Caelestis Ignis. Donde todo comenzó

CAPÍTULO 28

  Alexa no dejaba de darle vueltas al asunto. Tal vez era Sarah. Tal vez, no. Tal vez, era de la rebelión. O tal vez, la buscaban porque sí. Por otra cosa. ¿Por qué la querrían? Había una sola manera de contestar sus dudas. Esa persona era Lea. Ella también le generaba muchas dudas; ¿Quién era realmente? No lo sabía. Pero tampoco iba a averiguarlo sentada en su litera. 

  Ese día había faltado al entrenamiento. Nathaniel la castigaría. Evan había desaparecido de su vista. Otra vez. 

  La cantidad de humanos que habían sido convertidos había superado su capacidad. No servían claramente para la guerra. Almas, no necesariamente inocentes, pero sí tenían ciertos límites. Poder aceptar que sangre de demonio corre por tus venas, es un paso, bastante difícil de aceptar. Muchos de ellos, también, no tuvieron la suerte de sobrevivir las primeras horas. Otros vomitaban por el pasillo, en el patio. Algunos simplemente, sólo gritaban desesperados. El Castillo se había convertido en un loquero. 

  Los soldados volvían de entrenar. Esquivaban los cuerpos muertos del pasillo. Humanos que no lo pudieron superar. Algunos, habían entrado en una crisis nerviosa, y golpeaban sus cabezas contra la pared, realizaban movimientos repetitivos. Acostumbrarte a escuchar cosas que comunmente no eras capaz de escuchar, también era un reto, a superar. Tapaban sus oídos, se hacían un bicho bolita en el suelo. 

  Se oían susurros. Voces asustadas. De toda la multitud, que entraba, Alexa era la única que quería salir. Iba contra la corriente. Estaba buscando a Lea. Debía encontrarla. Era su única oportunidad. 

  Alguien la tomó por el brazo. Era Nathaniel. La observó con cara de que no le quedaba mucho tiempo viva. Pero ella se soltó. Y corrió hacia la joven; Quien jamás perdía su estilo. Entraba a la Mansión, con un paraguas negro. Su remera, era gris topo con el dibujo de un dragón en color plata. Que hacía todo un espiral por su torso, hasta llegar a la pierna derecha. Y culminar en su tobillo. Llevaba brazaletes a juego. Iba con su habitual rodete, bien estirado. 

—Por fin te encuentro...— suspiró Alexa. 

—Hola...— la saludó con una sonrisa de oreja a oreja, con sus ojos achinados. Y con la mano que tenía libre, alzada. Ella siempre era como una chispa de energía, en el medio de todas almas desgastadas. Alexa la envidió, sólo un poco. También pensaba que se veía muy idiota siempre pareciéndose a una niña risueña.

—Necesito...— no encontraba las palabras justas.— tu ayuda.

—Lo entiendo. Quieres ayuda para vestirte mejor...— sonrió.— Lo entiendo, totalmente. No te preocupes. No es vergonzoso. Ven, acompáñame.— Alexa quería hablar, pero la radiante forma de ser que tenía Lea no le permitía ver cuán groso era el error que cometía.— Hay muchas mejores maneras de...

—No...— expresó.

—¿No? Pero no has escuchado...

—Que me gusta como me visto. Ese no es mi problema. 

—Vaya...— dijo, pensativa.— ¿Entonces para qué otra cosa requerirías?

  Alexa lo pensó un momento. Recordó los dos papeles que siempre llevaba encima. Dentro de su abrigo. Se los tendió. 

—¿Qué quieres, Alexa? Más vale que sea rápido. 

—Quiero saberlo todo.

—¿Por qué?— inquirió.

—Porque debo ganar esta maldita guerra, y no permitiré que te interpongas con tu estúpida...— antes de poder decir la palabra "rebelión", Lea le tapó la boca. Ella le mordió la mano, y la jóven se quejó.

—Ni se te ocurra decir esa palabra...— la penetró con una mirada.— No aquí... 

  La tomó a la fuerza por la muñeca, tiró el paraguas a un costado, chocando algunos jóvenes lobos, y se encaminaron en contra de las masas. Tenía más fuerza de la que aparentaba su pequeño cuerpo. No entendía cómo no estaba en el pelotón uno. 

  Luego de un rato de caminar, llegaron a la playa. Alexa se soltó de manera brusca, y comenzó a mover su mano. 

—¡AUCH!— exclamó. 

—¿Perdón?

—Dios, Lea. Debes controlar tu fuerza. 

—Hablo...— se cruzó de brazos. 

—Bien. De acuerdo. Tú ganas. ¿Aquí sí hablarás de tu estúpida...?

—¿Rebelión?— alzó una ceja.

—Bien. No es estúpida. O sea, lo confirmas. Existen. 

—Pues para ti, somos más visibles. No lo somos con todo el mundo. 

—¿Por qué?

—Porque Tori pidió que sea así. 

—¿Y por qué Tori pretende que me una a ustedes?

—Sus ideas alocadas de... 

—¿Un estado?

—Exacto. Pero la rebelión no está por eso. Esas son simplemente ideas. 

—¿Entonces? 

—Información clasificada. 

—Bien...— suspiró.— ¿Conoces alguna Sarah?— inquirió. 

—Debe haber cientos de miles de personas llamadas Sarah en el planeta tierra que sean de la rebelión. Deberías ser más específica. 

—¿Conoces alguna Sarah? Vamos, la pregunta no es difícil. Que trabaje para ti, o contigo. 

—No puedo dar información acerca de nada. Ni de nadie. Ni puedo revelar nombres. Tal vez, sí. O, no. Nunca lo sabrás. Ya me expongo demasiado aquí por Tori. 

—¿Tu sólo estás aquí por él? ¿Tú, y quién más? 

—No puedo dar información, Alexa. Podrías ahogarme en el maldito mar, que debo cerrar mi boca. 

—¿Sólo estás aquí por él?

—No puedo revelar información. 

—¿Tú, y quién más trabajará codo a codo con los brujos combatientes cuando la guerra se despliegue? ¿Cuántos nos abandonarán?— sólo se oían las olas romper contra el mar. Pero Lea no abriría la boca.— ¡DIME, LEA!

—No necesitas saber esa información. 

—Entiendes qué, si no gano esta guerra, terminaré bajo las garras del maldito de Nathaniel, bajo toda la eternidad. Será imposible escapar de él. Tiene más poder del que aparenta. Por todos los ángeles existentes en la maldita Ciudad Sagrada. Dime cuantos soldados perderé. 

—Yo también terminaré esclavizada, relegada, a la muerte, si no gano ésta guerra, Alexa. No puedo dar más información. 




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.