Caelestis Ignis. Donde todo comenzó

CAPÍTULO 33

—¿Me dirás quién eres, Sarah?¿Cómo es tu apellido?¿Qué haces aquí?— inquirió Evan, sin bajar su guardia. Ella aún tenía la daga en su mano, y estaba lista para usarla. 

—¿Y, tú?¿Eres realmente Evan Grey?¿El dulce humano, eh?

—Sí. Mi nombre es Evan Grey. Y no, no soy un humano. ¿Qué haces aquí, Sarah?

—Tú ya sabes qué estoy haciendo aquí. No eres idiota. 

—Pues no. Resulta que no tengo idea. Sino no te estaría preguntando.

  Los ojos de ambos bailaban. Miraban hacia arriba, abajo. Miraban qué cosas podían o no utilizar a su favor, y qué cosas utilizaría el enemigo. Ventanas, patas de cama. Maderas. Vidrios. Evan supo al instante que sería una digna oponente. 

—Estoy aquí por Alexa. Debo llevármela. 

—¿Qué? ¿Por qué?

—Eres muy malo mintiendo. Resulta que tu amiga tiene algo que yo quiero...

—¿Qué es lo que ella tiene?— le preguntó, mintiendo su intriga. Rogando porque no sea esa razón. 

—Estoy aquí porque de alguna extraña razón, ella es la portadora del caelestis ignis. El fuego celestial. Y lamento decirte, que eso le pertenece a mis jefes...— rió desquiciada, mientras jugueteaba con su cabello. Tomaba un mechón, y con su índice lo ondulaba.— Los ángeles perdieron su instrumento hace mucho, y ya es hora de que lo recuperen. ¿No crees eso?

—Sobre mi cadáver. 

—Pues, ya lo veremos...

  La muchacha intentó cortar la garganta de Evan lanzando un pequeño cuchillo que tenía escondido en una de sus mangas. Él la esquivó con un gran talento. 

  Nathaniel llevaba horas dibujando sobre los mapas símbolos que Alexa no reconocía. Katharina se había ido a cumplir con su turno de trabajo. Ella había quedado a cargo. 

—Bien... Creo que es hora de que te vistas... ¿no?— inquirió la joven. Él no respondía. Se encontraba en trance. De vez en cuando, soltaba pocas palabras sin sentido. 

—Mi hermana...— decía, primero susurrando. ¡MI HERMANA!— terminaba rugiendo. Y rompía los papeles  que estaba desarrollando. Alexa los recogía, e intentaba ver qué diablos escribía. Los símbolos eran extraños. Un idioma jamás visto, al menos por ella. 

—¿¡QUÉ PASA CON TU HERMANA?!— terminaba el ciclo, la joven loba, a punto de perder los estribos. 

  La lluvia caía furiosamente. Alguien se enojó allí arriba, pensó Alexa. Tal vez el ángel dedicado al clima. O Dios meaba sobre ellos. Era lo mismo. También podría ser la naturaleza, y se aseguró de que había ciencia humana que sustentaba esas gotas de lluvia. Pero por el momento no recordaba las clases de naturales en la escuela humana. Las ráfagas de viento golpeaban los ventanales. El mar se revolvía, iracundo. Los monstruos que habitaban en él, esperaban ansiosos la caída de los barcos. ¿Qué exquisitas carnes devorarían los demonios del océanos ésta noche? Seguro, será un banquete.

  De la cabeza de Alexa no se borraba Lea. Debía ir a soltarla. Dejarla libre. Ésto no duraría mucho más. Aunque debía esperar a Katharina. O a Evan. No podía dejarlo sólo a Nate. Sino sería muy sospechoso. 

—¡MI HERMANA TIENE LA CULPA!— vociferó el muchacho. Rompió otros papeles, y los tiró. Alexa los recogió, y los armó en otra mesa. Mientras él dibujaba como un niño. 

  Sólo reconoció un símbolo. Era el tatuaje de Evan. Uno de los tantos símbolos, era muy parecido al tatuaje de Evan. Pero éste estaba recortado, y no llegaba a serlo en la totalidad. Era como un camino, pasillo. Laberinto. Tal vez, respuesta. No lo sabía. No llegaba a reconocer las demás líneas. Pero sí, se dio cuenta que todos los mapas estaban marcados con los mismos dibujos.  En diferente orden. Con diferentes terminaciones. Como si escribiera en la imprenta, y en cursiva de otro idioma. 

 

 Evan tomó por el cuello a Sarah, y la tiró contra una litera que se destrozó. Ella se arrastró por el suelo mientras tosía. Él se limpió con su mano la sangre que caía por su estómago puesto que la muchacha le había clavado una daga. El muchacho cayó de rodillas al piso. Ella, sin perder su tiempo, agarró uno de los palos de la cama, y se lo partió en la espalda. Dejándolo casi fuera del juego. Sarah quiso correr hacia la puerta, pero la tomó del tobillo, y la cayó. 

—He dicho que no irás a por ella. 

—He dicho que iré a por ella, Evan. 

—Sobre mi cadáver...— rugió. Como pudo, la tomó por los brazos, y la ató a una de las literas con las sábanas. 

—¿Crees que me detendrás?

—No. Pero dios... Sarah. Dios. Yo te quiero... 

  La cara de ella se desfiguró. Evan se dio media vuelta, y se sacó su camiseta. Con mucho cuidado, limpió la sangre que aún caía. Le dolía como la mierda. Sus músculos marcados no habían servido de nada, y habían recibido el impacto de aquel objeto filoso sin pena ni gloria. 

—No debes hacer ésto. No toques a Alexa. No le hagas daño. No te la lleves. 

—Tú no me quieres, Evan.— susurró ella, casi entre lágrimas.— Tú amas a Alexa. Pero al lado de ella te sientes nada. 

—No. No. Yo te quiero a ti. Pero por favor, no le hagas nada. 

—Mírame a los ojos, y dímelo. Acércate.— el silencio reinó. Él no era capaz de darse vuelta.— ¡ACÉRCATE, MALDITO!¡VEN Y DIME QUE ME AMAS!

  Evan se dio media vuelta. Sarah lo miró a los ojos, y tras el silencio sentencio...

—Dime que tú me amas, como yo te amo a ti. Deja que cumpla mi objetivo. Hago éste trabajo. La llevo con mis jefes. Y todo se termina. Viviremos de vacaciones. Nos iremos de este maldito pueblo.— él tragó saliva dificultoso, mientras veía como ella derramaba lágrimas. Cuando estuvieron lo suficientemente cerca, ella activó un acutus. Tan cerca de su oído, que logró aturdirlo por muchos minutos y con una gran intensidad. Cuando se terminó de soltar, Sarah largó sus últimas palabras.—Debes reconquistarla. Algún día de éstos vendré, y haré mi trabajo. 

  Rompió la ventana, y se lanzó por allí. Evan intentó moverse, pero era muy tarde. Ya se había ido. 




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