Caelestis Ignis. Donde todo comenzó

CAPÍTULO 34

  James rió. Su piel de un color chocolatoso, ocultaba a la perfección su cicatriz de brujo combatiente. Pero Alexa, notó que ésta se estaba de a poco descociendo. Un poco de carne resaltaba. 

—¿Qué es lo que te causa tanta risa?— preguntó Alexa, cruzando sus brazos. 

—No tengo idea de tu historia, niña. Déjame en paz...— soltó. 

  La gente los había dejado solos. Se había ido a festejar la llegada de Lea. Desde lejos parecían una gigante familia. Alrededor de una enorme fogata de color violeta, eran un todo. Los niños reían, mientras se correteaban entre ellos. Los adultos bebían de una jarra comunitaria, y bailaban al ritmo de una canción marcada por un gran tambor, y sus armas golpeando el piso. Era en una especie de español; una distorsión del idioma. Un lenguaje que sólo aprendían para la guerra. Una mujer cantaba, con una bella voz. Era realmente inspiradora aquella pieza. 

  Alexa llegó detrás de su tío en un abrir y cerrar de ojos. Lo tomó por los brazos, y lo derribó. La cara de James tocó el piso en menos de treinta segundos. La rodilla de la joven se clavaba en la espalda de aquel brujo. Fue todo tan rápido, que no tuvo tiempo para reaccionar.

—¿Qué crees que haces, Alexa?— inquirió Evan.

—¿Qué crees que hago, Evan?— respondió ella. Pero el James, a pesar de su edad, tenía sus mañas. Con magia, sacó una pequeña daga que tenía en su bota de militar, y la clavó en la pierna de su sobrina. Ella pegó un grito de dolor, y él se zafó. Como pudo, se levantó, e intentó correr hacia su tribu. Pero Alexa lo tomó de su campera, y con su gran fuerza sobrenatural, lo tiró de espalda al piso. Colocó su pie, sobre el pecho del hombre, que intentaba respirar. Un enorme hoyo se había hecho bajo el.

—Demasiada fuerza...— exhaló el hombre. 

—No deberías meterte con ella.— le dijo Evan, acercándose.— Lo aprendes luego de muchos de esos golpes...

—¡BIEN!— se rindió James.— ¿Qué quieres de mí, Alexa?

—¡LA VERDAD!— rugió ella, y lo soltó.— ¡QUIERO SABER QUIÉN SOY!

  Por suerte nadie escuchaba cómo se desarrollaba el pequeño pleito familiar. 

—No tengo la verdad...— escupió sangre en el piso, mientras intentaba pararse.— ¿Por qué la tendría y no te la diría? 

—Porque Charles controlaba todo. Y él siempre quiso mantenerme dócil, y estúpida. 

—Él sólo quería protegerte. 

—Tú querías lo mismo, por eso no hablabas. Pero ya no puedes ocultarlo más.

—¿POR QUÉ CREES QUE YO SÉ ALGO?— se exasperó. 

—¡PORQUE ESTOY DESESPERADA! NECESITO QUE ALGUIEN ME DIGA QUÉ MIERDA SUCEDIÓ. Y YO SÉ QUE CHARLES TENÍA UNA OBSESIÓN CON LO QUE ESTABA DENTRO MÍO. JAMÁS DIRÍA QUÉ LO CAUSÓ, SI ES QUE LO LLEGABA A DESCUBRIR.— James no contestó.— Y, lo único que me queda, eres tú.— dijo entre lágrimas.— Eres la única persona que me queda, James. Y yo sé que tienes las respuestas que quiero.

—¿Y, con qué sentido te las daría?

—Porque merezco saber quienes son mis padres.

—¡NUNCA LOS CONOCERÁS!— vociferó. 

—¿POR QUÉ, JAMES?¿POR QUÉ SIGUES DICIENDO ESO? DICES ESO DESDE QUE SOY UNA NIÑA.— el silenció reinó durante un momento, los ojos verdes del brujo iban y venían de un lado al otro. Rascaba su nuca, pensativo. Estaba nervioso. 

—Porque tus padres son Génesis, y Alair...— soltó, mientras una lágrima rodaba por su mejilla. Ella se limpió las suyas, y juntó sus cejas. 

—¿Qué?¿En serio?— se rió, desesperanzada.— ¿Me darás esa lección?¿En serio? Todos somos sus hijos... agradezcamosles por crearnos...— él la cortó en seco. 

—Es la verdad.— susurró.— Alair, y Génesis son tus padres...

  Alexa había olvidado quitarse el cuchillo clavado en su pierna, la sangre salía demasiado rápido. De pronto, sintió cómo el peso de todos los mundos caía sobre sus hombros. Las palabras de James habían perdido sentido. Ella estaba perdiendo mucha sangre. Su visión se oscureció, y cayó en los brazos de Evan desmayada. 

—¿Alexa?— preguntó Evan.— Mierda... James. Debemos recostarla en algún lugar...— dijo, mientras la cargaba como a una princesa. 

—Bien...bien...— dijo como un cascarrabias.— La llevaremos a mi carpa... 

  Ambos pasaron por detrás de la fiesta, sin que nadie los viera, entraron en la carpa del oficial. Era más grande que las demás, y en vez de tener bolsa de dormir, tenía un sommier de dos plazas, sábanas blancas, y unas cómodas almohadas hechas de plumas. 

—Wow...— soltó Evan, sin pensar. 

—Ser oficial al mando tiene sus cosas buenas... eh muchacho...— la voz de James se había vuelto rasposa. Así, como la de los fumadores. 

  Luego de unos minutos, Alexa despertó. Evan que se encontraba sentado en una silla, observándola, saltó a su socorro. James, buscaba un libro en un antiguo baúl. Ella se incorporó demasiado rápido, no entendía muy bien dónde se encontraba.

—¿Qué...?— habló Alexa, y observó que su pantalón de entrenar estaba roto, y que en su pierna había una venda. Comenzó a recordar poco a poco lo que sucedió. Dos nombres se le vinieron a la mente... Alair, y Génesis. Su respiración comenzó a acelerarse.— ¿Evan...?— susurró. 

—Lo sé...— susurró él.— No te apresures, no tienes por qué saber la verdad si es algo que no puedes soportar.— Pero ella era obstinada, y terca. 

—Ella querrá saberla de todos modos.— recordó James, incorporándose del suelo con un libro en la mano.— Bien, Alexa. Debes hacer la gran pregunta mágica...

—¿Quién soy, James? 

—Todo se remonta al siglo cinco después de cristo, Alexa. Génesis, y Alair habían conformado el infierno como tal. Era un lugar oscuro, lleno de demonios. Almas en pena. Era la casa de los pecadores. Sin embargo, eso no impidió que el amor de los Reyes del infierno se consumara, y tuvieran tres maravillosos hijos. Víctor Brown, Lican, y Lilith... Lo que sucedía era que ese no era un lugar para cuidar de tres maravillosas criaturas que ellos habían tenido el placer de engendrar, por eso... las enviaron a la Tierra. El primer linaje de los cazadores, era una familia llamada Credenti. Eran muy cercanos al diablo, es decir a tu padre. Y les hicieron una promesa, si Alair y Génesis conseguían el fuego celestial y se lo inculcaban a su pequeña hija llamada Zana, ellos cuidarían de sus tres pequeños hijos. Y eso fue lo que paso. Para Alair, un ángel que había abandonado la ciudad sagrada, fue sencillo volver a entrar. Pidió redención. Y así, logró quitarle el caelestis ignis al ángel Eider, encargado de castigar a los pecadores. Génesis, y Alair habían logrado robarlo. Los Credenti, entregaron a la bebé para que le sea inculcado el fuego, pero murió calcinada en brazos de tu madre.— Alexa largó un suspiro entrecortado. Lágrimas a mansalva caían.— Cuando los cazadores se enteraron de ésto, fueron corriendo a los ángeles, quiénes desesperados no entendían cómo el fuego había sido robado. Los Credenti se convirtieron a la religión. Los linajes de los cazadores pasaban, y el odio hacia los de nuestra especie crecía aún más... todo por la pequeña Zana. —Evan, le tomó su mano.—Los ángeles... son muy soberbios, y rencorosos pequeña Alexa. Pero también son muy inútiles, y sus propias reglas les impiden mezclarse con gente como nosotros. Por eso, sus inquebrantables normas les impidieron ir a buscar el fuego celestial al infierno. Alair, y Génesis se quemaban las neuronas pensando en cómo rayos iban a ocultarlo. Además, ahora que lo tenían, iba a ser un gran golpe. Ellos eran capaces de controlar quién entraba al infierno. E incluso habían decidido, no tener más hijos, puesto que el Mundo era un lugar muy peligroso. Pero... un día, tuvieron una maravillosa idea. No tendrían un hijo, sino que lo crearían. Él se llamó Proyecto UNO. Intentaron hacer absolutamente todo, tardaron siglos en modificar el ADN, hasta que se hiciera uno con el fuego, pero eso no lo lograron. El niño había crecido mucho. Y luego, llegó el proyecto DOS, esa eras tú, niña. Habían creado una niña muy bonita, de ojos bien oscuros, y piel del color de la porcelana. Parecía obra divina, porque el fuego encajaba con tu ADN, y además... no causaría males a largo plazo. Eras la creación perfecta. Tú serías la salvadora del infierno, tú decidirías algún día quién entraba, y quién no. 




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