Miércoles, 10 de Junio de 2015.
Tarde.
Daniel.
Camino los últimos pasos que me separan de la pequeña entrada al patio delantero de la casa y me paro. ¿Qué debería hacer ahora? ¿Hay un timbre? ¿Aplaudo? Comienzo a mirar entre las rejas en busca de un timbre cuando escucho a alguien hablarme.
— ¡Daniel! — Escucho a mi izquierda, me sobresalto. — La reja está abierta, entra.
Le hago caso en silencio y empujo la reja para poder entrar, Lea desaparece de la ventana desde la cual me habló y le escucho abrir la puerta de la casa desde dentro mientras me acerco a ella a través del pequeño jardín delantero. Al abrirla, se hace a un lado para dejarme pasar directamente a una sala de estar, en un sofá al otro extremo de la habitación Anna me espera sonriente.
— Hola. — Le susurro con una sonrisa mientras me acerco, ella se levanta y estira sus brazos hacia mí, los envuelve en mi cuello cuando estoy lo suficientemente cerca. — ¿Cómo estás?
— Ahora, mejor. — Me dice sin pensar.
— ¡Te escuché! — Reprocha Lea detrás de nosotros.
Me alejo de sus brazos entonces entre risas y me siento en el sofá, ella no tarda en sentarse a mi lado. Paso mi brazo por sus hombros y la atraigo hacia mí, ella comienza a acurrucarse contra mi pecho. Lea se sienta frente a nosotros en un pequeño sofá para uno que arrastró desde otro rincón. Ambos volvemos enseguida la mirada a Anna, quien no tarda en quejarse.
— No me miren así, basta. — Suelta entonces adivinando nuestras intenciones, desvía la mirada hacia la ventana a su izquierda incorporándose un poco.
— Anna… — Le escucho decir a Lea.
— Ya me hablaron de esto ayer…
— Y lo vamos a hacer otra vez. — Le digo yo esta vez. — Ya van casi cinco días, de alguna forma tenés que resolver esto, y queremos ayudarte.
— Ya lo sé, pero no quiero enfrentarla aún. — Declara firmemente. — No hoy, al menos. Aún me duele que nunca le haya dicho esto ni a mi tía ni a mí, y no lo comprendo. No comprendo su estúpida manía de ocultar todo de todo el mundo, quién sabe cuántos otros secretos tenga.
Intercambio una mirada con Lea ante su repentino desahogo, y me doy cuenta de que ya ninguno de los dos sabe qué decirle; sabemos que tiene razón en eso. Guardamos silencio sin más, él se recuesta contra el respaldo del pequeño sofá donde está sentado y yo comienzo a acariciar suavemente el brazo de Anna sobre el cual tenía apoyada mi mano, ella parece disfrutarlo ya que vuelve a recostar su cabeza sobre mi pecho, más tranquila, y la observo cerrar los ojos con un suspiro de cansancio.
— Pero… — Dice ahora suavemente, casi en un susurro y sin abrir sus ojos aún. — Ayer me quedé un poco hasta tarde pensando y, creo que sí quiero hablar con… Ya saben… Quién… — Balbucea.
— Está bien… — Le dice Lea lentamente, inclinándose hacia adelante y apoyando los codos sobre sus rodillas. — ¿Cuándo?
— No lo sé. — Vuelve a contestar. Casi puedo sentirla intentando encogerse en su lugar.
— Sabes… — Digo yo esta vez nuevamente. Busco mirar su rostro mientras lo hago. — Yo creo que deberías hacerlo hoy. Creo que ya pasaste muchísimo tiempo pensando que tu papá era un idiota y, bueno, quizás sí lo sea después de todo, pero ahora mismo existe la posibilidad de que quizás no lo sea y de que, quizás, si le das la oportunidad y lo llamas y si realmente es eso lo que querés, podrías conocerlo por fin y al menos juzgar si es un idiota o no por cuenta propia, ¿No te parece? — Ante lo último, logro hacerla sonreír un poco, y asiente levemente con la cabeza.
— Es sólo que… Todavía es un poco raro, y me da algo de miedo si tengo que ser sincera. Amara ni siquiera se molestó en averiguar por qué se le ocurrió saber sobre mí en ese entonces, existe la posibilidad de que solo haya querido limpiar culpas y lo haya conseguido, y creo que eso es lo que me asusta un poco, ilusionarme aunque sea un poquito y terminar llevándome un fiasco.
— Nunca lo sabrás si no haces esa llamada. — Interrumpió Lea, seguro.
— Ya lo sé. — Le contesta ella con la mirada perdida en el suelo.
Guardamos silencio una vez más. Intento reconfortar a Anna abrazándola, pero enfoco mi mirada al suelo también, sin saber qué más decir. A lo lejos, escucho el sonido de un reloj cerca de la puerta de entrada a la habitación, y los sonidos exteriores que se producen en la calle.
Es cuando estoy a punto de dirigir mi mirada una vez más hacia Anna cuando ella habla nuevamente.
— Lea, ¿No le molestaría a tu madre que usara su teléfono para hacer una llamada a Suecia? — Le dice repentinamente, aún sin levantar la mirada.
— Creo que bajo este propósito, no, no le molestará. — Le dice sonriéndole.
Se levanta rápidamente de su lugar y sale de la habitación en busca del teléfono inalámbrico, ambos escuchamos sus pasos por la casa. Anna comienza a jugar con sus dedos, cosa que noto inmediatamente, así que tomo sus manos con las mías e intento acariciárselas y calmarla un poco. Pronto, la siento respirar un poco acelerada, así que llevo mis manos a los costados de su rostro, haciéndola mirarme.
— Voy a estar al lado tuyo todo el tiempo, ¿Si? Lea y yo, y podés estrujarme la mano y rompérmela si eso te hace sentir mejor. Es una llamada, estarás bien. — Le digo suavemente, ella asiente rápidamente y comienza a respirar profundo, siguiendo mi respiración. — Todo está bien, Anna.
Lea vuelve a la habitación con pasos apresurados, teléfono en mano. Se lo tiende a Anna y ella lo toma con una expresión no muy segura pero una mano firme. Mete su mano dentro del bolsillo de su pantalón y saca un pequeño y muy arrugado papel, consecuencia de que haya jugado con él todos estos días.