Caelestis Ignis. Donde todo comenzó

CAPÍTULO 30

—Deberíamos hacer un viaje...— mencionó Evan. Ambos se encontraban en la cama, completamente desnudos. A ella pareció tomarle por sorpresa la propuesta. Pero supo esquivarla bien. 

—Claro que sí, Ev. Sería genial. ¿Cuándo? Tal vez para éste verano...

—Ahora. 

—¿Qué?— su voz aguda pegó un gritito, de sorpresa.

—Agarramos un poco de ropa, el primer lugar que aparezca en un globo terráqueo. Y nos vamos. 

—No... Evan. Tenemos obligaciones...

—¿Qué tienes que hacer? Puedes pedirle a tu amiga que te cubra. 

—No, Evan. No puedo.— sentenció ella. 

—¿Por qué? Vamos... no seas aburrida. Sabes que con mi trabajo sólo podemos vivir. Y tengo más libertad.

—¿Ah si? ¿De que trabajas? Porque te recuerdo que jamás me lo dijiste.

—¡Oh vamos! Te estoy proponiendo un viaje, a dónde quieras. ¿No puedes sólo tomarlo?

  Ella se incorporó, y se fue hacia el baño. Él, se vistió, y salió a caminar. Sabía que pronto sería hora de volver a la manada. Pero quiso dar un par de vueltas por el bosque. No había tenido noticias de lo que sucedía, y alguien podría notar sus faltas. No tenía muy en claro que había querido lograr con eso del viaje. Tal vez, que ella confesara que tenía que matar a Alexa antes de partir. Antes de abandonarlo. O le decía que nunca lo había querido, ni siquiera un poco. 

  Alexa le había dado vueltas todo el día a un asunto en particular. Si Lea no había llegado, podría ser que los brujos ataquen. O no. Les faltaban cincuenta hombres y mujeres en su ejercito. ¿Cuánto representaban cincuenta vidas para ellos?¿Eran necesarios? Porque, si lo eran, podrían negociar. Pero si salía mal, necesitarían los planos de Evan, que por cierto, aún no había terminado. El señor, y sus malditos tiempos, pensó Alexa. 

  Nathaniel la llamó de urgencia. Ella se dirigió a la torre del homenaje, lo antes que pudo. Él la esperaba allí, con inmaculable aspecto de trastornado. En cambio, la joven no usaba otra ropa, que no sea la de combate. 

—Creo que tú, y yo tuvimos la misma idea a la vez... ¿no es así, pequeña Alexa?— se apoyaba sobre su bastón. Y desde la oscuridad, las joyas que llevaba en los anillos, relucían. Cada loco con su tema, pensó ella. 

—Utilizar a Lea como intercambio...

—Sí. Les diremos que no asesinamos a su pequeña pantera mientras ellos se retiren de nuestras tierras. Sino, cincuenta de sus soldados, morirán quemados vivos. Incluida su joyita. 

—Bien... Buscaré la manera de comunicarme. 

—Antes de irte, por favor. Encuentra a la rata de Evan, y dile que se reúna con nosotros lo antes posible.

  Luego de que Nathaniel le haya dado ese pequeño espacio con el piano, Alexa solía invitar a Oliver, quien había conseguido un violín en el mercado negro, y lo escondían allí. Se juntaban, para tocar juntos. Era realmente terapéutico. Como se encontraba en un rincón de la torre del homenaje, nadie los oía, ni los veía. 

  Los días se habían vuelto totalmente helados. Sin vida. Pero por alguna extraña razón, la naturaleza seguía intacta. Llovía... día y noche. Sin cesar. 

  La relación entre Oliver y Alexa sorpresivamente funcionaba bastante bien. Él no le preguntaba absolutamente nada de su día, y ella fingía no ser un monstruo. Aquel joven podía coexistir con esa versión de ella. Tal vez, era el único que creía, que Alexa no era eso. Pero no causaba molestias, ni siquiera la juzgaba. Tampoco quería ser su salvador, ni mucho menos. Entendía que esa no era su batalla, lo respetaba. Alexa tomaba sus decisiones, que no tenían nada que ver, ni influían en su rara amistad. Ellos tocaban juntos, y se reían, y se olvidaban. Hasta que alguno necesitaba su pequeño respiro. Y hacían esa pequeña rutina que los animaba un poco. Se veían de lejos, y se disfrutaban así. En su mente. Con sus sucios juegos, y sus pensamientos pervertidos. 

  Luego de unas horas, Alexa se dirigió a buscar a Evan. Como no había manera de contactarlo, decidió seguir su rastro. Su aroma siempre había sido fresco, y distante. Así como la menta. Pero ella adoraba pensar en chocolate cuando lo buscaba. O al menos, eso sucedía hacía meses atrás. Menta con chocolate. Era una forma adorable de pensar en él. Porque era menta con todos, y a ella le ofrecía el dulce sabor a chocolate. 

  Su rastro la dejó en el medio del bosque. 

—Bien Alexa...— se dijo a sí misma.— O estás idiota, o estás idiota. 

—Deberías cuidar tu boca...— su voz resonó entre los árboles. Ella lo localizó encima de una copa.— La gente podría pensar que estás loca.

—La gente ya piensa que lo estoy. ¿Y, tú?

—No importa lo que yo opine. 

—Claro que no. 

—¿Me estás persiguiendo?

—No. Sólo vengo a por órdenes de Nate.— carraspeó.— Te necesitamos. La guerra está por estallar.— sus ojos se abrieron grandes. 

—Yo...

—No hay tiempo para las disculpas. Termina las malditas tácticas, y vete ya de una vez. 

—¿Tú que harás luego?

—Sólo espero que no haya luego. 

  Ambos caminaron hacia la fortaleza; distantes. Alexa sólo repetía una canción en su mente, que se llamaba Shatter me de Lindsey Stirling. Oliver se la había enseñado. Evan pateaba una piedra que se había encontrado en alguna parte del camino. 

  Alexa se detuvo. Miró hacia su derecha. Oía ruidos provenientes de allí. Ruidos desconocidos. 

—¿Debo pensar que te volviste loca?— se dio media vuelta para observarla. 

—¡SH!— exclamó.— ¿Oyes eso?

  El juntó sus cejas, y se concentró. El viento le trajo sonidos. Ciertos sonidos que reconoció al instante. 

—Son gritos de guerra...— tomó a la joven por el brazo, y la ocultó tras un árbol. Una centésima de segundos después, una flecha habría perforado la cabeza de Alexa, si no hubiera sido por él. La muchacha largó el aire que estaba conteniendo.— Es el campamento militar de los brujos combatientes. 




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