Caelestis Ignis. Donde todo comenzó

CAPÍTULO 32

  Ninguno de los dos dudó en aceptar el trato. 

—Prométanme, malditos desgraciados. Prométanme que ellos se salvarán.— habló Lea. 

—Ya... ¿hablarás?— Inquirió Alexa. Evan suspiró cansado. 

—Sí, Lea. Te lo prometo.— miró a su compañera.— Te lo prometemos, ¿no es así?

—Ya si... por todos los ángeles. Te lo prometemos. Pero habla... que me estoy muriendo por saber el chisme.— soltó Alexa, mirando sus uñas como una torpe niña rica. 

—Desde hace un par de años, no muchos, surgió en el Mundo Oscuro una figura nueva; fresca. Era tan sólo una niña. Su nombre era Sarah. La cazadora tenía mucho acercamiento a los ángeles. Se decía que ella era una enviada de los ángeles para poder recuperar el fuego celestial que habían hurtado de la Ciudad Sagrada.— Lea tosió. El frío la había enfermado a tal punto que sus pulmones cada vez eran menos funcionales.

—¿Qué es el fuego celestial, Lea?— inquirió Alexa preocupada. 

—No se sabe que hace. Es más, hasta sus propios compañeros dicen que Sarah está desquiciada. Su familia la abandonó hace mucho tiempo, y ella no ha parado de buscarlo. 

—¿QUÉ HACE EL FUEGO CELESTIAL, LEA?— vociferó Alexa.— ¡TU SI SABES PARA QUÉ SE UTILIZA! ¿NO ES ASÍ?

—¡SÍ, SÉ!¡BIEN!— comenzó a sollozar del miedo.—Cuando los humanos puros, lobos, vampiros, brujos, cualquier ser vivo existente en la tierra muere éste es juzgado por los ángeles. Mejor dicho, por el ángel Eider. Él se encarga de decidir quién se irá o no al infierno. El fuego decide quién es merecedor de entrar a la Ciudad Sacré. 

—Ésto no es posible...— susurró Evan.

—Si. Lo es. Y si está aquí, es porque lo ha encontrado. 

—¿En qué creen tu rebeldes, Lea?

—En que está loca, claro. Si algún objeto angelical hubiera tocado el suelo, éstos ya estarían desatando furias sobre todos nosotros. O, el mundo no habría resistido. Nos habría reducido a cenizas, hace mucho. Somos la cuna del pecado. Ya no existiríamos. 

  Alexa notó que nadie nunca jamás pensó que el fuego celestial podría haber sido repartido entre dos personas. Por eso nadie le creía a Sarah. Y por eso, Sarah estaba tan obsesionada con Evan. Por ende, podría a...cercarse a ambos. Lo que no entendía era porque Evan estaba obsesionado con Sarah. Pero eso ahora no importaba. 

—¿Cómo sé que no mientes?— inquirió Alexa.

—Porque si los ángeles existen me respaldarán aunque sea fiel al Rey del Infierno. ¡Viva Alair!— detrás, se escuchó un triste coro, sustentándola.— Ve a comprobarlo tú misma, Dumont. Cuando regreses, liberarás a mi gente.

 

  Alexa salió corriendo hacia la fortaleza. Se dijo tonta unos cientos de veces. Y le dijo estúpido a Evan, unas mil. ¿Cómo no pensaron en eso?¿Cómo no se les ocurrió? 

  La noche estaba llegando de a poco. En lo alto un violeta mezclado con un rosa, anticipaban una tormenta que venía de lejos; desde el mar. Las nubes colmaban el cielo paulatinamente. El viento del este, avisaba que las tempestades serían imparables. El frío calaba los huesos de la joven, y la hacían tiritar. Su cuerpo, helado, sudaba a causa de los nervios. 

  Ella intentaría convencer a Nathaniel de que no los incinerara. De que intentara conseguir ese tratado que tanto él quiso en algún momento, y que también beneficiaría a Evan. Ahora más que nunca, con una guerra declarada, debían establecer términos. Y la única manera, era llevándolos a todos. Como muestra de compasión, y piedad. Era la única manera de hacer que Lea salga viva de todo esto, junto a su gente; Y tal vez, con la suerte suficiente, podría obtener un buen tratado. Luchar una guerra justa.

  Alexa sabía que era un monstruo. Que le costaría mucho salir de esa oscuridad sobre la que se había escondido durante varios meses. Siempre supo que no era la opción correcta. Pero ésto. Si lograba salvarle la vida, al menos, a uno de todos esos, se sentiría un monstruo que intentó no serlo. Ésta opción era la única que le quedaba para ser mejor que Nathaniel. Estar cerca de él, era enfermizo. Te convertía en un monstruo despiadado. Pero la gente como Lea, era aquella que valía la pena. Alexa se dio cuenta de que las palabras de Lea le habían resultado en cierto sentido, animadoras. Era lo que necesitaba, lo que había esperado de Evan todos éstos meses. Alguien que gritara, que eso no estaba bien. Porque aunque no parezca cierto, cuando en tu mundo se hallaba Nathaniel Douglas, todo se distorsionaba. 

  Evan iba tras Sarah. No sabía muy bien que haría. Pero algo se le ocurriría en el momento. Comenzó a seguir su rastro. Ese olor a rosas lastimaba hasta en lo más profundo de su corazón. Se sentía traicionado. De nuevo. Antes de llegar a a su destino un par de árboles sintieron su furia. 

  Cuando alzó su vista, el destino lo confundió mas. 

—¿Qué rayos haces aquí?— susurró Alexa.— ¿En serio debo encontrar a Sarah yo?¿Qué más quieres que haga? 

—No...— la cortó él.— su rastro me trajo hasta aquí. 

—¡Malditos ángeles!¡Maldita Lea!

  Ambos se ocultaban tras un árbol. Los guardias caminaban por la muralla; cada torre tenía un reflector. Esa mierda alumbrada hasta los pelos del culo, solía decir Alexa. Era una luz blanca, penetrante. Realmente molesta, que utilizaban al caer la noche para detectar a los que incumplían las normas. Sin embargo, los guardias eran los que más solían romper las reglas, por eso habían creado un patrón hacia dónde se dirigían las luces. Para que los intrépidos que salían, se las aprendan, y nadie tuviera problemas con nadie. 

—¿Cómo que su rastro te trajo aquí?— la última palabra casi sale en un agudo grito, pero supo controlarlo. 

—Lo que escuchaste.— suspiró él. 

  Cuando las luces hubieron cambiado de lugar, ambos se escondieron tras otro árbol. Dentro de diez segundos deberían escalar la muralla, en menos de un minuto, antes de que las luces apunten hacia la enorme pared de piedra de unos cuantos metros. 




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