Caelestis Ignis. Donde todo comenzó

CAPÍTULO 26

  Evan pasó todo el día encerrado en la antigua habitación de Nate, que ahora se había transformado en un cuartel. Mapas colgaban de las paredes. En el centro de la oscura habitación, había una mesa. Libros antiquísimos llenaban su espacio. Él, con un marcador, armaba estrategias. Su cerebro iba a mil por hora, y frenaba a cero cuando la cara de Alexa pasaba en su imaginación. Pero luego, seguía. Tenía que seguir. No se sabía cuando los brujos combatientes atacarían, no podían esperar más. 

  La tensión acrecentaba cada día. Cada día la muerte dejaba su aroma más cerca de cada joven. Lo tenían claro. Morirían. No todos. Pero algunos sí. Nadie estaba exento. Nunca nadie se encuentra exento. Sólo que la guerra, hacía que algunos se enfrenten a esa situación, mucho antes de lo esperado. 

  Alexa cada vez que paseaba por aquel corredor hacia los entrenamientos, veía nuevas caras. Nunca se acababan. Caras, que pronto vería sin vida. O tal vez, esas caras la vean a ella sin vida. Caminaba un poco torcida intentaba que las heridas en su espalda no toquen la rasposa remera. Nathaniel no se había detenido luunego de que ella se diera cuenta que Evan la observaba. Los tajos tardaban en curarse. 

  El día transcurrió normal. El pelotón uno debía practicar cada habilidad que no tenían desarrollada. El pelotón dos continuó con su mediocridad. El pelotón tres se dedicaba a sanar animales heridos que encontraban en el bosque, o aquellos que se comían los árboles durante las corridas. El pelotón cuatro jugaba con pinceles, o al menos esa era su burla. Aprendían a camuflarse. 

  Alexa, se escapó de su entrenamiento, para concurrir al pelotón tres que entrenaba en el medio del descampado como todos los demás. 

—¡BIEN!— gritó Katharina; su voz se vio amplificada por un megáfono.— A la cuenta de tres, tienen cinco minutos para encontrar las hierbas que curaran a su paciente. Los primeros tres equipos que terminen serán premiados. El que quede en último lugar, será el que deberá limpiar el corredor luego de los entrenamientos. El resto quedará excluido a la mediocridad.— se oyó un quejido en general. Sin embargo, esa queja se acalló cuando vieron pasar a Alexa entre los integrantes del gran grupo. No paraban de comentar. Era la princesa de la Manada Génesis; aquella que se comportaba de todas las formas, menos como una. 

—No, no era mi intención interrumpirte Katharina.—habló alto. Una masa de gente la rodeaba, y no para de susurrar su nombre.— Necesito tu ayuda...— el viento revoloteaba sus largos cabellos que casi le llegaban a la cintura. Tragó saliva cuando la remera rozó una de sus lastimaduras. Ella se abría paso entre la muchedumbre. Y cada vez estaba más cerca. 

—Largaré a los pelotones, y luego te ayudaré, ¿si?— susurró a la joven en cuanto llegó a su lado. 

  Uno de cada equipo salió corriendo, mientras los demás intentaban mantener vivo al animalito. Parando hemorragias. Cubriendo con pedazos de ropa las heridas. 

  Alexa apartó a Katharina, y se dio media vuelta. Alzó su remera, y dejó expuestos los latigazos que Nate le había provocado. Kat pegó un pequeño grito; saltó hacia atrás, y se agachó para observarlos mejor. Los cortes habían dejado de sangrar, pero la carne viva sobresalía de ellos. 

—Creo que necesitaremos a uno de tus grupos, ¿eh?— sonaba más tranquila de lo usual. 

—¿Quién te hizo ésto, Alexa?— susurró, asustada. 

—No es nada. Sólo necesito que se curen antes de la luna llena.

—Esa no era la pregunta.

  Cada joven comenzó a llegar, con hierbas. Barro. Todo tipo de plantas que servían para la curación de cada herida presentada. Eran como unos cincuenta grupos de cinco personas cada uno. Alguno de ellos sería el perdedor. Todos se movían con agilidad, saltaban de un lado al otro. Se pasaban los morteros; hojas para cubrir. 

  Katharina posó su mano con cuidado debajo de la remera, justo en la herida, y con cuidado, comenzó a extraerle el dolor. La mujer, empezó a gritar de sufrimiento. Sus venas se pusieron de un color negro, tirando a verde. Desde su muñeca, recorriendo su brazo, subiendo hasta su cuello, y disipándose en sus pálidas mejillas. Eso hacía una sanadora. Quitaba el dolor de a ratos, y se lo traspasaba a su cuerpo. Alexa sentía como un cosquilleo recorría su espalda. Las heridas se cerraban. Era casi adictivo. Como la morfina. La chispa de los ángeles siempre generaba una dependencia en quién se utilizaba. Y también, creaba una necesidad en aquel ángel. Eso no estaba bien; rompía con las órdenes, y las leyes. Pero Katharina nunca había sido una mujer que seguía las reglas.  

  Cada persona en el descampado dejó de hacer lo que estaba haciendo para observar lo que estaba sucediendo. Era un momento que no muchas criaturas veían seguido. Un ángel curando a un demonio. Nadie emitía ningún ruido. Hasta se dudaba de si alguien allí respiraba. Eran estatuas, momias, observando, aquel extraordinario suceso. 

  Evan se abrió paso entre la gente, y vio lo que estaba pasando. Se quedó completamente perplejo. Hacía años que conocía a Katharina, ella nunca había convocado a los espíritus para utilizar sus poderes. Los rechazaba completamente. Pero por Alexa lo hizo. ¿Por qué?

  Nathaniel, también la observaba. La ira lo carcomía. Él la castigaba, y su esposa la sanaba. ¿Qué clase de idiotez se le pasó a Katharina por la cabeza para hacer eso?, pensó. 

  Sammie, Harvey, Max, Jules, también miraban; veían a una Alexa totalmente diferente a lo que acostumbraban. Había un monstruo gestándose dentro de aquella muchacha. Y todos eran un poco culpables de eso. 

  Todos rumoreaban sobre la princesa Alexa. Todos hablaban sobre el trastorno de Nathaniel. Todos siempre comentaban, pero nadie sabía la verdad. 

 

  Esa noche era luna llena. Todos estaban muy nerviosos; las tensiones crecían. No era la primera vez que la pasaban todos juntos. Pero sí era la primera vez, que se oían climas de rebelión en los pasillos. Ya no querían ocultarse. Querían ir a asustar a los humanos que vivían en el pueblo. Poblar la playa, las calles. Querían darse a conocer. 




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