidez. Sólo fue extraño. Podrías haber desquitado tu mal genio con algún rebelde. 

—Ellos ya están muertos por dentro. 

  La campana del ascensor sonó. Habían llegado. Tomaron sus cosas, y se dirigieron al aeropuerto.  

—¿Qué hay de Annilena?— preguntó Alexa.

—No lo sé, Alexa. No soy una enciclopedia. 

 

  Cuando hubieron llegado a Hermandad, cada uno fue hacia su lugar. Alexa, se encerró en su habitación. Sin siquiera mirar si Evan se encontraba en la maldita Mansión. 

  Abrió su mochila, el vestido... o al menos lo que quedaba de él estaba todo abollado. Dentro de él, se encontraba el papel que le había dado aquella muchacha con el paraguas rosa, y rasgos orientales. 

  El papel era como el anterior. Pero la frase era diferente, esta vez decía "Alea iacta est". La suerte está hechada, pensó Alexa. 

  La puerta se abrió, y ella con rapidez escondió el papel. Era Evan. Su aspecto era diferente. 

—¿Hola?— dijo ella, confundida. 

—Hola...— habló, incómodo. 

—¿Qué quieres?— esa frase, la manera en la que los labios de Alexa cortaron en tajos al aire. 

—No pensé que necesitase una razón para verte.

  La joven cerró la mochila, la tiró debajo de la cama. Miró hacia un costado, y carraspeó. 

—Debo ir con Nathaniel. 

—Vamos...

—Debo ir sola. 

  Pasó frente a él, rozándolo. Y corrió hacia otro lugar. Era mentira. Nadie la llamaba. Pero necesitaba salir de allí.




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