Lunes, 14 de Abril de 2015.
Mañana.
Lunes en la mañana.
Daniel se había quedado dormido.
Casi se cae de la cama al ver la hora, casi las siete. La electricidad se había cortado la noche anterior, gracias a ello su despertador no sonó en la mañana.
Corrió por toda la casa vistiéndose y lavándose los dientes al mismo tiempo, tratando de buscar sus cosas con desesperación al pensar en una nueva visita a la directora.
Daniel salió corriendo del edificio, dando un portazo y cargando consigo su mochila por un lado, y una desgastada bicicleta por el otro. Se subió a ella rápidamente una vez alcanzó la calle, se colgó la mochila al hombro y comenzó a pedalear, escuchando a su vez los sonidos provenientes de los pedales que le indicaban que quizás necesitaba otra bicicleta.
Tuvo la suerte de llegar y no encontrar a nadie en la puerta del colegio dispuesto a decirle algo por su llegada tarde, así que se limitó a guardar su bicicleta con las demás y correr a su curso rezando por no recibir demasiadas miradas al llegar.
Daniel no pensó en Anna sino hasta mucho tiempo después, y a pesar de que la buscó en sus tiempos libres, no la vio en toda la mañana.
Tarde
Anna.
Las cuatro pulcras paredes que me rodean comienzan a fastidiarme. Mis maletas aún están repletas de ropa que me niego a desempacar y que vuelvo a guardar en ellas una vez limpias, la ventana tiene tierra porque aún no la abrí, al igual que el placard empotrado a mí derecha. Era un cuarto modesto y reducido, en blanco, listo para que lo hiciese mío... Algún día lo haría, cuando terminase de aceptar que estas cuatro paredes realmente son mías, pero por ahora me limitaré a fingir que estoy de visita. Antes me resultaba más fácil esto, puesto que pasaba poco y nada en él, volvía al atardecer a dormir y me levantaba en la mañana para el colegio, además pasaba la mayoría del tiempo fuera, caminando, visitando a aquella mujer en su pequeño café, o simplemente sentada en una banca de la plaza inmersa en mis propios pensamientos sin sentido, mantenerme alejada de este departamento me resultaba muy fácil... Hasta que me enfermé.
— Anna, estaba a punto de hacerme una taza de té, ¿No te apetece una también? — Preguntó Amara al tiempo que abría la puerta un poco, casi con timidez.
— No, gracias, así estoy bien. — Logré articular a pesar de tener la nariz completamente obstruida.
Finalmente cerró la puerta y me dejó a solas nuevamente.
Generalmente me abrigo antes de salir a la calle puesto que es casi invierno, y no me es raro ya que viví en Alemania gran parte de mi vida, los fríos en Argentina me resultaban casi un chiste, pero antier cometí el error de salir a las apuradas y sin mi fiel y enorme abrigo marrón, apenas con una camiseta y un gorro de lana que encontré a las apuradas. Había llegado hacía poco al departamento y tuve la intención de leer un libro en el alfeizar levemente abierto… El libro se me cayó por la ventana sin querer mientras leía. Al regresar al departamento, noté que Amara tenía visitas y, sin ánimos de saludar o de la incómoda presentación que constaba de "Oh, esta es mi hija de diecisiete años de la cual seguramente nunca te hablé", decidí dar una vuelta y volver más tarde. Por supuesto, terminé por resfriarme.
Me di vuelta en la cama, cubierta por frazadas y escuchando el leve ruido de Amara al cambiar los canales de la televisión. No tenía ánimos para leer un libro tampoco, más sin embargo dirigí mi mirada al que descansaba sobre la mesa de noche y me había causado tantos problemas el sábado en la tarde.
— Libro inútil. — Proferí con molestia.
Al final, me quedé dormida.