Café Amargo

Capítulo 13: Segunda Parte.

Lunes 20 de Abril de 2015.
Mañana.

Anna.

   Observé las cortinas blancas de mi habitación moverse con el frío viento nocturno, casi como si bailara ante mí.
   A pesar de mis intentos el sueño seguía huyendo de mí, negándose a socorrerme y dejarme perderme en la inconsciencia que tanto anhelaba.

   Mi cabeza duele, comenzó a doler hace horas, y no es algo sorprendente puesto que, en realidad, me pasa seguido. El problema no radica en el dolor, si no en el recuerdo que este me trae. Me recuerda a mi tía.
   Durante las semanas que llevo acá la he recordado con frecuencia, casi cada día, pero evité perderme en las memorias a sabiendas de que sólo conseguiría dañarme. Hoy no pude evitarlo, y no puedo sino rememorar en mi cabeza su voz, las tardes juntas, las mañanas, la rutina; el aroma de ese té extraño que siempre me hacía cuando me sentía mal, fuese cual fuese la razón, y del cual nunca me dijo su contenido, porque era “su secreto”, cada recuerdo se conecta con otro, y con otro, y con otro... Rememoro Alemania, el idioma, las calles, los paisajes y las personas que allí dejé atrás. Recuerdo a mí abuela, a mi Tía, a mi jefe; Johann, con su pequeña tienda de artesanías y esos muebles y estantes repletos de estatuillas y cosas preciosas... Y no puedo más que llorar en añoranza profunda.

   Observo la habitación blanca e impoluta; mía, sin importar los esfuerzos que haga por fingir que es una estadía temporal, me permito, por fin, asumir que no lo es. El primer paso fue el de abrir la ventana esta noche, y ahora comprendo que debo poner los pies en la tierra. Mi tía murió, y ahora vivo en Argentina; éste es mi hogar ahora, mi lugar... La aceptación absoluta me provoca más dolor, y lloro observando nuevamente la ventana. A través de ella distingo una luna en cuarto menguante, brillante e iluminándome.

   Doy vueltas en la cama y continúo rememorando todo aquello que evadí con esfuerzo y dolor durante las últimas semanas, permitiéndome llorar, sollozar y desahogarme en el silencio de la fría madrugada otoñal, abrazando una almohada en busca de un consuelo que nadie me puede brindar... Para cuando me doy cuenta, realizo que el sol está haciendo presencia en el horizonte, aunque de forma casi invisible puesto que la ciudad sigue en penumbras. Pasé toda la madrugada en vela, ya no tengo ninguna lágrima por derramar y el sueño continúa sin alcanzarme. Decido que es hora de levantarme y, esperanzada, corro a la cocina a por un humeante café amargo, ansiosa del usual consuelo que me brinda su desagradable sabor; el de sentirla un poco más presente y cerca de mí, brindándome consuelo y compañía. Incluso lo hago como ella solía hacerlo y vierto unas cucharadas de café en el vaso térmico a la vez que retiro el agua del fuego y vierto rápidamente en él un poco, lo revuelvo un momento y agrego lo restante, luego espero un minuto y me apresuro a darle un buen sorbo, pero lo único que consigo es quemarme un poco la lengua, y el sentimiento de un vacío expandiéndose por mi pecho al realizar que no me provoca nada.

   Con el vaso en las manos, ardiente y quemándome un poco, me pierdo en mis pensamientos a mitad de la cocina, siendo distraída un rato después por el sonido de Amara al apagar su despertador, puesto que siempre madruga. Escucho sus pasos acercándose a mí.

   — ¿Anna? — Fue lo primero que le oí decir antes de poder ver su rostro.

   — ¿Sí?

   — ¿Qué haces despierta a estas horas? — La miré extrañada y busqué el reloj de la cocina. Las seis con veinte minutos.

   — Es lunes. — Contesté, ella se limitó a asentir mientras se acercaba a mí, tomó mi hombro y comenzó su rutina.

   Dejé el vaso en la encimera y me encaminé directamente a comenzar la mía con tranquilidad, puesto que disponía de un tiempo razonable en comparación con los demás días. Cuando me disponía a cepillar mis dientes, me enfrenté a mi reflejo en el espejo y no pude evitar apreciar las enormes ojeras bajo mis ojos, además de la hinchazón de estos pese a haber dejado de llorar hace un buen período de tiempo. En silencio, agradecí a Amara por no mencionarlo y una vez más darme espacio.
   Cuando me disponía a vestirme miré primero por la ventana y decidí que no necesitaba mí camperón, así que me puse un buzo de lana. Aún tenía tiempo, hice una trenza en mí pelo y recogí la mochila y las llaves. Amara me alcanzó el olvidado vaso térmico en la puerta.

   — Que tengas un buen día. — Le sonreí y agradecí, y salí.

   Las escaleras estaban silenciosas, cuando salí afuera me encontré con una brisa otoñal que arrastraba hojas y hojas naranjas de diferentes tamaños y tonalidades; frente a mí, escuché una puerta, dirigí mi mirada hacia allí para reconocer a Daniel mirándome sorprendido. Siempre parecíamos salir al mismo tiempo.

   No pude si no más que sonreírle, recordando los sucesos del día anterior.
   Él me devolvió la sonrisa.

 



#33800 en Novela romántica

En el texto hay: romance, cafe, amor y conflictos

Editado: 06.01.2021

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