Café Amargo

Capítulo 17.

Domingo, 3 de Mayo de 2015.


Tarde.

 

Anna.

 

   Miré por la ventana del salón hacia la calle, aunque lo único que divisé fue a un grupo de chicos riéndose y doblando finalmente en una esquina. Me levanté del alféizar y caminé hacia el sofá, ya no leo ahí desde que el libro se me cayó por la ventana hace unas semanas.

   La casa está en completo silencio, ya que Amara volvió a trabajar en la clínica ayer en la noche, y volverá hoy más tarde. Finalmente se había recuperado casi al cien por ciento y la licencia acabó.
   Intenté retomar el libro que empecé a leer ayer en la noche, pero no puedo pasar de la página veinte porque me distraigo constantemente. Sin embargo, lo abrí dispuesta a intentarlo nuevamente.

   Cinco minutos después cerré el libro con resignación, en la misma página y con un pedazo de papel tomado a las apuradas como separador. Miré el reloj de pared para descubrir que eran las cuatro de la tarde. Me levanté, dejé el libro sobre el sofá y volví a acercarme a la ventana por inercia, una costumbre que adopté el viernes al mediodía. Y sé perfectamente por qué es, pero me niego a aceptarlo o admitirlo incluso en mi propio subconsciente. Sé muy bien qué es lo que espero o quiero ver a través de la ventana, pero aún no sucede.
   Desvío mi mirada de la entrada de su edificio hacia las ventanas, preguntándome cuál será la suya, para finalmente mirar el cielo, una vieja costumbre algo olvidada y placentera para mí. Es un día sin nubes, con un sol radiante brillando en lo más alto, un sol que no quema y da calidez. Decido intentar distraerme dando un paseo sin rumbo fijo por la zona. Reviso mi ropa y decido que está bien para salir a la calle, así que lo único que hago es calzarme un par de zapatillas y tomar una campera por si acaso, me la cuelgo en la cintura antes de tomar mis llaves.

   Cuando alcanzo la calle la descubro desierta, pero a medida que avanzo en mi caminata y llego a las calles con locales, descubro algunas personas caminando y comprando en los pocos que recién van abriendo para la tarde. No salí con plata, así que sigo de largo entre las calles sin detenerme en ningún lado en específico.
   Estoy llegando a ella cuando descubro a dónde me conducen mis pasos; el parque en el cual me detuve con Daniel el viernes pasado. Me detengo un instante antes de adentrarme, pero decido hacerlo de todos modos y termino caminando a través de sus caminos de piedra hasta encontrar un banco disponible en el cual sentarme. Finalmente encontré uno debajo de un pino algo inclinado en el punto más solitario del parque, así que me senté con las piernas cruzadas y le di la espalda a la calle, tapada en su gran mayoría por más árboles de hojas anaranjadas por la época.
   El sol aún iluminaba algunas partes de la plaza que estaba al alcance de mi vista, pero al haber tantos árboles alrededor se ve más bien la sombra de estos. Me relajé y cerré mis ojos, intenté concentrarme en el sonido del viento, las voces de personas en la lejanía o el sonido leve de los árboles y las hojas con el viento, pero sólo conseguía que diese resultado por escasos segundos antes de que mi cabeza fuera un torbellino de pensamientos sin control otra vez. Voces y palabras inconexas la llenaban, incluyendo esa que yo me esforzaba por encadenar en lo más profundo de mi mente para no escucharla.
   Termine por respirar hondo y dejar que mis pensamientos fluyan libremente, con resignación, y me permito pensar en él y en lo inevitable que es para mí el no hacerlo. Pienso en su pelo, sus ojos, su voz... Pienso en lo inexplicables que son estos nuevos sentimientos para mí. ¿Por qué me he obsesionado con él de esta manera?¿De dónde surge esa necesidad tan urgente de verle, de pasar tiempo con él? No puedo darle ninguna respuesta sincera a mis preguntas. La extrañeza y el anhelo se apoderan de mí poderosamente mientras le doy rienda suelta a estos pensamientos encadenados por días.

   Vuelvo a cerrar los ojos con fuerza por un rato, me concentro y pronto me pierdo en mi propia cabeza, siendo inconsciente de mi entorno. Ya pasó un rato cuando comienzo a escuchar pasos cerca de mí, decido no darle importancia y continúo imperturbable, pero es entonces cuando siento los pasos acercándose, y comienzo a sentirme nerviosa, sin abrir los ojos aún. Repentinamente siento a alguien sentándose a mi derecha en el banco, estoy a punto de abrir los ojos para poder alejarme cuando le escucho.

   — Hola Anna. — Mi respiración se cortó por un instante.

   Cuidadosamente, abro mis ojos, giro la cabeza a mi derecha y le encuentro ahí, a la razón de que esté en este parque en primer lugar, sentado a mí lado. Siento mí corazón acelerarse y me duelen las mejillas, así que decido volver la vista al frente, intentando esconder el rostro detrás del pelo con un movimiento brusco y que al instante siento que fue exagerado.

   — Hola Daniel. ¿Saliste a dar un paseo? — Le pregunto, intentando sonar casual.

   — Es mi pasatiempo favorito, ya lo sabés.

   — Cierto, cierto. — Me escucho decir.

   Nos sumergimos en un silencio extraño que ninguno de los dos parece dispuesto a romper, aunque quizás él no sabe cómo... Igual que yo. Repentinamente, le siento moverse a mi lado y al girarme le veo ponerse de pie.

   — ¿Me acompañas? — Me pregunta tendiendo su mano hacia mí, algo inseguro.

   La acepto rápidamente y me levanto de la banca con lentitud, aunque al instante en que me puse de pie él me soltó y comenzó a caminar, así que le sigo a través de los árboles y el camino de piedra que bordea la plaza.

   — ¿Estabas en la plaza o me viste desde la calle? — Decido preguntarle.

   — Estaba en la plaza, la zona en la que estabas es a la que siempre voy cuando vengo acá.



#33782 en Novela romántica

En el texto hay: romance, cafe, amor y conflictos

Editado: 06.01.2021

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