Café Amargo

Capítulo 12.

Domingo 19 de Abril de 2015.
Tarde.

   Su madre le indicó un pequeño local a unas cuantas cuadras del departamento en el cual vendían diferentes artículos usados, entre ellos; libros. Así que Anna, decidida en ir a echar un vistazo, se calzó una campera negra, se colgó una grande y vieja mochila al hombro y se dispuso a buscar sus ahorros en la maleta.
   En Alemania Anna solía tener un trabajo de medio tiempo atendiendo la caja de un pequeño local de artesanías, la nostalgia la invadió al recordar lo mucho que le gustaba su trabajo allí, y lo mucho que lo extrañaba también. Cuando llegó a Argentina, su madre se encargó de todo, incluido ayudarle a cambiar sus ahorros por dinero local en un banco del centro de la ciudad. Anna conocía la ciudad en la que residía su mamá, puesto que desde muy temprana edad la visitaba, y por la misma razón aprendió con fluidez el español, aunque fue de gran ayuda el que su tía la forzara a practicar y la impulsara a tomar lecciones con un profesor por un par de años en su niñez.
   Se forzó a alejar los recuerdos de su mente, puesto que por el momento, lo único que le traían era una profunda tristeza y añoranza.
   Salió de la habitación, dinero en mano.

   — Voy a salir. — Le anunció en voz alta a su madre, quien se atareaba en la cocina.

   — ¿A dónde? — Le escuchó preguntar mientras se acercaba al marco de la puerta, paño en mano.

   — A la librería que me mencionaste ayer en la noche. — Amara asintió.

   — Andá con cuidado. — Y volvió a la cocina.

   Anna salió dando un portazo suave y cerrando la puerta con sus llaves, animada por el progreso de su madre. Hacía unas semanas, apenas podía moverse a costas del andador, y hoy podía caminar tranquilamente por un rato antes de agotarse. Pronto volvería al trabajo.

   Bajó las escaleras con tranquilidad y continuó caminando con el mismo ritmo cuando alcanzó la calle, las cuales se encontraban repletas de personas disfrutando la tarde. Hizo su camino hacia el local con sumo cuidado de no perderse, rememorando las indicaciones dadas por su madre la noche anterior, para cuando finalmente llegó ya se estaba dando por perdida. El lugar no era muy grande, pero allá donde cabía una estantería, había una. Rebosaba de libros por doquier, aunque también abundaban CD’s, Casetes, antiguas revistas y algunas enciclopedias gastadas. Se dispuso a rebuscar entre los estantes, y no tardó mucho en perderse en ellos.

 

Daniel.

 

   El día estaba soleado cuando desperté a media mañana, así que dediqué casi todo el día a escuchar música y ordenar un poco el departamento.

   No solían gustarme los días soleados en absoluto, y generalmente prefería no salir en días así. Justo como cada vez que un sol radiante se instala en el cielo sin nubes, yo permanecí adentro, solo y escuchando música en mi viejo y gastado estéreo. Pero pasarme mis días encerrados tampoco era algo que me gustase demasiado, así que al final siempre me decantaba por salir a dar una vuelta hacia el atardecer.

   Saqué un CD del estéreo, dejando la casa en completo silencio por más de diez segundos por primera vez desde las nueve de la mañana. Permití que el silencio me envolviera, y me perdí en él por un rato escuchando ese sonido característico que escuchas cuando has estado escuchando música muy fuerte por demasiado tiempo, divagando entre mis pensamientos sin decidir qué hacer a continuación. Caminé con paso lento hacia la ventana y miré afuera, el sol atentaba con ocultarse dentro de poco y las calles casi vacías me resultaron tentadoras para una larga caminata solitaria.

   No lo pensé demasiado, mis movimientos fueron casi automáticos y en un minuto ya me había calzado un par de zapatillas, descolgué las llaves del colgador al lado de la puerta y salí. El edificio estaba demasiado tranquilo y silencioso, lo cual me recordó que estuve todo el día escuchando música fuerte; de repente, me sentí mal por haber molestado a algunos de mis vecinos, aunque ninguno se había quejado. Bajé con paso descuidado las largas y curvadas escaleras hasta el suelo, e hice mi camino hacia el exterior.

   Las calles seguían algo vacías cuando llegué a la vereda, alguna que otra persona caminaba por ellas, metidas en su propio mundo. La luz del atardecer aún brillaba, dando a todo tonalidades anaranjadas, me pareció algo muy otoñal. Un fuerte viento sopló y me arrepentí de no haber traído ni siquiera una camisa, pero no estaba dispuesto a volver a buscar una, así que me limité a comenzar a caminar sin rumbo fijo en mente. Nunca me perdía, puesto que había hecho esto cientos de veces, podría caminar por horas sin fijarme ni siquiera por dónde estoy caminando, y al levantar la mirada sabré en dónde me encuentro y cómo volver a casa. Creo que mí cerebro tiene una opción automática para eso.
   La tranquilidad de la ciudad a estas horas es algo que siempre me va a encantar, sobre todo en esta época del año. La gente comienza a volver a casa después de un largo día de trabajo o de paseo, las calles comienzan a vaciarse y pronto me encuentro caminando por veredas casi vacías. Caminar por puro y único placer a la monotonía es una de mis cosas favoritas.
   Caminé por una larga vereda adosada, ya no hay locales y, al echar una rápida mirada al sol, descubro que está a escasos minutos de ocultarse definitivamente por hoy. Pensé en rodear la próxima manzana y volver a casa, pero cuando llegué a la esquina y estaba a punto de doblarla, distraído, choqué de pleno con alguien y casi caigo hacia atrás.

   Decido que estoy alucinando en menos de dos segundos cuando levanté la mirada, y la ví.
   Lucía una mirada confundida, sin comprender del todo qué había pasado. Tenía una mochila a sus pies, la sujetaba con una mano, medio encorvada.



#33788 en Novela romántica

En el texto hay: romance, cafe, amor y conflictos

Editado: 06.01.2021

Añadir a la biblioteca


Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.