Viernes, 29 de Mayo de 2015.
Tarde.
Anna.
Escucho la puerta abrirse cuando termino de cerrar la alacena. Con los platos vacíos en mano, me dirijo a la mesa del comedor y los acomodo. Tardo menos de cinco segundos, ya que sólo son dos. Por el rabillo del ojo la veo moverse de la entrada hacia su habitación en silencio, sin decir palabra. Vuelvo a la cocina a buscar la cena y, para cuando vuelvo y comienzo a servir los platos, ella ya ha vuelto y se ha sentado en su lugar habitual; siempre que ella trabaja hasta tarde, me aseguro de calcular el tiempo para que la comida esté lista justo cuando ella llega… No tengo por qué cambiar esta costumbre solo porque estamos peleadas.
Tomo asiento y, sin más, comienzo a comer. Enfoco la vista en mi plato y me aseguro de no despegarla de ahí.
Pero el silencio se vuelve pesado a nuestro alrededor y es difícil de ignorar, aunque se hace cada vez más fácil con el pasar de los días. Me concentro en terminar el plato de comida frente a mí, sin levantar la mirada y sin decir palabra.
— ¿Cómo estuvo tu día? — La escucho preguntarme. Por un segundo abro la boca por inercia para poder contestar, pero enseguida la cierro y continúo comiendo mi ensalada.
Ella no me reprocha por mi silencio, lo cual agradezco. Más que guardar silencio porque estoy enojada, lo hago porque ya no tengo más ánimos de pelear, ni de discutir con ella… Así que me dedico a comer mi ensalada, pero en cuanto creo que podré terminar mi cena en paz, vuelve a abrir la boca.
— ¿Cuánto tiempo más vas a tratarme así, Anna? — Levanto mi mirada y la sostengo, inmóvil. — Lo que dije estuvo mal y lo sé, pero ya me disculpé y...
— Nunca te disculpaste. — La interrumpo bruscamente. El sonido de mi voz es suficiente para acallarla.
— Si lo hice. — Afirma unos segundos después. Me río con sarcasmo.
— No, no lo hiciste, nunca lo hacés. — Me levanto de la mesa, plato vacío en mano, y me dirijo a la cocina, al fregadero. Escucho sus pasos detrás de mí.
— Bueno, entonces lo siento, de verdad, lo que dije no estuvo bien, fue insensible y cruel y lo siento... — Su voz se apaga lentamente, pero continúo sin exaltarme, lavando las cosas que estaban en el fregadero. — ¿No vas a decir nada?
— ¿Qué querés que diga, Amara? — Ante mis palabras, finalmente guarda silencio. — No creo que esas disculpas sean ni un poco sinceras. Además, no quiero volver a discutir.
— ¿Qué querés decir? Anna, ¿Por qué no lo serían? Háblame, explícame.
— Estás desesperada para que las cosas vuelvan a la normalidad. – No tardo en decir, cierro el grifo y me doy la vuelta, dirigiendo la mirada a ella nuevamente. — Lo que dijiste me hirió, y mucho, no es algo que se pueda ignorar con una simple disculpa y se acabó. Además, eso no es lo único que está haciendo que actúe así.
— Entonces decime, ¿Qué te pasa? ¿Cómo puedo ayudarte?
— Me molesta que tan de la nada comiences a actuar como mi madre, básicamente, cuando nunca lo hiciste, y nunca lo fuiste. Incluso cuando venía a visitarte, nunca actuabas como mi mamá, actuabas como una amiga más que como una madre y ahora de la nada lo haces y no lo entiendo. No lo entiendo. Sólo quiero que convivamos como solíamos hacerlo, nos llevábamos bien así, ¿No? ¿Entonces por qué actuar diferente tan de la nada? Especialmente siendo que ya teníamos una dinámica juntas, y funcionábamos bien. — Me maldigo en silencio por no saber cerrar la boca, pero ya inevitablemente comencé una discusión. Ella guarda silencio, así que continúo. — Porque actuando como lo haces ahora solo siento que intentas tomar el lugar que ella ocupó, y eso no está bien. No quiero que hagas eso, y no me hace sentir nada bien Amara, incluso me cuesta llamarte mamá… Yo nunca te llamé así y, entonces pasa todo esto y de la nada siento que me instas a hacerlo, a llamarte y a tratarte de forma distinta.
Al terminar de decir aquello, soy consciente de las lágrimas que se acumularon en mis ojos. Las ignoro y la miro a ella, en espera de una respuesta. Su mirada está puesta en el suelo, sin expresión.
Luego de una larga pausa, la escucho hablar.
— Yo... Yo sé que tenés razón. — Su voz se entrecorta un poco, pero enseguida continúa, más claramente. — Creí que hacer eso te ayudaría, te reconfortaría...
— No lo hizo.
— Lo sé. — Se apresura a decir. — Ahora ya lo sé. Creí que era lo que se suponía que tenía que hacer, que tenía que actuar como una madre real para vos ahora más que nunca pero, ahora puedo ver que eso no es lo que necesitas de mí. — Levanta su mirada del suelo hacia mi rostro. — Lo siento, Anna, en verdad lo siento.
Me quedo en silencio y la observo. Su vista está clavada en la mía, sincera y transparente, realmente aceptando y comprendiendo mis palabras.
— ¿Tan difícil fue pedir perdón sinceramente? ¿Tan difícil era escuchar lo que tenía para decir? — Le digo más tranquila. — Era todo lo que quería, todo lo que necesitaba.
Me acerco a ella lentamente, la tomo de la mano para acercarla a mí y la abrazo. Huele a hospital, a antiséptico, consecuencia de haber recién llegado del trabajo, la abrazo aún más. Pronto me encuentro relajándome y liberando las lágrimas que estaba aguantándome momentos atrás. Ella me abraza fuerte. Creo sentirla llorar también, pero no digo nada.
— Prométeme que todo va a volver a la normalidad, que vamos a actuar como lo hacíamos antes, que esto no va a volver a pasar. — Le pido separándome de ella y limpiándome lágrimas con las mangas de mi camiseta.
No la escucho decir nada, así que levanto la vista del suelo y la enfoco en ella. Cuando lo hago, la veo formar un intento de sonrisa que no tarda en desvanecerse. — Va a ser difícil, creo que haciendo eso sólo vamos a recordarla muchísimo más… Pero, lo prometo.