Caelestis Ignis. Donde todo comenzó

CAPÍTULO 25

 Despertarse con el hedor de diecinueve soldados, más el tuyo no era una experiencia grata para nadie. Menos para la joven con el olfato de un lobo. Sonaron las alarmas del lugar; cuatro treinta de la mañana, todos arriba. Una mano pesada rodeaba la cintura de la Alexa. Abrió sus ojos, hinchados por el poco sueño. Era Oliver. Se asustó, no recordaba que había sucedido. No sería la primera vez que se acostaban, pero no frente a todos sus compañeros de cuarto. 

—Oliver...— susurró. El joven roncaba como un oso. La baba le caía de su boca.— ¡OLIVER!— todos ya estaban corriendo, buscando su ropa. Sus objetos personales. Hacían fila para el baño. Ellos seguían acostados en la pequeña litera, en la cama de arriba. 

—¿Qué pasa?— dijo él, bostezando

—Debes irte. Rápido. Debes irte a tu pelotón.—él abrió grandes sus ojos, inspiró con fuerza. 

—Adiós, bonita...— se incorporó, le dio un beso en la mejilla.— ¿Nos vemos esta tarde?— y salió corriendo, antes de que ella responda. 

 

  Todavía no había amanecido, pero ya se sabía que el día sería gris como cualquier otro. En el pasillo, los lobos se amontonaban. Algunos iban temerosos, otros inflaban su pecho. Algunos simplemente seguían dormidos; a muy pocos, como Alexa, le importaba tres bledos estar allí, o en una playa en el caribe. No tenían nada por lo que luchar, y si morían, nada perdían. De lejos, la joven observó como Samantha tomaba la mano de Lea. Katharina, le dio un beso en la mejilla a Max, antes de dejarlo con su pelotón , y perderse entre la muchedumbre. Alguien tomó su muñeca, ella saltó del susto. 

—¿Qué crees que haces...?— su voz la cortó antes de decir Oliver.

—Necesito que hablemos...— era Evan. Con sus ojos grises, y sus rasgos color plata. Vestido con el uniforme. 

—Déjame. Tengo cosas que hacer.— se soltó, y corrió entre la multitud. 

  Salió al aire libre. Nathaniel, Katharina, Oliver, con silbatos, se encontraban a los costados del gentío. Cuando suenen esos pequeños, y tortuosos instrumentos, significaría que la carrera había empezado. Alexa, ya lavaba los baños por ser la última de su pelotón en terminarla. No pasaría de nuevo. Su alpha le lanzó una cinta negra. Ella le hizo señas de que no entendía para qué era. Él con sus labios, susurró algo que sólo la joven escuchó.  

—Si quitas uno de tus sentidos primordiales, los otros se agudizan.

  Alexa, ató la cinta alrededor de sus ojos. 

—¿Qué haces?— inquirió Lea.— No es día de...

  Pero ya era demasiado tarde. Los cuatro silbatos sonaron, y se oyeron como mil soldados salían tras un grito de guerra. Alexa, salió disparada y se metió en el bosque. En su mente, se representaba el mapa de la posición de los árboles. Los esquivaba; su velocidad aumentaba. Derecha. Izquierda. Salto el tronco, y sigo quinientos metros. Se oían como algunos caían, chocaban, trastabillaban. Se oían cabezas encontrarse, y salir despedidas a kilómetros por hora. La joven lanzó un rugido. Los que se encontraban cerca, se agacharon por el miedo que les provocó. Ella seguía, y seguía. Tenía una meta, haría lo que sea por completarla. 

  Algunos que no tenían tan arraigado el sentimiento de compañerismo, hacían trampa, y derribaban a quién sea por llegar primeros. Alexa sintió como una mano la rozó, y la velocidad más el pequeño empujón hizo que trastabillase. No reconoció el aroma, pero sabía que eso no iba a quedarse así. Se levantó, se limpió la tierra y siguió. No lo pensó, ni por un momento. No iba a abandonar esta carrera. 

  Derecha, izquierda. La cinta que recubría sus ojos la hacía ir más rápido. O al menos eso pensaba. Evitaba arboles que le habrían causado un gran dolor de cabeza. Detrás de uno de ellos, se encontraba éste sucio tramposo. 

—¡ERES UN MALDITO!— Alexa rugió, sus colmillos salieron, y algunos árboles tentaron en caer. Los demás seguían luchando contra la naturaleza, los tramposos. Se dio cuenta, que era lo mismo ver o no. Porque la gente siempre hacía trampa, y porque era imposible estar atento a no comerse un árbol mientras ibas tan rápido. A no chocarte con un compañero. Si no veías, tu atención se centraba en todo a la vez, y no sólo en una cosa. Estabas pendiente de todo. De cualquier cosa que pueda toparse en tu camino, y como no sabes cuando llegará, siempre estas alerta. No hay que dormirse, por ningún motivo hay que caer. 

  Del otro lado, Evan los esperaba arriba de un jeep negro. Sin saberlo, Alexa, llegó primera. Antes que todos. Él, con su megáfono, anunció a la ganadora. Al pelotón ganador. Ella se quitó el antifaz, y paró en seco. Detrás, se veían como las masas venían. 

  Su mirada alternaba entre Evan, el jeep, el descampado, y la cinta negra. Su corazón parecía que iba a explotar. Parecía perdida, atontada. No entendía realmente, no caía en lo que sucedía. Alguien la tomó por las piernas, y la elevó. Abrió grandes sus ojos. Al mirar para atrás, todo su pelotón vitoreaba su nombre. Era la real ganadora. 

  Nathaniel, de lejos, la observaba. Alexa se encontró con él, que le hizo una señal de aprobación. Ella seguía agitada. No dejaba de jadear. De lejos, sus antiguos compañeros de manada reían orgullosos. Evan, ocultaba su felicidad. 

  Ella no entendían por qué todos estaban tan felices. Al final, todos morirían. Y la tonta carrera, se quedaría en el olvido. 

 

  Esa era noche de viernes. Donde los más rebeldes hacían lo que se llamaban fiestas intelectuales. Allí hacían todo lo que no se les permitía. Alexa siempre era invitada, pero nunca se había decidido a ir. 

—Deberías ir...— habló Jules. 

—¿En qué momento llegaste?— inquirió Alexa. Se encontraba recostada en su litera. 

—No existo...sólo soy una creación de tu inconsciente...— susurró, con voz de fantasma. 

—Ya sé que estas aquí, Julia.— se incorporó, y saltó de su cama. 

—Vamos... está tu novio. Oliver. Y también Max, y Sammie. Y Lea. 




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